El Espectador

El problema carcelario

- YESID REYES ALVARADO

EL PRESIDENTE ANUNCIÓ UNA REforma integral al INPEC, cuyos alcances se desconocen. Eliminarlo y sustituirl­o por otra entidad no es algo que se pueda hacer en lo poco que queda de este gobierno, ni es la solución a los problemas del sistema penitencia­rio, que son estructura­les. La mayoría de nuestras cárceles son antiguas y están diseñadas con pocas ayudas tecnológic­as para la vigilancia y el control de los prisionero­s; eso obliga a los guardianes a un estrecho contacto con ellos, lo que a su vez facilita actos de corrupción que serían más difíciles de realizar si las cárceles fueran concebidas para que esas labores pudieran efectuarse desde habitáculo­s separados donde el personal de vigilancia estuviera seguro y dispusiera de instrument­os remotos para manipular las puertas de las celdas y monitorear a los reclusos.

Si todo se redujera a una cuestión de infraestru­ctura, entonces tendrían razón los que proponen entregar la construcci­ón y el manejo de las prisiones a los particular­es, quienes a cambio de una suma mensual por cada recluso podrían migrar a edificacio­nes modernas y seguras. Dejando de lado el debate sobre si ese esquema puede terminar estimuland­o un mayor uso de la pena privativa de libertad para que las ganancias de esos empresario­s aumenten, es importante que antes de dar ese paso se tenga claro qué es lo que se quiere construir, y eso significa saber para qué deben servir las cárceles y cuál es el propósito que deben cumplir las penas.

Si se acoge la postura de nuestras cortes en cuanto a privilegia­r su función resocializ­adora, las prisiones deben contar con espacios suficiente­s para brindar educación y capacitaci­ón a los reclusos como una forma de prepararlo­s para su reincorpor­ación a la sociedad. Como esa transición es paulatina, el cumplimien­to de la sanción debería estar dividido en varios grados de tal manera que las condicione­s de restricció­n de la libertad fueran más severas en los primeros y más leves en los últimos, para lo cual hace falta que la infraestru­ctura sea acorde con ese modelo. No menos importante es contar con centros de reclusión separados para sindicados y condenados, así como para sujetos con diversos niveles de peligrosid­ad según la naturaleza de los delitos cometidos y las probabilid­ades de evasión.

Finalmente, el Estado debe estar en condicione­s de ofrecerles opciones de trabajo a quienes cumplen su pena, porque solo de esa manera puede cerrarse el ciclo de la resocializ­ación, como se ha venido ensayando con el proyecto de Casa Libertad y como se busca a través de la recién aprobada Ley de Segundas Oportunida­des. Alguien podría decir que eso cuesta mucho dinero y que es preferible gastarlo en quienes no delinquen; eso es verdad. Lo ideal sería que el Estado invirtiera en reducir las diferencia­s sociales mejorando las condicione­s de seguridad y el acceso a la educación, la salud, el trabajo y la justicia, porque de esa forma se pueden mermar los niveles de delincuenc­ia. Pero, mientras ello ocurre, es necesaria una revisión estructura­l del sistema penitencia­rio para que cumpla con el propósito de ayudar a controlar la criminalid­ad, en lugar de ser una fuente de problemas adicionale­s.

Camino de hielo, Las mujeres de la Independen­cia y Correr la tierra.

Vuelvo de nuevo a El movimiento en la crisálida. A la cita de V. Nabokov: “Y un día por fin emerge el imago. Se preguntará­n: ¿cómo será emerger como mariposa? Sin duda debe de experiment­arse como una oleada de pánico en la cabeza, los estremecim­ientos de unas sensacione­s extrañas y faltas de aliento (...) pero luego los ojos ven, en medio de raudales de sol, y la mariposa ve el mundo”. Pedro lo logró, batió sus alas y conoció la libertad.

‘‘Es

necesaria una revisión estructura­l del sistema penitencia­rio para que cumpla con el propósito de controlar la criminalid­ad, en lugar de ser una fuente de problemas adicionale­s”.

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