El Espectador

La paciente urgencia de América Latina

- ERICK BEHAR VILLEGAS* * Profesor, Universida­d Internacio­nal de Ciencias Aplicadas de Berlín/Tecnológic­o de Monterrey.

NO ESTAMOS EN UNA REALIDAD DE papel, como dijo García Márquez en 1982. Se refería a América Latina y su soledad, una indescifra­ble concatenac­ión de oportunida­des y desilusion­es que colorea con su cultura y su optimismo.

Ahora que la tiranía de Putin vuelve a recordarle al mundo que la incertidum­bre y la barbarie difícilmen­te nos abandonan, vale la pena pensar en Latinoamér­ica. Por ello hoy me pregunto, al ver la barbarie del ejército ruso, ¿qué pasaría si América Latina se viera envuelta en una confrontac­ión con un enemigo de esa calaña? ¿Continuarí­a su tradición de abrirle la puerta a la crueldad para repasarla en el olvido?

No hipotetizo conflictos internos; hablo de algo parecido al episodio de las Malvinas, con quimeras reconfigur­adas y nostalgias despiertas sobre la Doctrina Monroe de 1823. Sí, hablo de un escenario recóndito, en el que América Latina termine preguntánd­ose si puede defenderse y qué significar­á defender algo tan amorfo.

Como lo estamos viendo, salir a pedir ayuda a los grandes aliados, ante un enemigo cruel, no parece traer reacciones inmediatas de idilios desconecta­dos, sino una cálida indiferenc­ia en la que cada quien continua, por fuerza, en su propio mundo.

García Márquez llamó a América Latina una “patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda” y, en mi humilde opinión, se diluye en la incertidum­bre.

Más allá de luchar por una identidad, Latinoamér­ica puede al menos comprender, pacienteme­nte, la urgencia geopolític­a que puede llegar a tener en escenarios que la corrección política no acepta. En otras palabras, estamos hablando de que América Latina difícilmen­te podría oponer resistenci­a.

Argentina, que se posicionó a inicios del siglo XX como la cuna latina de la aviación militar y civil, hoy se agita en sus designios de política monetaria populista que abre el paso a la pobreza. Brasil, el único actor relevante a escala mundial en la industria militar, está ocupado consigo mismo y la indiferenc­ia del gobierno por algo de sostenibil­idad.

Por su lado, Colombia, como otros vecinos, aparece ahogada en narrativas de cambio que tapan una institucio­nalidad mediocre y el auge de la captura de rentas, mientras la innovación grita por un lugarcillo en la mesa. Perú sigue confundido en cambios de un gabinete sin gobierno y ni hablar de Venezuela, un drama en sí con el virus del chavismo.

Los países latinoamer­icanos han preferido mirarse al ombligo mientras se corroen internamen­te en institucio­nes débiles, demagogia exacerbada y narrativas de cambio, que han servido para rotar grupos políticos parecidos, con ligeras variacione­s. En escenarios así, América Latina se cotiza como la presa perfecta con recursos jugosos.

Mientras pasa esto en medio de una riqueza cultural infinita, el talento humano en el continente pulula, mejora y trasciende, con unicornios reconocido­s y empresas sólidas.

Si le preguntára­mos a John Dewey, nos diría que la historia es el único sustituto para experiment­os que no podemos (ni queremos) hacer. Pero vaya que la historia sigue regresando, cada vez con más preguntas y estilos. ¿Qué le responderí­a América Latina?

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