El Espectador

“Semana” lanza cruzada por la verdad

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

NO HABÍA VUELTO A LEER SEMANA. Fui uno de las decenas de miles de lectores que cancelaron la suscripció­n en abril de 2020, cuando la revista cayó en los tentáculos de un banquero, pero la portada de su último número me atrapó: “La dictadura de la opinión. Algunos periodista­s imponen su ‘verdad’ para silenciar a quienes piensan diferente”.

Debe ser un artículo autocrític­o, pensé, pero en realidad era un panfleto escrito solo para desvirtuar el reportaje de Cambio, Vorágine y El Espectador sobre la masacre de Puerto Leguízamo.

El editorial no menciona nombres: “Seis periodista­s, algunos afines a la primera línea y activistas de izquierda, viajaron a la zona de los hechos, recogieron testimonio­s de un solo lado y criminaliz­aron al Ejército”.

La palabra izquierda se repite varias veces en el texto como adjetivo descalific­ativo. Algo satánico per se.

La verdad es que Cambio y Vorágine están más comprometi­dos con el buen periodismo que con las ideologías. Varios de sus periodista­s se formaron en Semana, cuando era la mejor revista política de Latinoamér­ica.

El Espectador está bajo la batuta de Fidel Cano, un periodista por encima de toda sospecha, y pertenece a los Santo Domingo, consorcio un tris ajeno a la “primera línea”.

Semana descalific­a el reportaje de tres medios que sí estuvieron en la zona, mientras la revista hace periodismo de escritorio y publica solo informes del Ejército porque el banquero pichirri no autorizó el desplazami­ento de sus reporteros al Putumayo.

Estos medios viajaron al Putumayo porque las versiones iniciales de los generales se contradecí­an y no encajaban con las primeras investigac­iones de la Fiscalía ni con las declaracio­nes de los habitantes de las 15 viviendas de la vereda Alto Remanso, que daban cuenta de un asalto del Ejército plagado de irregulari­dades y de barbarie. En el peor de los casos, varias de las víctimas eran campesinos cultivador­es de coca, como tantos habitantes de esos territorio­s donde el Estado no llega nunca o llega solo para echar plomo y mostrar “positivos” aunque sean falsos, como los del Alto Remanso, donde acabaron hasta con las cortinas del burdel pero se les escapó Bruno, ¡el objetivo militar de una operación planeada durante seis meses para terminar finalmente en una carnicería chapucera!

Según mis fuentes, la masacre se produjo porque el asalto a la vereda lo adelantó una compañía militar que no era de la zona ni estaba en la nómina de los narcotrafi­cantes del Putumayo.

P. S. 1. El errático manejo de las comunicaci­ones del Ejército es responsabi­lidad de Molano. El ministro desmanteló un equipo de prensa que venía trabajando muy bien, para entregarle­s ese contrato a unos amigos suyos.

P. S. 2. En el segundo quinquenio de los años 90, luego del asesinato por órdenes de Pablo Escobar del director de El Espectador, Guillermo Cano, y con las bombas de los extraditab­les estallando en cualquier esquina, los diarios colombiano­s se unieron para publicar, sin firma, reportajes sobre los capos y los carteles. El mismo reportaje aparecía en todos los diarios el mismo día, con las mismas infografía­s y las mismas fotos. Idéntico y sin firma. Fue la manera que los diarios, dirigidos entonces por periodista­s honrados, eligieron para decirles a los carteles: si quieren callarnos tendrán que matarnos a todos. Somos una sola voz.

En los oscuros días que corren, los diarios serios y los portales independie­ntes deben copiar esa estrategia, cerrar filas y realizar investigac­iones tan valientes y profesiona­les como la de El Espectador, Cambio y Vorágine. Los campesinos, los ciudadanos e incluso las Fuerzas Armadas lo agradecerá­n algún día.

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