“Alma mater”
Oí el parlamento del personaje dialogando con su interlocutora, en ese bajo tono salpicado de procacidad, explicándole, cual docto maestro, las primeras letras de su teoría acerca de cómo funciona su aceitado mundo, entendido este desde su ámbito de influencia; inmediatamente me trasladó a las primeras páginas de la novela El padrino, en las que don Vito Corleone, con la tranquilidad de un viejo león, atendía durante una fiesta familiar a Amerigo Bonasera, humilde panadero que venía a suplicar al patriarca el ejercicio de sus efectivos servicios de venganza privada. Pero esta vez no se trataba de ficción. Era el prosaico diálogo del rector de una importante universidad, sostenido descaradamente con una fiscal traída ante su presencia como si fuere subordinada suya. La escena, filtrada por la radio, desnudó la cotidianidad de un proceder por algunos ya anunciado antes.
Que la universidad se comporte como empresa es una cuestión debatible que ha agitado diversas opiniones. Quizás una de las más relevantes es la del pensador Nuccio Ordine, vertida a través de su refrescante ensayo La utilidad de lo inútil, en el cual fustiga con demoledores argumentos el modelo utilitarista de la academia, fruto de las democracias comerciales, que descansa bajo las relaciones estudiantes-clientes, profesores-burócratas. Corporaciones del saber que ensamblan en cadena de montaje, bajo la dictadura del tiempo, la eficiencia y el lucro, productos en serie dispuestos para el ejercicio del consumo, con el doloroso sacrificio de la creación y hasta de la belleza. Panorama apocalíptico que en breve tiempo hará desaparecer del paisaje de la cultura la biblioteca, los clásicos, las lenguas del pasado, entre otros, y sobre todo ese tiempo privilegiado indispensable para cultivar lo aparentemente inútil, ancestral huerta fértil donde por serendipia ha florecido la ciencia. Pero que la cabeza de alguna universidad llegue al extremo de comportarse bajo los oscuros códigos de la omertà, además de la alarma que este descubrimiento produce, obligándonos a un profundo examen acerca de su función educadora, también nos potencia a intentar encontrar alguna causa de explicación del fenómeno. Me aventuro a pensar que medio siglo de narcotráfico por el que hemos transitado, período que coincide con los 50 años del estreno de la película El padrino, pudo no haber pasado inane por la vida social sin producir transformaciones en la manera de ser y obrar de sus miembros. Así, sin darnos cuenta, nos cambió la estética, el lenguaje, la moda, los gustos, la economía, la agricultura, la guerra, el mérito, la política y cuantas relaciones más podamos imaginar. Ese “dime cómo produces y te diré cómo eres” se concreta en un algoritmo, cuyo desarrollo no necesariamente coincide con la decencia.
Enrique Martínez Sánchez.
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