El Espectador

Nostalgia de Kiev

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Ahora que las famosas compañías de ballet de Ucrania sobreviven dando giras en países de refugio como Francia, leemos en el libro El camino que abrimos, de la excancille­r María Emma Mejía, que en su juventud quería irse a la Unión Soviética, a la capital ucraniana, a hacer del ballet una profesión. “Para mi mamá, Sophy Vélez Pérez, paisa y católica y además del Opus Dei, era una opción inaceptabl­e para una señorita. A mi papá, Luis Mejía Arango, quien habría preferido que yo naciera niño, le aterraba la posibilida­d de que mis sueños estuvieran compuestos solo de piruetas. Pero lo cierto es que no eran sueños gratuitos, pues había quedado finalista para una beca en la Kiev School of Ballet. Abierta la posibilida­d de convertirm­e en bailarina profesiona­l, entendiero­n que iba en serio. Pero para ellos era impensable que una de sus hijas, la menor, fuera a hacer su vida bailando, por más danza clásica que fuera. Fue a los diecisiete, mientras estaba en último año de bachillera­to, cuando el maestro Pikieris nos escogió a cuatro bailarinas y a su hijo Janis —mucho menor que nosotras y quien ha hecho una brillante carrera en la danza clásica— para que hiciéramos en Cali una prueba para el sistema de becas de la Unión Soviética con destino a la Kiev School of Ballet”. Pero los papás de la exministra prefiriero­n mandarla con pasaje de ida y vuelta, por un año, a Lisbon, Estados Unidos, en el estado de Nueva York, “el sitio más lejano de una academia de ballet, o más lejano de cualquier otra cosa”.

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