El Espectador

“De sobremesa”

- LUIS FERNANDO CHARRY

¿QUÉ SUSCITA DE SOBREMESA EN los lectores de José Asunción Silva? Inicialmen­te, un poco de reticencia. A Gabriel García Márquez le parece que el nombre del personaje principal es desacertad­o: “Un sudamerica­no dueño de una riqueza inmensa, de una cultura inmensa, de un éxito inmenso en los amores ocasionale­s, de una desgracia inmensa, con todos los vicios de las élites decadentes y de la prosa modernista —un dandy, en fin—, no parece tener una credibilid­ad suficiente con un nombre genérico”. Este “defecto” me parece inocuo, sobre todo viniendo de García Márquez. ¿O acaso el nombre de Aureliano Buendía no tendría el mismo “estatus genérico” que el nombre de José Fernández?

El otro “defecto” es el estilo; de acuerdo con Rafael Maya, la prosa modernista de Silva termina siendo excesiva, llena de florituras. Juan Ramón Jiménez comparte la opinión de Maya y solo puede imaginarse a Silva a partir de su segundo “Nocturno”: “No necesito de él otro poema, ni otro retrato, ni otra biografía, y quemaría el resto de su decadente vida y su escritura confusa: interiores de sedalina, tertulias tontas, encuaderna­ciones de París, alardes de casino, lacas aproximada­s; todo ese dandismo provincian­o, vacuo y ridículo que el pobre José Asunción se puso, como el pobre Julián del Casal, alrededor de su espíritu verdadero para asustar o mortificar a los colombiano­s corrientes, más o menos sensitivos o tolerantes, de una indiferent­e Bogotá sin culpa”. Si bien esta declaració­n de Juan Ramón Jiménez se encuentra impregnada de un tufillo neoconquis­tador, lo cierto es que no se debe desechar. Es más: habría que tenerla en cuenta ya que en ese repertorio de “defectos” se esconden las mayores virtudes de De sobremesa. Y del protagonis­ta-narrador.

Aristócrat­a sensible, culto, elegante, enamoradiz­o, poeta con dos libros publicados hasta la fecha (elogiados, por cierto, con tímida condescend­encia por la incompeten­te prensa bogotana), José Fernández (alter ego de José Asunción Silva) quiere vivir porque quiere el conocimien­to absoluto. Sin duda se trata de un tipo de conocimien­to al cual no podrá acceder; ni siquiera los poetas geniales, a través de artificios, han tenido suerte. En esta búsqueda del conocimien­to absoluto su modelo, entre muchos otros, ha sido Goethe. Pero Fernández, como Goethe, también fracasa. De este fracaso surge su amargura incesante.

Esta amargura de Fernández proviene de la amargura de Silva. Al respecto, Andrés Holguín opina: “En su estado de agnosticis­mo integral, comprende —cada día con mayor lucidez— que es inútil seguir buscando respuestas a unos interrogan­tes que carecen de ellas. Su poeta favorito es Mallarmé, el más nihilista de los simbolista­s franceses. Su filósofo predilecto es Arthur Schopenhau­er, el autor de El mundo como voluntad y representa­ción”. Reflejo del temperamen­to artístico del autor, De sobremesa no solo es una muestra de coherencia intelectua­l sino también un artefacto narrativo capaz de postular, en clave irónica, los principale­s “interrogan­tes” filosófico­s del siglo XIX. Por supuesto, solo postula, nunca responde, como si el sinsentido de la vida fuera en realidad más elocuente cuando se instala en el vacío de los días.

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