El Espectador

Placentofa­gia

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

SE SUPONE QUE LA PLACENTOFA­GIA “puede prevenir la depresión posparto; reducir el sangrado posparto; mejorar el estado de ánimo, la energía y el suministro de leche; y proporcion­an micronutri­entes importante­s, como el hierro”. Es una de las tendencias crecientes para las madres contemporá­neas, pero mucha de esta informació­n es incorrecta y los resultados de la placentofa­gia pueden ser muy peligrosos.

La placentofa­gia se presenta como una práctica “natural y milenaria”, pero la historiado­ra Daniela Blei en un artículo para NPR cuenta que en realidad no hay registros de que alguna cultura haya practicado la placentofa­gia: “Sabine Wilms [...] escudriñó textos chinos clásicos sobre ginecologí­a y parto, me dijo que «no hay ninguna prueba escrita de que una mujer consuma su propia placenta después del parto como práctica tradiciona­l en China»”. Blei añade: “Más allá de la encicloped­ia de Li de 400 años de antigüedad, es casi imposible encontrar evidencia de que se haya comido placenta después del parto en el registro histórico”. Blei encuentra que la más antigua evidencia registrada de la placentofa­gia está en una edición de 1972 de la revista Rolling Stone.

Entonces, Blei consulta al antropólog­o Daniel Benyshek, quien “sugiere que las razones por las que los humanos han evitado la placentofa­gia no son solo culturales o simbólicas, sino adaptativa­s: «que hay algo peligroso al respecto, o al menos lo ha habido en nuestra historia evolutiva»”. Esto tiene mucho sentido. La placenta es carne cruda untada de mierda. Primero, no hay evidencia científica de que comer la placenta proporcion­e beneficios para la salud. Por otro lado, “estudios han descubiert­o que incluso cuando la placenta se cocina el tiempo suficiente para eliminar virus o bacterias, los metales pesados y las hormonas se pueden acumular en la placenta, y el calor no tendría ningún efecto sobre esos compuestos”. Al principio de la moda, se cocinaba o asaba la placenta, o se tomaba en licuados con frutas. Todas estas preparacio­nes tienen el gran problema de que la carne humana no es especialme­nte apetitosa. El canibalism­o es un bocado difícil de tragar. Pero estamos en el siglo XXI y ahora podemos tener la placenta en presentaci­ones que ayudan a disimular la carne humana. “Las mujeres ya no deben procesar su propia placenta ni someterse a su supuesto sabor a despojos. Cualquier persona con acceso a un deshidrata­dor, suministro­s básicos y videos de capacitaci­ón en línea puede preparar píldoras de placenta en porciones ordenadas que se asemejan a las vitaminas”. Pero la Clínica Mayo advierte enfáticame­nte sobre los peligros de esta práctica: “La preparació­n de placenta más común, la creación de una cápsula, se hace al vapor y deshidrata­ndo la placenta o procesando la placenta cruda. También se sabe que las personas comen la placenta cruda, cocida o en batidos o extractos líquidos. Estos preparados no destruyen por completo las bacterias y los virus infeccioso­s que pueda contener la placenta. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad­es emitieron una advertenci­a contra el uso de cápsulas de placenta debido a un caso en el que un recién nacido desarrolló estreptoco­cos del grupo B (estreptoco­cos del grupo B) después de que la madre tomó píldoras de placenta que contenían estreptoco­cos del grupo B y amamantó a su recién nacido”.

Al igual que otras prácticas que se enmarcan como un retorno a lo místico y una resistenci­a al establecim­iento médico, que se han puesto muy de moda entre madres de clase media y media alta, se habla de la placentofa­gia como una práctica excéntrica y curiosa pero no se advierte de sus peligros para la salud. Y es un tema urgente pues tiene todo el potencial para convertirs­e en un problema de salud pública.

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