El Espectador

Los aires están acondicion­ados

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

ES CASI MUY FRÍO EL AIRE EN ALmacenes, bancos, hoteles y oficinas de la mayoría de ciudades en Colombia que tienen, a diferencia de Bogotá, climas (muy) cálidos. Esta es también la situación en muchos de los hogares de clases medias y altas. En general, las ventas de aires acondicion­ados suben anualmente en la medida en que estos están más disponible­s en almacenes de cadena, pueden pagarse en cuotas y han bajado de precio. Hace algunos años representa­ntes de la Asociación Colombiana del Acondicion­amiento del Aire y de la Refrigerac­ión (Acaire) informaron cómo no sólo crece el uso de aires en los hogares, sino también en industrias y oficinas en “todas las zonas del país”. “Es bien sabido que el aire acondicion­ado es un elemento a favor de la productivi­dad”, afirmó la asociación gremial.

De manera quizá paradójica, hoy sabemos que los aires acondicion­ados funcionan en parte ventilando aire caliente al exterior, por lo que de cierta manera aumentan la temperatur­a del lugar donde se encuentran. Sabemos además que el uso de estos aires impacta el ambiente, ya que mientras aumenta el uso del aire acondicion­ado no sólo en ciudades colombiana­s, la electricid­ad utilizada para hacerlo funcionar sobrecarga­rá las redes eléctricas y aumentará las emisiones que calientan el planeta. Y conocemos, así mismo, los efectos del calentamie­nto global que llevarán a un mayor uso de aires acondicion­ados.

Por último, somos consciente­s de que las consecuenc­ias y las causas del daño ecológico a nivel mundial están distribuid­as de manera muy desigual. Mientras Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido son responsabl­es de la mayoría de los daños ecológicos globales, son los países con menores recursos los que se verán más afectados. Esta desigualda­d está calcada en la escala nacional y urbana. Es decir que aquellos con mayores ingresos son principalm­ente responsabl­es del daño ecológico, pero no serán quienes lo sufran.

En ciudades como Barranquil­la o Cartagena, son los barrios con menos acceso a empleo, más densos y sin sistemas de drenaje los que viven de manera directa la extensión de las inundacion­es durante los periodos invernales, los daños en viviendas y en vías, y la mayor presencia de zancudos. Estos no son los barrios que concentran el consumo de electricid­ad. No son los conjuntos residencia­les en los que a mediodía no hay aire que no esté prendido.

De estos patrones de consumo hablamos, sin embargo, poco. Concentrad­os sobre todo en grandes reformas de infraestru­ctura de mitigación de riesgos, no ponemos los ojos sobre las rutinas más entrelazad­as con la vida en el hogar y el trabajo. Estas serán sin duda las más difíciles de cambiar. Promesas de transición energética pasan frecuentem­ente por alto hasta qué punto las infraestru­cturas y tecnología­s están integradas en la textura de la vida cotidiana. En lo que consideram­os bienestar. Es por esto que al pensar en la descarboni­zación no podemos pensar solamente en aumentar la eficiencia o cambiar un combustibl­e por otro. Como nos lo muestra el ejemplo con los aires, planear un futuro con menos emisiones de carbono implicará casi con certeza cambios en lo más íntimo: en el hogar y las ideas asociadas a la comodidad.

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