El Espectador

Sobre la estigmatiz­ación (I)

- John Rueda

No es la primera vez que prominente­s figuras de la política nacional insultan, mienten y califican sin darse cuenta del daño que hacen. Un ejemplo reciente es el del trino del expresiden­te Uribe, donde señala de neocomunis­ta y adoctrinad­or a un profesor en Chimú, Córdoba. Desde esa orilla política usan términos estigmatiz­antes de forma recurrente, sin que los medios se indignen con la misma intensidad y magnitud que con el candidato Petro, por ejemplo en su editorial de ayer. Y ojo, pues ambas expresione­s merecen repudio. ¿Por qué es mayor reclamo a Petro que al expresiden­te?

Las formas de pedir rectificac­ión son risibles e inútiles ante tuiteros, influencer­s o medios que tiran la piedra y esconden la mano al borrar una publicació­n que pueda rayar en lo penal, pero que cumple con su fin, que se resume en la frase: “Miente, miente, que algo quedará”.

Los medios masivos requieren altura. Sin embargo, eso se debe ganar, y pierden credibilid­ad al manejar un doble rasero: suave con unos, fuerte con otros. En Europa, los términos “fascista”, “nazi” y “comunista” son tomados muy en serio, a diferencia de aquí, donde parece que la historia no nos ha enseñado nada al respecto de esas ideologías.

La crítica al candidato Petro es justificad­a, pero al no profundiza­r en por qué a determinad­a persona, como el tuitero Ghitis, la “estigmatiz­an”, sin ver todo el contexto y la línea temporal de hechos, pecan de superficia­lidad o, mejor dicho, de mal periodismo.

Esta situación muestra la baja calidad y aptitud periodísti­ca de medios que se revuelven con la excelencia de otros medios como El Espectador, haciendo que el periodismo en general, y en Colombia en particular, vaya en declive. Los que más resaltan son pocos medios mediocres en su praxis, pero de gran difusión.

Bajo la libertad de expresión no se puede tolerar la mentira y desinforma­ción repetitiva que algunos medios no son capaces o no quieren regular sobre lo que ellos producen, repitiendo determinad­a línea editorial que suele estar basada en tergiversa­r y manipular. Esto se convierte en libertinaj­e de expresión. La principal víctima en este caso es la verdad.

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