Los heterosexuales necesitan mejores reglas para el sexo
SI HABLAN SOBRE SEXO CON JÓVENES, tal vez perciban un malestar incómodo.
Casi la mitad de los adultos estadounidenses —y una mayoría de mujeres— dicen que salir con alguien en una cita se ha vuelto mucho más difícil en los últimos 10 años. Según el Centro de Investigaciones Pew, la mitad de los adultos solteros decidieron dejar de buscar una relación o salir con otras personas. Los índices de actividad sexual, relaciones y matrimonio alcanzaron un nivel históricamente bajo, que no se había visto en 30 años, encabezado por los adultos jóvenes.
Cuando entrevisté a decenas de personas para mi libro sobre sexo y relaciones, encontré que las mujeres hablaron de sus experiencias sexuales en términos viscerales: encuentros que terminaron en actos inesperados y alarmantes —como un estrangulamiento u otro tipo de violencia sexual inspirada en la pornografía— a los que no se resisten ya sea porque las toman por sorpresa o por resignación. Después de todo, si se otorga el consentimiento, no se puede justificar la protesta.
La vida amorosa siempre ha sido difícil. Pero ahora, entre los solteros heterosexuales en busca de pareja, el panorama general se ha vuelto menos juguetón y más depresivo, y se convierte, como lo denomina la escritora Asa Seresin, en “heteropesimismo”, un sentimiento que “suele manifestarse como arrepentimiento, vergüenza y desesperanza sobre la experiencia heterosexual”. Se trata de una postura analgésica que los jóvenes utilizan para evitar el sentimiento de tristeza por su falta de control y reiterada decepción, o para reconocer de plano el horror omnipresente de una cultura sexual que no es adecuada para su felicidad.
Este pesimismo llega en un momento en el que se podría esperar lo opuesto. Después de todo, se podría decir que estamos viviendo la era de oro de la libertad sexual. La edad promedio del primer matrimonio está aumentando; es más aceptable que nunca permanecer soltero o buscar una variedad de estilos de relaciones. La mayoría de las personas no critican el sexo premarital; las mujeres tienen una amplia gama de métodos anticonceptivos a su disposición y a veces incluso de manera gratuita. La positividad sexual se celebra en los círculos progresistas, en los que se promueve aventurarse en lo sexual y la inhibición se ve mal. Hemos traspasado las murallas de la represión y el muro de silencio que nos impedía expresar nuestra sexualidad se ha derrumbado casi por completo.
Se suponía que olvidarnos de las viejas reglas y cambiarlas por la norma del consentimiento nos daría la felicidad. En cambio, muchos se sienten algo… perdidos.
“Uno de los placeres más importantes es la intimidad sexual”, me explicó la eticista y catedrática de la Universidad de Washington Fannie Bialek cuando le pregunté por qué sucedía esto, es “sentir que tienes la posibilidad de lo inesperado… pero no en exceso”.
Sin embargo, en la actualidad, me dijo Bialek, muchos “experimentan interacciones mucho más inesperadas en un contexto sexual que en una cena”. Debido a nuestra falta de disposición a reconocer un conjunto compartido de normas en el sexo más allá del consentimiento, nuestra cultura sexual puede sentirse dolorosamente desvinculada.
Es fácil ver cómo una regulación social demasiado estricta causó daños en el pasado; por algo se dio la revolución sexual. Sin embargo, podemos reconocer los beneficios que hemos obtenido y al mismo tiempo reconocer los problemas que persisten o que han empeorado.
El disfrute de las cenas se basa en un conjunto claro de normas sociales: un entendimiento compartido y regulado por la comunidad de cómo esperamos que sea una reunión y cómo deben comportarse los asistentes. En el caso de los encuentros sexuales, el establecimiento de estas normas requerirá un acalorado debate y nuestra visión de lo