El Espectador

Lotería diplomátic­a

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO * * Periodista y documental­ista colombiano radicado en Japón.

Con el fin de dilucidar cuántos sacos de café es necesario vender para ser nombrado embajador en Japón, aprovecho la visita a Tokio de Roberto Vélez, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC) y anterior jefe de la legación colombiana en esta capital. En los últimos 25 años, cinco de los siete embajadore­s de Colombia en Tokio tenían vínculos profesiona­les con la FNC o eran familiares de directivos de la que se presenta en su página web como “una de las organizaci­ones no gubernamen­tales rurales más grandes del mundo”.

Japón empezó a recibir representa­ntes de la FCN hace setenta años, cuando en este archipiéla­go, devoto del té verde sin azúcar, nadie apostaba por el oscuro brebaje elegido por Audrey Hepburn para desayunar frente a Tiffany. Por ese entonces, muy cerca de Tiffany, en el número 437 de la avenida Madison de Nueva York, una agencia de publicidad contratada por la FNC replicaba para el café el éxito mundial del hombre Marlboro con un campesino latino, de sombrero, bigotudo y bonachón, acompañado de una mula. Fue una de las más exitosas campañas de denominaci­ón de origen y de marca país del siglo XX. El caficultor, Juan Valdez, y el eslogan “100 % café de Colombia” ayudaron a poner en el mapa la procedenci­a del grano y elevaron su fama y su precio.

Hoy los japoneses son los terceros bebedores mundiales de café colombiano y los ejecutivos de la FNC tienen unas merecidas y espaciosas oficinas en el primer piso de la Embajada de Colombia en Tokio. Además, “con solo subir dos pisos”, al despacho del embajador entra y se posesiona un experto en Japón, me dice el gerente general de la FNC cuando le menciono los nombramien­tos de ejecutivos que suelen ser buenos negociador­es, pero no provienen de la carrera diplomátic­a.

Aunque es consciente de que existe un ministerio donde se forman profesiona­les cuya extensa carrera exige más de dos décadas para llegar a ser embajador, asegura que la FNC “le ha ahorrado a Colombia un montón de plata” al evitar el envío de funcionari­os que tienen que empezar desde cero a conocer los rudimentos de este país, famoso por su singularid­ad.

Cuando le pregunto por la posibilida­d de una cantera diplomátic­a mundial vinculada a las ventas de café, Roberto Vélez me recuerda que la FNC solo tiene tres oficinas fuera de Colombia. Después de felicitarl­o por la condecorac­ión de la Orden del Sol Naciente, que le envió a Bogotá el emperador Naruhito el mes pasado, salgo pensando en los estudiante­s de Diplomacia para los cuales ser embajador seguirá siendo una lotería cuyos billetes muy pocos saben dónde se compran.

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