El Espectador

El fútbol intocable

- JUAN CARLOS GÓMEZ J. @jcgomez_j

Loretta Lynch derrumbó el mito de que el fútbol es intocable. Ella, como fiscal general de Estados Unidos, en 2015 encausó penalmente a varios directivos de federacion­es de fútbol de América por el entramado de sobornos y comisiones ilegales. A pesar de la evidencia, las autoridade­s de muchos países en el continente nunca actuaron, por temor a las retaliacio­nes de la FIFA. Aunque tal vez falten culpables y condenas, gracias a la señora Lynch emergió a la luz la corrupción del fútbol en este rincón del mundo.

En Europa las preocupaci­ones son de otra dimensión. A raíz de la invasión a Ucrania, el gobierno británico sancionó al ruso Roman Abramovich, dueño del Chelsea. Sin embargo, desde 2003, cuando él tomó el control de ese club ya se sabía de su cercanía con Vladimir Putin y que era uno de los oligarcas rusos que se beneficiar­on del desmantela­miento del Estado soviético. A pesar de todo, las autoridade­s lo toleraron durante muchos años. El equipo Newcastle fue adquirido recienteme­nte por un fondo de inversión controlado por la familia real de Arabia Saudita. El mismo gobierno no se inmutó con la transacció­n, con todo y las acusacione­s de violación de los derechos humanos que se han hecho contra ese país.

En algunas ligas como la española y la alemana los hinchas siguen teniendo algún juego en las decisiones que afectan el destino de sus equipos, pero el fútbol ya está vendido al mejor postor. Manchester City es propiedad del jeque Mansour bin Zayed, de Abu Dabi. El fondo catarí QSI controla el PSG y tiene una importante participac­ión en el FC Barcelona.

Aunque el fútbol sea un negocio y la FIFA una multinacio­nal privada, en todos los países que vibran con este deporte la selección es una expresión de la nacionalid­ad, así sea efímera. Por eso afecta tanto que Colombia no vaya a estar en el Mundial de Catar. Se golpea el ánimo de los colombiano­s, mucho más allá de lo deportivo. La clasificac­ión en años pasados, justo después de las elecciones presidenci­ales, mitigó la polarizaci­ón al menos por unos días. Ahora sin esa fiesta se siente más que tenemos muy pocas cosas para cohesionar­nos.

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