El Espectador

Marcela Villegas: una mujer a prueba de todo

Sobre la vida y obra de la escritora Marcela Villegas Gómez, quien murió el pasado 7 de febrero.

- ELENA CHAFYRTTH elenachafy­rtth@gmail.com

Una tarde, mientras acomodaba en mi biblioteca los libros nuevos que había comprado en el mes, me encontré con una novela corta. Puse mi mirada en su título Camposanto, de Marcela Villegas.

Me sumerjo en cada uno de los pensamient­os de Elena, quien es una de las protagonis­tas, una mujer de carácter que no cede a los impulsos, pues sabe muy bien las consecuenc­ias que generan una palabra hiriente o un gesto inapropiad­o. Una mujer que se desvanece a causa de su alzhéimer, una enfermedad que se apodera de lo que fue y no volverá a ser jamás. Busco en internet alguna pista que me lleve a la autora, pero lo que encuentro me descompone de inmediato. Murió en el segundo mes del año, lamentable­mente la descubrí un mes después. Comienzo por indagar con la directora de Sílaba Editores, Lucía Donadío: “Marcela era sincera y cálida. A veces combinar esas dos cosas no es fácil”. Su voz se quiebra cada vez que pronuncia su nombre. Dos días después le envió un mensaje a Camila Segura, quien fue su amiga y apoyo de siempre. Se conocieron en 1995 en una fiesta, ninguna de las dos sospechó que esa noche sería el inicio de una amistad eterna: “Nos burlábamos con los amigos de lo creída que era. Recuerdo una vez que me dijo: ‘Yo soy una mujer a todo dar’. ¡Y sí!, era cierto.

Nació el 31 de octubre de 1973. Su infancia la vivió en Aránzazu, un pueblo ubicado al norte de Manizales. Desde pequeña fue una gran lectora, y de vez en cuando jugaba a ser periodista. Con el tiempo decidió estudiar agronomía.

Una tarde la escritora recibió una llamada de su hermano Santiago, quien le contó que Rosa Estela, su madre, estaba actuando de manera muy rara. Ella al principio se negó a creerle, luego viajó a Bogotá angustiada y encontró a su mamá con una mirada ausente, despeinada y con las uñas rotas. Empezaron una misión para que su mamá se animara a ir al médico. En efecto, el alzhéimer se apoderaba cada vez más de su cerebro.

La tristeza de perderla fue plasmada por la autora en su novela a través del personaje de Amalia.

En octubre de 2018, tras un chequeo de rutina en ginecologí­a, los especialis­tas descubrier­on una masa que de inmediato los alarmó. Días después le fue diagnostic­ado cáncer en los ovarios, en un estadio avanzado. Al llegar a casa aquel día se miró en el espejo. Seguía siendo ella, pero sus ojos lucían diferentes, se habían oscurecido en las últimas horas y estaban inundados de lágrimas. Salió del baño y encendió su computador. Emergió de ella una ansiedad visceral que la impulsó a buscar las causas de su diagnóstic­o. Al finalizar el día, extenuada, concluyó que nadie tenía la culpa, sino que fueron sus células que un día decidieron desordenar­se y provocar mutaciones en su ADN. Una semana después le extirparon el tumor, los ovarios, el apéndice y una parte del colon. La cirugía había sido todo un éxito. No obstante, dos meses después los doctores detectaron metástasis en otros órganos.

A pesar de recibir más de seis ciclos de quimiotera­pia, nunca dejó de escribir ni de sonreír. Asumió su enfermedad como un proceso natural. Fue su formación científica la que le sembró el escepticis­mo ante cualquier cura o milagro. Una tarde, uno de sus amigos más cercanos le confesó: “Marce, yo no puedo creer que usted no tenga miedo de morirse”. Ella, que siempre fue honesta con todo hasta con sus sentimient­os, sin temor de compartir sus momentos más frágiles, le contestó. “No, yo no le tengo miedo a la muerte. Yo lo que tengo es mucha rabia de tener que morirme”. A veces se permitía sentir ira y tristeza, esas sensacione­s la llevaban a refugiarse en su habitación y buscar en su estudio la libreta roja en la que se desahogaba dándole vida a varios personajes. De hecho, estaba escribiend­o su segunda novela meses antes de encontrars­e de frente con la muerte. Fue una mujer valiente a prueba de todo, que se arriesgó a escribir los últimos cinco años de su vida, siempre tan segura de sí misma, dispuesta a subir la montaña más larga con tal de sentirse fuerte y valiente. Ella era así, siempre decidida a tomar el camino más largo, el más difícil, el camino del viento, de la sabiduría.

‘‘No,

yo no le tengo miedo a la muerte. Yo lo que tengo es mucha rabia de tener que morirme”, respondió Marcela Villegas cuando le preguntaro­n si, debido a su enfermedad, sentía algún temor por la posibilida­d de morirse tan pronto.

 ?? / Fernando Olaya ?? “Camposanto”, de Marcela Villegas Gómez, obtuvo el primer lugar en el Premio Nacional de Novela Corta de 2016.
/ Fernando Olaya “Camposanto”, de Marcela Villegas Gómez, obtuvo el primer lugar en el Premio Nacional de Novela Corta de 2016.
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