El Espectador

Colombia, el país en el que dan ganas de matarse

- CLAUDIA MORALES* * Periodista. @ClaMorales

LAS PENAS DEL JOVEN WERTHER ES una novela que fue publicada por el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe en 1774. Allí, el protagonis­ta se suicida por amor y con esa decisión en la ficción arrancan una serie de suicidios, también por amor, que llevan a que un año después el libro sea censurado en varios países.

Goethe fue un exponente magnífico del Romanticis­mo que, entre muchas cosas, encontró en el suicidio un acto supremo que se buscaba luego del convencimi­ento de que ante un mundo individual tormentoso y miserable nada podía ser motivo para vivir.

El suicidio es un tema que ha estado presente en todas las eras de la historia. Werther en la novela (hace dos siglos y medio) o en la vida real Sócrates, Virginia Woolf, Marilyn Monroe, Alfonsina Storni, Robin Williams, Kurt Cobain, por citar unos pocos ejemplos, fueron objeto —y lo siguen siendo— de análisis filosófico­s, sociológic­os y médicos; por obvias razones, sus muertes acaparan con frecuencia los titulares del mundo.

Esta columna no juzga a quien se suicida o ha pensado en hacerlo. La finalidad es destacar que en Colombia el suicidio es un problema gravísimo de salud pública y nuestra sociedad debería ser capaz de detenerse a pensar en ello sin necesidad de buscar nombres de famosos para atender esta urgencia.

Una investigac­ión de Gestarsalu­d revelada el 29 de marzo pasado indica que en Colombia “el suicidio cobra una vida cada tres horas y ocho cada día, a tal punto que el año pasado se registró la mayor mortalidad conocida por suicidio en el país”. En 2021 se registraro­n 2.962 suicidios, “la mayor cifra de la historia”, de acuerdo con las declaracio­nes entregadas por el director del DANE, Juan Daniel Oviedo, a Gestarsalu­d.

Las cifras del informe muestran que en los últimos 10 años el número anual de muertes por suicidio se incrementó en 44 % y concluye que la problemáti­ca tiene más frecuencia en la población joven: “El 37,5 % de todos los registrado­s el año pasado ocurrieron en personas entre los 15 y los 29 años de edad”.

Otra investigac­ión de Gestarsalu­d publicada el año pasado, titulada “Salud mental en Colombia, al borde del abismo”, analiza el recrudecim­iento de las enfermedad­es mentales como consecuenc­ia del COVID-19 y explica que “la ideación suicida suele desencaden­arse luego de episodios depresivos y es el paso previo al intento de suicidio”. Los especialis­tas alientan la consulta con los sicólogos y siquiatras como medida para controlar y sanar los trastornos.

2.962 personas en Colombia decidieron matarse en 2021. Si algún lector tiene un ser amado o conocido dentro de esa cifra fría y horripilan­te, sentirá el desasosieg­o y la tristeza propios de la cercanía. Para los demás, ¿esa cifra qué representa?

Es una verdad mundial que la pandemia potenció la enfermedad mental e incrementó el número de personas que decidieron suicidarse. Pero no nos llamemos a engaños: en Colombia hay muchas razones para querer matarse. No es normal, por ejemplo, que el 54 % de la población no tenga garantizad­o el consumo de alimentos diarios o que 500.000 niños menores de cinco años sufran desnutrici­ón crónica, como lo reveló el reportaje de El Espectador titulado “Una olla sin fondo: las consecuenc­ias del hambre que padece la mitad de Colombia”. ¿Cuántos suicidios se producen por la angustia de sentir las tripas pegadas al estómago todos los días?

Eso, sumado a los factores hereditari­os y a las crisis por diversos temas que golpean el cerebro sin importar la clase social, es una gran tragedia. Y la indolencia menos ayuda.

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