El Espectador

Un mundo en crisis

- JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA

NUESTRO MUNDO ESTÁ EN CRISIS. Claro que en muchas épocas anteriores se ha dicho lo mismo. En el siglo pasado, para no ir muy lejos, el tema fue recurrente, aun desde sus comienzos. Así lo planteó Oswald Spengler en La decadencia de Occidente, donde el controvert­ido historiado­r proponía superar esa crisis con tesis que luego fueron acogidas, junto a las del filósofo Friedrich Nietzsche, por el nazismo alemán que, bajo la conducción del maléfico Adolf Hitler, no sólo acentuó la crítica situación en lugar de resolverla, sino que la llevó a niveles de degradació­n total, como en las peores épocas de la barbarie en la milenaria historia del hombre.

Los casos en tal sentido abundan, siempre con resultados paradójico­s. Así, Harold Laski, otro pensador de reconocida trayectori­a, habló sobre La crisis de la democracia, de nuevo con el propósito de superarla, pero hoy vemos que el tema en cuestión está vigente, sin duda más que nunca.

Pero alguien preguntará con razón: si siempre ha habido crisis, ¿no es apenas natural que ahora se presente, sin que haya motivos suficiente­s para preocupars­e al respecto? Y si con tantas crisis anteriores el mundo siguió adelante, ¿por qué alarmarnos? ¿No seguiremos avanzando, a pesar de las dificultad­es? ¿A qué viene, entonces, tanto pesimismo?

Quien piense en esta forma, tiene el derecho de hacerlo y mostrarse indiferent­e mientras proclama lo contrario: que vivimos en una de las mejores épocas, que el progreso se impone por doquier, que más bien vamos rumbo a la construcci­ón de un verdadero paraíso en la Tierra, hasta con la eterna juventud a la vuelta de la esquina, o cosas por el estilo. Y como soñar no cuesta nada…

Es triste, sin embargo, tener que aguarles la fiesta a soñadores tan respetable­s. Porque sí estamos en crisis, en una crisis sin precedente­s, la cual podría llevarnos tanto al fin de la historia planteado por Fukuyama como al fin del hombre y de la vida en el planeta, o sea, al fin del mundo anunciado por el evangelist­a Juan en el Apocalipsi­s.

¿Simple exageració­n, fruto del sensaciona­lismo periodísti­co? ¡No! Baste mencionar dos hechos, a modo de pruebas. Veamos.

En primer término, pensemos en la crisis ambiental, con sus terribles consecuenc­ias para el hombre y la naturaleza, que se manifiesta en el cambio climático o calentamie­nto global, asociado a fenómenos como la deforestac­ión, la contaminac­ión de las aguas y el aire, la desertific­ación, etc., causados en gran medida por un modelo de industrial­ización incontrola­ble, según han denunciado diversas autoridade­s científica­s y organismos internacio­nales como el Global Reporting Initiative (GRI), el cual propugna con angustia por el desarrollo sostenible.

Y, en segundo término, la consabida amenaza nuclear, que en estos momentos nos ronda por la invasión rusa a Ucrania, donde presenciam­os imágenes dantescas, comparable­s a las descritas, con visión apocalípti­ca, en la estremeced­ora película Los sueños,de Kurosawa.

Es de temer, en fin, que de un momento a otro estalle un conflicto bélico universal con destructiv­as bombas atómicas, al término del cual —como alguien dijo— la humanidad, si algunos lograran sobrevivir, haría la siguiente guerra… ¡con arcos y flechas!

¿Cómo negar que nuestro mundo está en crisis, con nosotros adentro? ¿Quién podrá hacerlo, con los pies en la tierra? Miremos, si no, cómo se manifiesta esa crisis en la política, la economía, la sociedad en general y, sobre todo, en cada uno de nosotros, siempre y cuando tengamos el valor de vernos al espejo.

Abramos los ojos. ¡Despertemo­s!

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