Los aires están acondicionados
ES CASI MUY FRÍO EL AIRE EN ALmacenes, bancos, hoteles y oficinas de la mayoría de ciudades en Colombia que tienen, a diferencia de Bogotá, climas (muy) cálidos. Esta es también la situación en muchos de los hogares de clases medias y altas. En general, las ventas de aires acondicionados suben anualmente en la medida en que estos están más disponibles en almacenes de cadena, pueden pagarse en cuotas y han bajado de precio. Hace algunos años representantes de la Asociación Colombiana del Acondicionamiento del Aire y de la Refrigeración (Acaire) informaron cómo no sólo crece el uso de aires en los hogares, sino también en industrias y oficinas en “todas las zonas del país”. “Es bien sabido que el aire acondicionado es un elemento a favor de la productividad”, afirmó la asociación gremial.
De manera quizá paradójica, hoy sabemos que los aires acondicionados funcionan en parte ventilando aire caliente al exterior, por lo que de cierta manera aumentan la temperatura del lugar donde se encuentran. Sabemos además que el uso de estos aires impacta el ambiente, ya que mientras aumenta el uso del aire acondicionado no sólo en ciudades colombianas, la electricidad utilizada para hacerlo funcionar sobrecargará las redes eléctricas y aumentará las emisiones que calientan el planeta. Y conocemos, así mismo, los efectos del calentamiento global que llevarán a un mayor uso de aires acondicionados.
Por último, somos conscientes de que las consecuencias y las causas del daño ecológico a nivel mundial están distribuidas de manera muy desigual. Mientras Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido son responsables de la mayoría de los daños ecológicos globales, son los países con menores recursos los que se verán más afectados. Esta desigualdad está calcada en la escala nacional y urbana. Es decir que aquellos con mayores ingresos son principalmente responsables del daño ecológico, pero no serán quienes lo sufran.
En ciudades como Barranquilla o Cartagena, son los barrios con menos acceso a empleo, más densos y sin sistemas de drenaje los que viven de manera directa la extensión de las inundaciones durante los periodos invernales, los daños en viviendas y en vías, y la mayor presencia de zancudos. Estos no son los barrios que concentran el consumo de electricidad. No son los conjuntos residenciales en los que a mediodía no hay aire que no esté prendido.
De estos patrones de consumo hablamos, sin embargo, poco. Concentrados sobre todo en grandes reformas de infraestructura de mitigación de riesgos, no ponemos los ojos sobre las rutinas más entrelazadas con la vida en el hogar y el trabajo. Estas serán sin duda las más difíciles de cambiar. Promesas de transición energética pasan frecuentemente por alto hasta qué punto las infraestructuras y tecnologías están integradas en la textura de la vida cotidiana. En lo que consideramos bienestar. Es por esto que al pensar en la descarbonización no podemos pensar solamente en aumentar la eficiencia o cambiar un combustible por otro. Como nos lo muestra el ejemplo con los aires, planear un futuro con menos emisiones de carbono implicará casi con certeza cambios en lo más íntimo: en el hogar y las ideas asociadas a la comodidad.