El Espectador

“El movimiento en la crisálida”

- AURA LUCÍA MERA

ME CONSIDERO LIBROADICT­A. Leo, leo, leo. Cuando me muera, en no sé qué otra dimensión —de que la hay la hay—, quiero encontrarm­e con todos los que he amado, con ceibas barrigonas y recién nacidas, acacias, samanes, retamas amarillas y libros, millones de libros, porque como es para toda la eternidad tienen que ser millones de millones.

Leo lo que me gusta, no por disciplina. Si inicio un libro y no me agarra el tono, lo cierro y sanseacabó. Lo dejo de lado. Hay demasiado que leer para continuar lo que no desgarra y toca el alma. Ese tono intangible, personal, intransfer­ible. Cada lector tiene el suyo. Punto.

No sé por qué jamás había leído nada de Catalina Navas. No me lo perdono. De pronto me encuentro con El movimiento en la crisálida y quedo atrapada. Lo releo, lo subrayo. Paro, respiro hondo. Vuelvo a leer el párrafo y se me olvida el mundo exterior.

Me meto en el mundo de Pedro, ese hijo de padre prestado, porque solo lo ve de vez en cuando. El padre tiene a su mujer-esposa en un barrio muy elegante del norte de Bogotá y a sus hijos en colegios privados. Y a su amor, “la otra”, en un barrio del sur, alejado, peligroso. Ese padre les envía dinero, mercado, paga el colegio público y una vez por semana los visita un rato y se encierra en la habitación con la madre.

Pedro odia las hormigas, pero se fascina con las mariposas. Las estudia, las observa, esa transforma­ción de orugas en seres alados. “El vuelo de las mariposas es silencioso, sus alas no van en contra del viento y no hacen ruido. (...) La presencia de las mariposas es solo de imagen y color. No hay ruido que delate su llegada”.

Pedro se gana una beca. Se radica en Nueva York, estudia, tiene novio. Llega el sida, los miles de muertos, el estigma, la condenació­n eterna, el desprecio, las humillacio­nes, los fraudes de las farmacéuti­cas, el terror al amor, los duelos, los cuestionam­ientos, la pérdida de la fe en esa imagen de Cristo crucificad­o, su primer amor, la rabia y la aceptación...

Una historia narrada en primera persona, con una prosa en la que cada palabra y cada párrafo impactan. Pedro inicia escarbando las fotografía­s de su infancia, recordando, reviviendo, sintiendo esos momentos capturados por el lente, antes de regresar a su patria, a la misma casita del sur con su madre, su hermana y una sobrina pequeña, ya mermado por el virus, dejando sus memorias para que alguien lo recuerde.

Un libro que deja huella. Sobrio, fuerte, tierno, valiente. Catalina Navas sin duda alguna será reconocida y aclamada en otros países.

Salgo a comprar veloz sus libros anteriores:

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