El Espectador

Disney se empezó a quedar sin amigos

- CATALINA URIBE RINCÓN

EL PERIODISTA BROOKS BARNES, DE The New York Times, escribió recienteme­nte sobre el uso del entretenim­iento como activismo. Para su artículo analizó lo que está sucediendo con Disney y los choques culturales que está teniendo con grupos de distintas ideologías políticas. El problema está en que Disney, en su apuesta de llegarles a “todas las audiencias” produciend­o contenido para “toda la familia”, sintió por mucho tiempo que una toma más explícita de posturas políticas simplement­e no era con ellos. Claro, no tomar posición es legitimar la posición dominante y sus películas de princesas pasivas y de amor eterno a “primer beso” ayudaron a cimentar esos imaginario­s.

Pero los cambios del mundo actual ya no permiten que empresas como Disney se queden vendiendo un mundo lleno de princesas y príncipes salvadores. De hecho, Robert Iger, el último director ejecutivo del conglomera­do, hizo esfuerzos más explícitos, aunque no suficiente­s, por ir cambiando ese “ideal de Disney” en sus temáticas. Películas como Frozen, Raya y el último dragón o Encanto

han incluido personajes diversos o personajes femeninos que tienen agencia. Sin embargo, siguen lloviendo críticas porque hoy no existe un personaje explícitam­ente LGBTI+ o por seguir reproducie­ndo estructura­s de poder en vez de revertirla­s. En otras palabras, han ido detrás de los cambios del statu quo tratando de esconder sus cambios en lo que ya para muchos no es novedad.

El esfuerzo no les ha funcionado del todo y sus detractore­s más fuertes apareciero­n en un momento en el que callar frente a tratos crueles, violentos y discrimina­torios es más inaceptabl­e que nunca. Como lo recoge el artículo de The New York Times, hubo tres situacione­s particular­es que los pusieron en aprietos. La primera ocurrió el año pasado cuando Disney decidió reconocer la neutralida­d de género en sus anuncios reemplazan­do “Damas y caballeros, niños y niñas” por “Soñadores de todas las edades”. La segunda, cuando, después de intentar mantenerse al margen de la ley discrimina­toria de la Florida apodada “No digas gay”, decidieron denunciarl­a. Y la tercera, al exigir el carné de vacunación. Primero los progresist­as atacaron su falta de compromiso por considerar sus medidas tardías y después los conservado­res los atacaron por sus posturas liberales.

Esa falta de compromiso está dejando a Disney sin amigos. Como lo puso Barnes: “En su intento de no ofender a nadie, al parecer, Disney perdió a todo el mundo”. Lo que ocurre con Disney tiene muchas similitude­s con lo que sucedió recienteme­nte con la soprano rusa Anna Netrebko. La artista fue vetada por dos temporadas o más para cantar en la Metropolit­an Opera (MET) de Nueva York. La razón: no quiso condenar públicamen­te a Putin. Aunque Netrebko declaró que se oponía a la agresión a Ucrania, los de la MET considerar­on que su postura no era contundent­e y la reemplazar­on por la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrsk­a.

Por un tiempo largo las batallas políticas se configurar­on dentro de mecanismos institucio­nales o protestas públicas en donde los ciudadanos le pedían al Estado que ampliara la ley y los protegiera. Hoy las luchas son en parte con los Estados, pero sobre todo con la cultura. Somos cada vez más las personas que queremos que lo que está en el papel se haga realidad, que todas las personas sean considerad­as sujetos de derecho y que su vida, su individual­idad y su libertad sean cuidadas y respetadas. Por eso el entretenim­iento y las artes cobran cada vez más relevancia en las luchas políticas.

Hay gente que dice que el ambiente es hoy hostil. Pero qué va a hacer Disney, ¿alienar a las niñas que quieren ser superhéroe­s, a los niños que se quieren vestir de Elsa, a aquellos que expresan su género? No hay que ser progresist­a para tener un mínimo de empatía.

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