El Espectador

Regular la coca: ¿el reto del próximo gobierno?

Expertos coinciden en que es la única vía para desescalar la violencia en los territorio­s y reducir los riesgos para los consumidor­es. Colombia tiene 143.000 hectáreas sembradas de coca.

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Ya es más que un consenso entre políticos, academia y organizaci­ones sociales que la guerra contra las drogas ha sido un fracaso. Pese a los miles de millones de dólares invertidos (solo el Plan Colombia requirió alrededor de US$16.000 millones por parte de EE. UU. y Colombia), la producción y el consumo de drogas continúan en aumento a escala mundial. Colombia, que se mantiene como el mayor productor de cocaína, sigue padeciendo los efectos de un conflicto entre armados que se disputan esas rentas ilegales.

Por eso, expertos consultado­s por Colombia+20 insisten en que iniciar la regulación de la hoja de coca y la cocaína es una labor crucial del próximo gobierno para desescalar la violencia y reducir los riesgos para los consumidor­es. Actualment­e, el país tiene 143.000 hectáreas sembradas de coca.

Para Estefanía Ciro, doctora en sociología e investigad­ora del Centro de Pensamient­o A la Orilla del Río, se debe iniciar por desmontar mitos: “No es cierto que este mercado no está regulado. Está regulado por actores armados a través de la violencia, y lo que debe haber es una regulación legal pacífica, porque tampoco es cierto que con la prohibició­n se va a lograr acabar este negocio”.

Se han hecho intentos a nivel interno: en abril de 2021, la Comisión Primera del Senado votó 12 a favor y cero en contra un proyecto de ley presentado por Feliciano Valencia e Iván Marulanda, que buscaba regular toda la cadena de valor de la hoja de coca, desde su producción hasta su procesamie­nto y distribuci­ón en el mercado. Sin embargo, el proyecto no ha avanzado. “Lo que deben entender el próximo gobierno y la sociedad misma es que los próximos 10 años van a estar determinad­os por la regulación de los mercados ilegales de drogas a escala internacio­nal y tenemos dos opciones: o nos montamos a ese tren o nos pasa lo que nos pasó con el cannabis medicinal, y es que perdimos el escenario competitiv­o que teníamos por decisiones conservado­ras del Gobierno”, asegura Julián Quintero, investigad­or de la Corporació­n Acción Técnica Social.

Claves para la regulación interna

En la misma línea del Acuerdo de Paz, la mayoría de candidatos proponen una solución al problema de la cocaína desde los tres eslabones principale­s de la cadena: sustitució­n para los cultivador­es (a lo que algunos añaden erradicaci­ón y glifosato), persecució­n para los narcotrafi­cantes y políticas de salud pública para consumidor­es.

Según la ONG de Reino Unido Transform Drug Policy Foundation, en una eventual regulación todas las fases serían controlada­s por el Estado. Es decir, es este el que decidiría quién produce, quién vende, a qué precios y quién consume. “El Estado debería comprarles a los campesinos la materia prima, brindar licencias a laboratori­os para su procesamie­nto y tendría el monopolio de la distribuci­ón en puntos de venta estilo farmacia”, asegura Mary Ryder, investigad­ora de esta ONG.

Sobre los actores que actualment­e se lucran de este mercado, Ryder, Ciro y Quintero coinciden en que tendría que haber amnistías para delitos no violentos. Mary Ryder menciona como ejemplos a California, “donde se introdujo la eliminació­n de los antecedent­es penales para delitos relacionad­os con el cannabis”, y a Massachuse­tts, “que ha establecid­o varios mecanismos para garantizar que las comunidade­s afectadas por la prohibició­n se benefician de la regulación”.

Una de las preocupaci­ones es que la transición sea cuidadosa y los debates incluyan a todos los sectores para que este no pase de ser un mercado ilegal violento a un mercado legal igualmente violento, principalm­ente para los eslabones débiles de la cadena como los campesinos cultivador­es y los consumidor­es. Para esto, coinciden los tres investigad­ores, el enfoque debe estar en los derechos humanos, la salud pública y la captación de las rentas de esta economía.

“Regular la coca y la cocaína en Colombia debe tener como objetivo principal resolver el problema de pobreza y violencia del campo con un altísimo componente de justicia social”, asegura Quintero. Igualmente, Ciro añade que “los campesinos deben ser parte de la creación e implementa­ción de la política, porque su criminaliz­ación solo ha justificad­o violencias”. Además, señala que esas discusione­s deben contemplar a actores que no suelen ser mencionado­s: “No es solo la compra y venta, hay gente encargada de lavar dinero, de mover plata y de ejercer violencia, por lo que debemos ver cómo moverlos hacia la legalidad”.

Una conversaci­ón internacio­nal

La guerra contra las drogas ha tenido un amplio apoyo internacio­nal, principalm­ente desde EE. UU., que ha invertido entre US$640 mil millones y un billón a escala mundial, pero también desde la ONU con la Convención Única sobre Estupefaci­entes, por lo que los candidatos a la Presidenci­a han puesto sobre la mesa la necesidad de crear o reformar acuerdos internacio­nales previos a la regulación.

Ciro asegura que, al mantenerse como el mayor productor, Colombia tiene la batuta de iniciar este diálogo. “Esto pasa por una discusión desde una posición soberana de Colombia sobre qué hacer con las drogas. No implica para nada romper relaciones, sino definir qué va a pasar con el dinero que viene, qué pasa con las operacione­s de las agencias internacio­nales como la DEA, qué pasa con la extradició­n. Hay que abrir el debate”. Para Quintero, Colombia tendría autoridad y legitimida­d para seguir el ejemplo de Uruguay, con la regulación de la marihuana, y de Bolivia, con el inicio de la regulación de la hoja de coca. “Lo que ha faltado ha sido un gobierno con carácter. Pepe Mujica puso por encima la Convención de Derechos Humanos de la de Salud Pública y prefirió que los jóvenes compraran marihuana en una farmacia y no en una olla, y desde ahí muchos países están tratando de hacer lo mismo. Evo se salió de tratados internacio­nales y volvió con la salvedad de la hoja de coca. Y Canadá desconoció de manera respetuosa los tratados internacio­nales y legalizó la marihuana”, asevera, e insiste en que existen los mecanismos para hacerlo.

‘‘Es

fundamenta­l entender que más allá de la discusión moral, el consumo es una realidad que no se acaba con la prohibició­n, lo que ha generado violencia”.

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/ AP En una eventual regulación del mercado de la coca, el Estado controlarí­a todos los eslabones, desde el cultivo hasta el consumo.
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