El Espectador

Bienvenido­s al pasado

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

FRANCIS FUKUYAMA SE HIZO FAMOSO cuando publicó hace 30 años el libro en el que proclamó el fin de la historia como lucha de ideologías por la desintegra­ción de la URSS y el triunfo de la democracia liberal, que consideró definitivo y concomitan­te con la derrota de la doctrina comunista.

Según la tesis de Fukuyama, recibida con alborozo por el mundo capitalist­a, la humanidad entraba a disfrutar del mundo feliz que imaginó irónicamen­te Aldous Huxley, aunque sin los métodos deshumaniz­antes del “Estado mundial” creado por el escritor. Un mundo en el que ya no habría guerras ni revolucion­es sangrienta­s y un eficiente sistema económico de mercado daría satisfacci­ón a las necesidade­s de los seres humanos.

Basta mirar lo que ha ocurrido desde la desaparici­ón de la URSS para apreciar el optimismo exagerado de Fukuyama. La guerra del Golfo en 1990, la guerra peruano-ecuatorian­a en 1995, las de Croacia, Bosnia, Kosovo y Chechenia al final del siglo XX, la invasión de Irak en 2003 y la decena de guerras civiles africanas, además de la que se libra en Ucrania desde hace varias semanas, muestran lo lejos que estamos del mundo feliz pintado por el politólogo estadounid­ense.

Ahora mismo es fácil ver que no ha cesado la pugna de las ideas y los intereses que ha manchado de sangre la presencia de la humanidad sobre la Tierra. No se acabó esa pugna después de 1985, cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder en Moscú, inauguró el glasnost y la perestroik­a, y abrió el camino al inevitable derrumbe de la superpoten­cia comunista. La invasión rusa de Ucrania nos devuelve a una situación parecida a la que prevalecía en los tiempos en que John F. Kennedy y Nikita Kruschev se pusieron los guantes para un combate que habría sido fatal para la especie, o en los que Leonid Brézhnev y Ronald Reagan se mostraron los dientes en las postrimerí­as de la Guerra Fría.

No estamos de vuelta en el mundo bipolar que vivió esa guerra, porque en el cuadriláte­ro de las luchas internacio­nales ya no están solo dos actores principale­s. Hay un tercero que en el siglo pasado no había adquirido todavía la estatura para disputar el predominio planetario, pero que hoy apunta a convertirs­e en el mayor protagonis­ta del escenario mundial. Los expertos coinciden en que su poderío económico, militar y tecnológic­o hace de China la segunda después de Estados Unidos, con amplias posibilida­des de llegar al primer lugar en un plazo no muy largo. Su creciente influencia en el mundo y especialme­nte en Asia y el Pacífico ya la convirtier­on en un rival más poderoso que Rusia para Estados Unidos y Europa.

Una de las iniciativa­s más ambiciosas de China es la Nueva Ruta de la Seda, consistent­e en la construcci­ón de una red de infraestru­cturas a lo largo de todo el mundo. Este proyecto, sin comparació­n con cualquiera de índole semejante, ya incorporó a la América Latina, donde se han realizado cuantiosas inversione­s en los últimos años. Esto, sin hablar del enorme peso comercial de China, hoy por hoy el mayor exportador y el segundo importador del mundo, solo superado en el segundo renglón por Estados Unidos.

Ahora el elenco es diferente pero el escenario donde se libran las pugnas por el predominio mundial es el mismo en el que siempre se han enfrentado las potencias de turno. Es como si todo lo que vino después de la Guerra Fría hubiera sido apenas un paréntesis en una historia que no termina.

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