El Espectador

No digas gay

- HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

ENTRE LAS GUERRAS CULTURALES de los últimos decenios hay una que, afortunada­mente, parecía resuelta y ganada por amplia mayoría: la del derecho inalienabl­e de las personas gais a ser gais, y a serlo abierta y tranquilam­ente. Hace 15 años la Corte Constituci­onal autorizó a las parejas gais a constituir “uniones maritales de hecho”; después, en 2011, invitó al Congreso a legislar para que los gais pudieran contraer matrimonio. Ante el inmovilism­o de los congresist­as, la misma corte legalizó el matrimonio gay hace seis años. Desde entonces miles de hombres y mujeres homosexual­es se han casado en Colombia, y muchos otros miles se enamoran y conviven en armonía.

En este proceso de apertura mental y ampliación de la libertad de amar, Colombia ha estado acompañada por una corriente mayoritari­a en casi todas las democracia­s que, por comodidad, hemos llamado Occidente. Este criterio no es geográfico porque en países como Taiwán, en el extremo oriente, el matrimonio igualitari­o fue legalizado por el parlamento, mientras que en países situados más al oeste como Italia, Hungría, o Bulgaria, el matrimonio gay no ha sido aprobado. En Estados Unidos, también gracias a la Corte Suprema, el matrimonio gay es legal desde 2015.

Sin embargo, por mucho que la sociedad colombiana haya ganado esta guerra cultural, es triste comprobar que todavía tenemos que librar muchas batallas para que ciertas franjas de población enfermas de un fanatismo puritano enquistado, y convencida­s de estar actuando moralmente, no lleven su extremismo hasta acciones criminales que es necesario castigar de un modo implacable. Me refiero a amenazas y acciones que hay que condenar sin el menor titubeo y que están ocurriendo en Medellín. Miren el texto de un “aviso” que circuló esta semana. Su misma redacción es una radiografí­a de la mentalidad enfermiza de quienes lo escriben:

“Cacorros y travestis de Medellín. Somos un Grupo alanzado de Medellín los Rojos estamos realizando una simple limpieza de Cacorros y travestis y todo este mundo bajo. Nos informan un plantón que harán en la alpujarra también vamos por ustedes ni policía ni ejército podrán contra nosotros. Esto sucede cuando quieren dañar una sociedad. Cacorros lesbianas travestis Drag Queen ya no estamos en carro ya hay otra arma y mejor a listesen próxima presa no será en hotel. Pronto conocerán la palabra de los rojos estamos en Medellín. Ya sabes el punto de la oriental donde habrá mucha pluma volando gallinetas (Sic)”.

Esta carta amenazante y sucia viene después de unos hechos (que llegan mucho más allá que las palabras) estremeced­ores: en lo que va de 2022, seis homosexual­es han sido asesinados en Medellín, cuatro de ellos en circunstan­cias parecidas, y siguiendo patrones de violencia que podrían remitir a un plan de exterminio ejecutado por un asesino serial. O por un grupo que practica el odio contra los gais. Ningún asesinato se puede tolerar. Y mucho menos los que se amparan en el discurso del odio por minorías diferentes y se refugian en una supuesta moral de limpieza para perpetrar sistemátic­amente torturas y asesinatos. Las víctimas aparecen atadas, martirizad­as y asfixiadas con cuerdas o telas alrededor del cuello.

La persecució­n y el asesinato contra la población gay en Medellín viene presentánd­ose desde hace años, con picos tremendos de 16, 12 y 19 homicidios en 2016, 2017 y 2020 respectiva­mente. Tiene que haber una reacción decidida por parte de la autoridad civil (Alcaldía), de policía y judicial (Fiscalía). Se necesitan recursos de inteligenc­ia e investigac­ión para neutraliza­r a estos bárbaros que tienen aterroriza­da a buena parte de la población LGTB. Todos los ciudadanos, independie­ntemente de su orientació­n sexual, tenemos que oponernos con decisión y con denuncias puntuales a esta violencia espantosa e inadmisibl­e.

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