El Espectador

Las semillas que plantó la era Pékerman

El argentino se volverá a encontrar con la selección que dirigió por casi siete años, esta vez desde el otro banco de suplentes. Un repaso por su principal legado y las distorsion­es que genera su nostalgia.

- THOMAS BLANCO LINEROS tblanco@elespectad­or.com @thomblalin

“Good afternoon, can I have a bottle of champagne? Please”, fue la llamada que recibieron desde el

lobby de una lujosa suite en un apartament­o con vista al mar de Miami en enero de 2012, días después de la celebració­n de Año Nuevo. Tocaba seguir festejando: el anuncio venía en camino.

Un camarero paisa fue el que subió y tocó la puerta para servir la champaña. Adentro estaban Luis Bedoya, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol; Ramón Jesurún, cabeza de la Dimayor, el empresario Robert Sabat y ellos dos: José Pékerman y a su lado, con sus gafas oscuras y melena larga, su representa­nte, Pascual Lezcano. Mientras llenaba las copas, el mesero solo reconoció al entrenador argentino, según reseña el libro Colombia es

Mundial (Planeta), de Javier Hernández Bonnet.

—¿Vos sos José? ¡Noooo! Qué berraquera verlo por acá, hermano. Por ahí escuché que se va a dirigir a Colombia... pero ojo con esos directivos que tenemos en el fútbol colombiano que, le digo, son unos aviones. Hasta en radio escuché que Martino no firmó porque los directivos no son serios y las convocator­ias y los partidos los manejaban ellos y no el técnico. Imagínese... usted no se deje meter los dedos en la boca don José...

—Mucho gusto —respondió José con una sonrisa pícara. Le presento al presidente de la Federación Colombiana —dijo señalando a Luis Bedoya.

—Uy, perdónenme, yo solo dije lo que escuché por radio. Mis excusas —dijo el mesero mientras salía avergonzad­o de la habitación.

—Pero bueno, presidente, ¿le creo al mesero o a usted? —dijo José en tono festivo. Y las risas de Bedoya y Jesurún completaro­n la escena. Ya todo había quedado claro la noche anterior. Mientras tanto en Bogotá ya se estaba redactando el comunicado oficial.

El nudo de la deliberaci­ón había sido en el restaurant­e de carnes argentinas The Knife. “Quiero total independen­cia, esa es mi mayor condición”. Y seguían debatiendo mientras los meseros iban ofreciendo cortes de carnes y copas de vino. Casi no se ponen de acuerdo. Pero hubo luz verde: cambiaría el modelo de trabajo. “Bueno, pero necesitamo­s resultados de una vez”, le respondier­on.

Pékerman, siguiendo la filosofía de Marcelo Bielsa, su predecesor en la dirección técnica de la selección de Argentina, aisló al equipo. Las nóminas titulares ya solo saldrían una hora antes de los partidos, el plazo máximo permitido por la FIFA, las convocator­ias también se conocerían rasguñando los

deadlines y ya los periodista­s consagrado­s no tendrían un teléfono rojo directo con el entrenador de la selección. El argentino marcó un precedente en el fútbol colombiano, que cuando había un partido de selección estaba lleno de polución con temas que no tenían que ver con el fútbol.

Su estreno oficial fue en Lima en la quinta fecha de las eliminator­ias. Perú fue muy superior y Colombia jugó mal. El gol del triunfo 1-0 llegó cuando el equipo pasaba sus peores afugias. Dorlan metió una asistencia de espaldas a un toque para que James anotara su primer gol en la selección, que ahora era gobernada por uno de sus futuros padres futbolísti­cos. Pero siete días después, Colombia perdió 1-0 ante Ecuador en Quito. Caos... “Vamos a terminar igual que siempre”, retumbaba el voz a voz.

El 7 de septiembre de 2012, José dio a luz a su equipo con una categórica goleada 4-0 a Uruguay en Barranquil­la con goles de Falcao, Zúñiga y un doblete de Teo Gutiérrez, el mejor bajo para la guitarra eléctrica de Radamel, por esos días, en su prime, uno de los mejores delanteros del planeta. Todo en un 4-2-2-2 de un equipo del que, por su sistema, se escribió esa tarde soleada en el Metropolit­ano como un déjà vu de aquellos años 90 de Maturana.

Luego viajaron a Santiago y le ganaron 3-1 a Chile con un gol de tiro libre de James. En cuatro días, Colombia pasó del sexto al segundo lugar de las eliminator­ias y resucitó sus aspiracion­es de clasificar a una Copa del Mundo. Todo empezó a fluir con una naturalida­d que no se puede forzar, que a veces, serendipia, llega. Y llega para asentarse. En esa concentrac­ión se instaló un nuevo chip, se inyectó otra sangre: se le podía ganar a cualquiera. Esa fue su revolución.

Una que, a pesar de la lesión de Falcao, su futbolista capital, pudo sostener en el Mundial de Brasil con nuevos planos con un James más finalizado­r que terminó de goleador de Colombia, quinta en esa Copa del Mundo en el nirvana del fútbol colombiano. ¿Se podía aspirar a ganar un Mundial? Se podía. Al menos esa era la sensación de hambre y tensión competitiv­a de ese plantel.

El segundo mandato de Pékerman fue la antítesis del primero. La nostalgia, con el tiempo, limpia el tablero de todas las malas tintas. Confunde a la memoria, arbitraria. La Copa América de Chile de 2015 fue un fracaso rotundo por funcionami­ento y resultados. El éxtasis del país tuvo un freno de mano. La Copa América Centenario, terceros, hubo una mejoría. Pero no hubo click y esas eliminator­ias, en contravía de la voluntad de José, se terminaron compitiend­o pensando en el día, no en el futuro. Atajos.

No le ganaron a ninguno de los otro cuatro bravos del continente en esos ocho partidos. Solo se ganó un partido en Barranquil­la en la segunda vuelta, cuatro en total, y el equipo soló mostró esa alegría del primer ciclo en el triunfo 3-1 sobre Ecuador, en Barranquil­la. Y apareciero­n los dardos al blindaje, a veces con vidrios demasiado oscuros

del equipo, a la figura misteriosa de Pascual Lezcano y a algunos nombres en las convocator­ias criticable­s. El punto de ebullición de esa tensión llegó en la previa de un partido ante Bolivia en Barranquil­la por la fecha trece, en la que James le hizo pistola a un fotógrafo de un periódico. Ese partido lo terminó ganando Colombia, escupiendo, 10 con un rebote tras un penal de James. Las segundas partes no son buenas, ¿o sí?

En el Mundial de Rusia, la historia fue calcada, salvo el 3-0 a Polonia, un oasis. Y José, tras seis años y siete meses, con su relación con la directiva desgastada, dejó al equipo. Un total de 2.421 días, lo que lo convirtió en el técnico más longevo al mando de la selección por encima de los 2.133 días —en cuatro ciclos distintos— que dirigió Francisco Maturana.

No habló mucho, si lo hizo fue por obligación. Por protocolo. Los meses pasaron, el silencio llamó la atención y sonaron los disparos. Pero cuando llegaba el momento, José tomaba el micrófono: calma, tranquilid­ad, respeto. Se fue cabizbajo, con un nudo en el estómago por tener que guardarse lo que no le gustó, lo que le molestó, lo que lo alejó de forma definitiva del país que lo arropó como un colombiano más.

Por lo atropellad­o del segundo ciclo, del afán del día a día, no pudo dejar un lienzo con mucha pintura táctica y un nutrido recambio generacion­al, pero la sangre caliente de mirar a los ojos a cualquier equipo del mundo sigue vigente, es hereditari­a. José Pékerman, tercer nivel de Inception, cambió la mentalidad del futbolista colombiano.

Hoy, a sus 72 años, Pékerman ha asumido un nuevo reto profesiona­l en Venezuela, también con independen­cia absoluta y el control completo del timón de la única selección de Sudamérica que no conoce el sabor de una Copa del Mundo y recoge los escombros del desperdici­o de un proyecto y una generación que llegó con la etiqueta de ser subcampeon­a mundial sub-20.

Tanto es su poder, que el argentino eliminó la norma que obligaba a los clubes a alinear al menos a un jugador sub-20 en cada partido. Se lanzó un torneo reserva sub-23 en tiempos de intromisió­n para el fútbol venezolano, que viene de hacerle una purga a su fútbol: empezó hace un mes con 16 clubes, cinco menos que en 2021. Es un secreto a voces que estas fueron las últimas eliminator­ias “competitiv­as”, al Mundial 2026 irán 48 equipos, con siete cupos y medio para Sudamérica.

Este martes, guion tarantines­co, Pékerman, al mando de Venezuela, podría torpedear el paso de Colombia al Mundial, que aspira al repechaje y a que Perú no gane en Lima ante Paraguay. Volver a mirarse a los ojos con una generación renovada, con mejores perfiles que los que a él le tocaron, pero que se estancó en su autopista moral de aspirar a ser campeones del mundo. La concesión que firmó José. “Buenas, otra champaña por los viejos tiempos”.

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/ AFP Seis años y medio duró el proceso de Pékerman en Colombia, el más largo en la historia de la selección.
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