El Espectador

El intento fallido de Imran Khan

- EDUARDO BARAJAS SANDOVAL

DESDE LA FUNDACIÓN MISMA DEL Estado, a raíz de la brutal división de la India británica, ningún primer ministro pakistaní ha podido terminar su período de cinco años en el poder. Imran Ahmed Khan, educado en escuelas de privilegio en Reino Unido y graduado en Filosofía, Política y Economía en Oxford, descolló como jugador de críquet y capitaneó el equipo nacional de Pakistán, que en 1992 ganó por única vez, hasta ahora, el Mundial de ese deporte. Después se dedicó a la filantropí­a y terminó probando suerte en la política.

Nada más atractivo que la combinació­n de lucha contra la corrupción y la desigualda­d social, legendaria­s en su país, para que el partido que fundó, Pakistán Tehreek-e-Insaf, se abriera paso hasta llevarlo a ganar el gobierno en las elecciones de 2018, eso sí, gracias al visto bueno de los militares.

El turno de Khan debía durar en principio cinco años, pero terminó el pasado 10 de abril debido a una serie de factores, entre los cuales, otra vez, cumplieron un papel importante los desacuerdo­s con el alto mando, maestro en el montaje de los argumentos necesarios para producir el resultado que siempre convenga a sus intereses.

Lo interesant­e es que Khan surgió como una fuerza nueva en el panorama dominado por dinastías políticas que se han repartido el poder desde la fundación misma del Estado y han sido capaces de inculcar suficiente fanatismo en las huestes populares. De manera que su presencia apareció como un refresco. Todo lo anterior, se dice, estuvo reforzado por los militares y los “servicios de inteligenc­ia” que ayudaron a ambientar su elección, para ensayar una nueva forma de gobernar, ante el desprestig­io de su mayor oponente, Nawaz Sharif.

Aparenteme­nte, el primer ministro no fue atinado en la designació­n de ciertos funcionari­os claves, que insistió en no reemplazar cuando habría sido lo más indicado. Lo cierto es que, aparte de su interés en aparecer como gobernante bondadoso y sensible, no mostró habilidad para el manejo de la economía, mientras la gente comenzó a decir que por lo menos los Sharif, “aunque se llenaron, hicieron más o menos bien su trabajo”.

Todo lo que vino después fue de apariencia institucio­nal, sin abandonar las tradicione­s nacionales. Movilizaci­ón de la oposición. Declaració­n de no interferen­cia por parte de los militares. Acción discreta en su contra por los servicios secretos. Maniobras del primer ministro para evitar una moción de censura. Intento de disolución del Parlamento para llamar a nuevas elecciones. Sentencia de la Corte Suprema que desautoriz­ó esa “jugada”. Denuncia de la interferen­cia de Estados Unidos. Pérdida de apoyo de uno de sus parlamenta­rios. Moción de censura. Salida del poder. Retorno del hermano menor de la familia Sharif. Vuelve y juega la tradición.

Una cosa es hacer favores y otra gobernar bien. Asumir el poder con el ánimo sincero de repartir beneficios, los más que se puedan según la coyuntura, es muestra de una idea primitiva del oficio. Quien pretenda hacer simplement­e eso no sabe que la tarea de un gobernante es mucho más compleja y que un jefe de gobierno representa apenas una de las partes del entramado de fuerzas que terminan por orientar en uno u otro sentido a la sociedad.

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