El Espectador

El conflicto que se desbordó en Putumayo

- MÓNICA RIVERA RUEDA mrivera@elespectad­or.com @Yomonriver

Las disidencia­s de las Farc están enfrentada­s en el departamen­to por el control de las zonas donde se cultiva coca y por las rutas hacia el Pacífico, lo que ha generado afectacion­es a la población, que también se siente atacada por los trabajos de erradicaci­ón del Ejército. La Defensoría del Pueblo ha proferido siete alertas tempranas.

La controvers­ia desencaden­ada por el operativo militar contra las disidencia­s de las Farc en Puerto Leguízamo (Putumayo), que se efectuó el pasado lunes 28 de marzo y en el cual las autoridade­s aseguraron que murieron 11 presuntos disidentes de las Farc, fue cuestionad­a por denuncias de organizaci­ones de derechos humanos e indígenas que lanzaron una alerta porque entre las víctimas había civiles, entre las que se destacan la autoridad indígena Pablo Panduro Coquinche; el presidente de una junta de acción comunal, Divier Hernández; su esposa, Ana María Sarriamien­tras, y un joven de 16 años, quienes participab­an de un bazar en una cancha de la vereda El Remanso.

Mientras el país espera respuestas para esclarecer lo sucedido ese día, en los últimos meses ese departamen­to ha sufrido una escalada de violencia en la que están de por medio no solo conflictos de la comunidad con el Ejército, por las erradicaci­ones manuales de coca, sino además un agudizado enfrentami­ento entre disidencia­s de las Farc que buscan controlar el territorio cultivado con coca y los corredores fronterizo­s y hacia el Pacífico, que son claves para el narcotráfi­co.

La situación ha sido reseñada en por lo menos siete alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo en la región desde 2018. La más reciente es la 002 de 2022, enfocada en Puerto Leguízamo, donde se hizo el referido operativo militar, en la que el ente de control llama la atención sobre el alto riesgo de reclutamie­nto de menores y de migrantes que llegan a este punto para pasar a Ecuador y Perú, así como sobre las amenazas a líderes sociales que impulsan los programas de sustitució­n de cultivos de uso ilícito.

En gran medida, la disputa por el control es por los corredores fluviales: los ríos Caquetá y Putumayo, que atraviesan el departamen­to y son importante­s puntos de logística ante la falta de vías para comunicars­e con el Cauca y demás zonas de los llanos orientales y la Amazonia, por lo que está claro que además del comercio son punto estratégic­o para el tránsito de droga.

Esta importanci­a siempre fue reconocida por las guerrillas. Históricam­ente la zona fue controlada por el bloque Sur de las Farc, conformado por los frentes 15, 32 y 48, por lo que tras la firma del Acuerdo de Paz las comunidade­s campesinas, indígenas y afros creyeron en que su implementa­ción iba a alejarlos del conflicto y del cultivo de la coca, pero en los últimos cuatro años la reorganiza­ción de los grupos armados les demostró que la historia no iba a ser como se la imaginaban.

Aunque durante los dos años posteriore­s a la suscripció­n del Acuerdo se vivió una etapa de tranquilid­ad ante la salida de las guerrillas, en 2018 se comenzaron a reconocer dos estructura­s: un grupo disidente que se autodenomi­nó Frente Primero Carolina Ramírez, bajo el mando de

Gentil Duarte, y los Comandos Bolivarian­os de la Frontera o Los Sinaloa, que integraron a excombatie­ntes y organizaci­ones criminales. En ambos casos, la pandemia fue fundamenta­l para su fortalecim­iento y organizaci­ón territoria­l, ya que el Frente Primero tomó el control del río Caquetá y emprendió acciones de reclutamie­nto y amedrentam­iento de líderes indígenas y campesinos, mientras que Los Sinaloa se asentaron en el río Putumayo y han dominado con un régimen de terror que incluye “la imposición de normas de conducta, homicidios selectivos, desaparici­ón forzada, trata de personas con fines de explotació­n sexual”, entre otras acciones que documenta un informe de la Fundación Conflict Responses (CORE).

Los enfrentami­entos

Aunque los grupos armados ya habían establecid­o los territorio­s de control, en octubre de 2020 comenzaron los enfrentami­entos cuando los Comandos Bolivarian­os de la Frontera incursiona­ron en la inspección de Yurilla, para aprovechar el corredor por el río Caquetá, ante el presunto debilitami­ento del Frente Primero, lo cual no era tan cierto, pues estos ya se habían aliado con el Bloque Jorge Briceño y la Compañía Miller Perdomo.

Para febrero de 2021, los Comandos Bolivarian­os anunciaron una alianza similar, pero con la Nueva Marquetali­a, por lo que para el segundo semestre del año pasado se incrementa­ron las acciones violentas, especialme­nte en Puerto Leguízamo, donde además de un aumento de los homicidios se han presentado desplazami­entos y constantes confinamie­ntos de las comunidade­s.

Para Yuri Quintero, defensora de la Red de Derechos Humanos del Putumayo, Piamonte y Sucumbíos, son tres los aspectos claves en el territorio que tienen relación con la reconfigur­ación del conflicto y la disputa de tierras de los actores armados, que como lo indica la Defensoría, se ha alertado y se ha traducido en violencia, como la incursión armada que se dio el 29 de diciembre en la comunidad de Bellavista, que dejó a siete personas muertas y alrededor de 120 desplazada­s; o las dos masacres que se registraro­n en la primera semana de febrero, en las que asesinaron a tres hermanos en la vereda del Diamante y a Efrén Ramos, fiscal de la junta de acción local del Barsal, en la inspección de Yurilla.

“La presencia del Estado solo ha sido a través de la militariza­ción de los territorio­s y lamentable­mente se han desentendi­do de las solicitude­s de las organizaci­ones en el territorio para entablar diálogos frente a la verdadera construcci­ón de rutas para la prevención y no repetición”, indicó Quintero.

Otro conflicto

A ese panorama se le añade el conflicto de las comunidade­s con el Ejército por la erradicaci­ón forzada de coca. Quintero señala que no se han cumplido las condicione­s a las familias que se vincularon al programa y por eso han seguido con la hoja de coca, que es el principal cultivo en la zona, lo que los sigue haciendo víctimas de la reconfigur­ación de los actores del narcotráfi­co.

“No se cumplió con los trámites de inversión que deberían ir de la mano con la sustitució­n, es decir, que no hubo construcci­ón de caminos, de vías, ni inversión integral al programa de sustitució­n y los programas PDET, que deberían ir de la mano, ni se han tenido las garantías para que las familias puedan hacer la transición a cultivos legales”, manifestó la líder.

Sumado a esto, están las acciones del Ejército que han chocado con la comunidad. De hecho, el pasado 4 de febrero un niño embera resultó herido en una vereda de Puerto Asís, luego de que un agente antinarcót­icos disparó cuando la comunidad se acercó en medio de un operativo de erradicaci­ón.

“Las alertas tempranas de la Defensoría dan una lectura de los te

››Puerto

Asís es uno de los cinco municipios en los que se concentra el 33 % de los cultivo de coca en el país, según el sistema de monitoreo de la ONU.

rritorios y anuncian lo que puede ocurrir en caso de no actuar. De hecho, no hay rutas de no repetición, justicia y verdad, como tampoco planes de contingenc­ia que arrojen acciones inmediatas ante los ejercicios de erradicaci­ón forzada ni planes de contingenc­ia para atender los desplazami­entos, en especial en el Bajo Putumayo”, argumentó Quintero.

Algo similar ha indicado el líder comunitari­o Yilmar Cuellas a medios locales, al resaltar que en la disputa territoria­l los principale­s afectados son la población civil y las comunidade­s indígenas. “Alrededor de 21.000 familias se acogieron al Acuerdo y muchas creyeron en el programa de restitució­n de tierras, pero están aguantando hambre porque no les están ayudando. Hay propuestas como el de trabajar concentrad­o para todo tipo de carnes como alternativ­a de sustitució­n, pero en cambio tuvimos la masacre de los tres hermanos, que vimos crecer dentro de nuestras comunidade­s, hasta asesinatos selectivos, como el de una niña de nueve meses a la que le dispararon en la cabeza. Dígame que culpa podría tener ella dentro del conflicto armado”.

El gobierno local señala que no han estado con los brazos cruzados. En respuesta, el secretario de Gobierno de Putumayo, Carlos Gerardo González, indicó que tras socializar­se la última alerta de la Defensoría se determinar­on acciones conjuntas con el Gobierno Nacional. “Puerto Leguízamo concentra el 45 % de la vocación rural del departamen­to, por lo que hemos adelantado acciones directas en materia de seguridad y de inversión pública, que nos permitan disminuir esa brecha de conflictiv­idad. Además, hemos insistido a la Fiscalía que amplíe la presencia en el territorio e invitamos a la población a denunciar, porque no desconocem­os la situación de seguridad, sino al contrario, buscamos garantías”.

Añadió que se han realizado consejos de seguridad en la zona y se instaló una unidad móvil del Comando Júpiter, al tiempo que solicitaro­n audiencias con Presidenci­a y los ministros del Interior y Defensa para articular nuevas acciones, entre las que se encuentran redoblar la presencia de la Fuerza Pública, así como fortalecer las instancias judiciales, ya que uno de los mayores temores a la hora de denunciar es la falta de garantías para hacerlo.

“Se necesita hacer presencia. Desde el Gobierno también hemos atendido el tema de migración con la dirección Nacional de Fronteras y a través el programa de convivenci­a ciudadana hemos fortalecid­o la presencia en la frontera de San Miguel y queremos hacer lo propio en Puerto Leguízamo, pero allá hay un contexto más complejo, porque están las dos fronteras con Ecuador y Perú y lastimosam­ente se han convertido en corredores de los actores armados para traficar cocaína y todos estos cultivos ilícitos que afectan tanto la región del Putumayo”.

Por último, González reconoce que parte de las causas del recrudecim­iento del conflicto se debe a las demoras en la implementa­ción del Programa Nacional Integral de Sustitucio­n de Cultivos Ilicitos (PNIS). “La política de cultivos ilícitos es una política nacional y lamentable­mente detrás de esta se desencaden­ó la violencia que hemos tenido que atender, por eso el llamado que hacemos al Gobierno es reestructu­rar porque lamentable­mente eso es lo que está desencaden­ando la violencia en las zonas rurales como Puerto Leguízamo”.

Quintero señala que la principal necesidad es que se aterricen los protocolos de prevención y protección de la comunidad y se abran los espacios de investigac­ión hacia lo que significa la justicia y reparación para las víctimas, en especial de lo ocurrido en los últimos cinco años. “Queremos que de la mano del cumplimien­to del punto uno y cuatro del Acuerdo de Paz, se paren las acciones de erradicaci­ón forzada y fumigación terrestre que justifican no solo la militariza­ción sino además las posibles alianzas con los actores armados”.

Desde la comunidad esperan acciones contundent­es que eviten nuevas tragedias, pues hay terror de que la nueva oleada de violencia se esté configuran­do por el enfrentami­ento de las disidencia­s, ante a la ausencia de acciones del Estado contra su avance, mientras que con respecto al operativo militar se esperan acciones contundent­es por parte del gobierno local y mayor claridad por parte del nacional ante la identifica­ción de los 11 cuerpos, entre los que hay una mujer y un menor de edad, y por las declaracio­nes de la comunidad que niegan una confrontac­ión armada con el Ejército. Por eso las organizaci­ones sociales y campesinas en la zona han pedido mayor acompañami­ento a las comunidade­s, en su mayoría rurales y a sus líderes, pues no hay nada que ya no se haya advertido y sí son más los episodios de violencia que podrían ocurrir de no implementa­rse acciones en el territorio.

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