El problema carcelario
EL PRESIDENTE ANUNCIÓ UNA REforma integral al INPEC, cuyos alcances se desconocen. Eliminarlo y sustituirlo por otra entidad no es algo que se pueda hacer en lo poco que queda de este gobierno, ni es la solución a los problemas del sistema penitenciario, que son estructurales. La mayoría de nuestras cárceles son antiguas y están diseñadas con pocas ayudas tecnológicas para la vigilancia y el control de los prisioneros; eso obliga a los guardianes a un estrecho contacto con ellos, lo que a su vez facilita actos de corrupción que serían más difíciles de realizar si las cárceles fueran concebidas para que esas labores pudieran efectuarse desde habitáculos separados donde el personal de vigilancia estuviera seguro y dispusiera de instrumentos remotos para manipular las puertas de las celdas y monitorear a los reclusos.
Si todo se redujera a una cuestión de infraestructura, entonces tendrían razón los que proponen entregar la construcción y el manejo de las prisiones a los particulares, quienes a cambio de una suma mensual por cada recluso podrían migrar a edificaciones modernas y seguras. Dejando de lado el debate sobre si ese esquema puede terminar estimulando un mayor uso de la pena privativa de libertad para que las ganancias de esos empresarios aumenten, es importante que antes de dar ese paso se tenga claro qué es lo que se quiere construir, y eso significa saber para qué deben servir las cárceles y cuál es el propósito que deben cumplir las penas.
Si se acoge la postura de nuestras cortes en cuanto a privilegiar su función resocializadora, las prisiones deben contar con espacios suficientes para brindar educación y capacitación a los reclusos como una forma de prepararlos para su reincorporación a la sociedad. Como esa transición es paulatina, el cumplimiento de la sanción debería estar dividido en varios grados de tal manera que las condiciones de restricción de la libertad fueran más severas en los primeros y más leves en los últimos, para lo cual hace falta que la infraestructura sea acorde con ese modelo. No menos importante es contar con centros de reclusión separados para sindicados y condenados, así como para sujetos con diversos niveles de peligrosidad según la naturaleza de los delitos cometidos y las probabilidades de evasión.
Finalmente, el Estado debe estar en condiciones de ofrecerles opciones de trabajo a quienes cumplen su pena, porque solo de esa manera puede cerrarse el ciclo de la resocialización, como se ha venido ensayando con el proyecto de Casa Libertad y como se busca a través de la recién aprobada Ley de Segundas Oportunidades. Alguien podría decir que eso cuesta mucho dinero y que es preferible gastarlo en quienes no delinquen; eso es verdad. Lo ideal sería que el Estado invirtiera en reducir las diferencias sociales mejorando las condiciones de seguridad y el acceso a la educación, la salud, el trabajo y la justicia, porque de esa forma se pueden mermar los niveles de delincuencia. Pero, mientras ello ocurre, es necesaria una revisión estructural del sistema penitenciario para que cumpla con el propósito de ayudar a controlar la criminalidad, en lugar de ser una fuente de problemas adicionales.
Camino de hielo, Las mujeres de la Independencia y Correr la tierra.
Vuelvo de nuevo a El movimiento en la crisálida. A la cita de V. Nabokov: “Y un día por fin emerge el imago. Se preguntarán: ¿cómo será emerger como mariposa? Sin duda debe de experimentarse como una oleada de pánico en la cabeza, los estremecimientos de unas sensaciones extrañas y faltas de aliento (...) pero luego los ojos ven, en medio de raudales de sol, y la mariposa ve el mundo”. Pedro lo logró, batió sus alas y conoció la libertad.
‘‘Es
necesaria una revisión estructural del sistema penitenciario para que cumpla con el propósito de controlar la criminalidad, en lugar de ser una fuente de problemas adicionales”.