Ni humanidad ni dignidad
TANTO COMO LA EVIDENCIA DE LA flagrante violación de derechos humanos en Putumayo, duele la insultante tozudez del Gobierno y autoridades militares al tratar de tapar el sol con un dedo.
Insistir, del presidente para abajo, en que se trató de una labor de inteligencia no solo deja mal parado a todo el cuerpo castrense, ya cuestionado en esas lides, sino que además insulta el ejemplar trabajo periodístico de los medios que vuelven a demostrar su eficiencia como contrapoder. Y de paso insulta a los ciudadanos que esperan explicaciones, disculpas y el transparente juicio de responsabilidades, como correspondería a quienes dicen defender la institucionalidad.
En vez de aclarar, enturbia el insensible argumento de que no es la primera vez que caen mujeres embarazadas o menores de edad, exhibido por el comandante del Ejército para tratar de justificar un operativo contra civiles revictimizados.
No solo es la pretensión de echarle tierra a una acción fallida, sino la reivindicación de una política de seguridad que fracasó las dos últimas décadas, contrariando el derecho de gentes, el DIH y el sentido común.
Le deja a la tropa el mensaje de que no hay reglas, castigos ni límites cuando se trata de mostrar resultados o de ocultar fracasos que entrañan la pérdida de vidas humanas, acudiendo a realidades alternativas, seudopruebas o escenas alteradas para construir una versión que no cabría sino en la ficción borgiana de la historia universal de la infamia.
Pero tampoco se trata de anunciar investigaciones y eventuales penas a mandos medios o bajos sin que el presidente, el mindefensa, el comandante del Ejército y los oficiales a cargo asuman algo más que “responsabilidad política”. No solo el cargo y las labores concomitantes les quedaron grandes, sino que dejan ver que no tienen una pizca de humanidad ni de honor para estar en ellos.