¿Demasiados debates?
Los debates presidenciales son un gran aporte a la democracia, pero se deben tener en cuenta las reglas que aseguran su importancia y efectividad.
¿Sobre qué es esta elección? ¿Cuáles son las mayores preocupaciones de los votantes en el momento? ¿Qué los motiva? El tema esta vez no parece ser la paz, que fue el asunto clave en la elección de Andrés Pastrana y en la segunda de Santos y que de alguna manera siempre está en la agenda del debate. Ni la seguridad, que concentró las propuestas de Álvaro Uribe en sus dos victorias. La economía siempre es clave, y mas aún cuando el momento es negativo, el crecimiento es bajo y el desempleo alto, como lo son ahora, o cuando se sienten los efectos de una enfermedad inclemente y desconocida, como el coronavirus. Pero el énfasis de los candidatos no han sido estos temas. Al menos por ahora.
Y eso que si algo que ha caracterizado la competencia de este año, hasta el momento, es la proliferación de debates presidenciales. Una fórmula heredada, que se utiliza cada vez más. En Estados Unidos, la Comisión de Debates Presidenciales (una ONG) lidera su convocatoria y organización. Las fechas de los cuatro encuentros se conocen desde antes de comenzar las campañas, cuando ni siquiera se han llevado a cabo las convenciones de los partidos. Es decir, la fechas y metodología se definan antes de la escogencia de los candidatos. No hay posibilidad alguna de que favorezcan a alguno de los aspirantes.
En Colombia los debates proliferan desde hace años. Van en aumento, hasta el punto de que la campaña por la presidencia se concentra en estos eventos. Los organizan medios de comunicación, gremios o espacios académicos. Y cabe preguntar si semejante aumento en el número de debates no les quita fuerza y si eso es conveniente. Lo cierto es que se ven encuentros de candidatos a los que pueden faltar algunos de ellos. Como
hay tantos, los candidatos tienen legitimidad para escoger unos y no ir a otros. ¿No valdría limitar su número para resaltar su impacto e importancia?
En los países con dos vueltas, los debates más relevantes son los que se hacen antes de la batalla final. Un par de confrontaciones antes de la segunda vuelta. Un sistema así les da toda la relevancia y los convierte en momentos claves de la competencia electoral. ¿Será que la “debatitis” de primera vuelta los debilitará para la segunda?
La agenda 2022
Porque hay otra preocupación: ¿cuál es el tema clave de esta campaña? No parece que todavía estén claras las prioridades de los votantes. En elecciones anteriores, muchas veces quedó clara cuál era la motivación principal de los votantes y cuáles propuestas de los aspirantes eran las que mejor calaban. La vivienda sin cuota inicial, de Belisario Betancur; la bandera de la paz de Santos en la segunda vuelta, después de que Óscar Iván Zuluaga había ganado en la primera; eso para poner solo dos ejemplos que están en la memoria colectiva reciente. Pero no parece que en ninguna de las fórmulas mencionadas esté la clave sobre a quién favorecerá el electorado en la competencia de este año.
Tampoco la filiación partidista parece dar la clave. Eso es cosa del pasado. Hoy lo que está de moda no son los partidos (como el “liberal vota liberal” de la campaña de López Michelsen o el “dale rojo, dale” de Virgilio Barco). Las colectividades tradicionales se han desdibujado: su relevancia se limita a la competencia para el Congreso, y allí también está cayendo. A estas horas, el Partido Liberal no tiene un aspirante propio y en la última elección, hace cuatro años, el Conservador tampoco lo tuvo. En la actual campaña se han visto aspirantes que pasan de un lugar a otro. Definitivamente, no es la hora de los partidos que, después de participar (y perder espacio) en las votaciones del Congreso, han pasado a un segundo plano o a la irrelevancia en la competencia por la presidencia.
La pérdida de fuerza y relevancia de los partidos en la competencia por la presidencia —y poco a poco también en otros procesos electorales— ratifica la importancia de los debates. Solo que si no se hacen bien, pueden perder su enorme capacidad de mejorar el debate. Conviene aprender de otros países, como Estados Unidos, donde los debates presidenciales normalmente son claves y definitivos.
››A estas horas, el Partido Liberal no tiene un aspirante propio y en la última elección, hace cuatro años, el Conservador tampoco lo tuvo.