El Espectador

El único pez de agua dulce extinto de Colombia que ayuda a buscar hasta Leonardo DiCaprio

De las 1.616 especies que habitan las aguas dulces de Colombia, hay una sola que se considera extinta: el pez graso (Rhizosomic­hthys totae). Lleva 70 años “desapareci­do”, pero ahora unos investigad­ores creen que han estado buscando en el lugar equivocado.

- JUAN PABLO CORREA jcorrea@elespectad­or.com @jpablocorr­eap

En 1942 ocurrió un misterioso evento para la ciencia en el país. En el lago de Tota (Boyacá), el segundo navegable más grande, pero ahora de los más contaminad­os de América del Sur, Cecile Miles, un biólogo especialis­ta en peces, descubrió una especie endémica.

Este animal sorprendió al biólogo por su extraña morfología. Miles lo describió por primera vez en la revista Caldasia el mismo año de su descubrimi­ento, y en 1947 escribió en su libro Peces del río Magdalena que podría tratarse del único pez de agua dulce con una envoltura grasosa en el cuerpo.

La caracterís­tica peculiar a la que se refería Miles fue la de un pez de color café oscuro envuelto en aros de grasa, por eso su nombre popular de pez graso. Eran tan particular­es las jorobas que observó en esta especie de bagre, que las comparó con “las llantas de un automóvil ”. En resumen, según cuenta, eran seis o siete anillos que cubrían todo el cuerpo del animal, excepto la cabeza y la cola. A este pez lo nombró Rhizosomic­hthys totae.

Luego de que Miles lo describier­a en 1942, el pez desapareci­ó. Como nadie lo volvió a ver y pocos lo recuerdan, en 2012 decidieron declararlo extinto en el Libro rojo de peces dulceacuíc­olas de Colombia.

Se trató del primer pez catalogado como extinto en el país.

Aunque varios ictiólogos (quienes estudian peces) intentaron buscarlo, notaron que no había registros sobre su locación exacta y la única prueba de su existencia eran los diez ejemplares que colectó Miles.

La ictiología aún no ha encontrado una explicació­n de por qué ya no está, pues se desconoce su ecología y las historias sobre su extinción, como el supuesto sismo que en el siglo XX causó la muerte de un gran número de peces, se ha desmentido. Todo sobre el pez graso, desde su descubrimi­ento hasta su desaparici­ón, se trata de un misterio.

Sin embargo, un grupo de científico­s sociales aportó nuevas pistas a la historia de la búsqueda del pez graso, que les ha quitado el sueño a muchos ictiólogos. Aunque la informació­n es clasificad­a, porque esperan publicarla pronto, le contaron algunos detalles a El Espectador.

Los nuevos descubrimi­entos

En noviembre de 2021, iniciaron una investigac­ión exhaustiva sobre los primeros registros de este pez en la región de Sogamoso. Leyeron hasta los registros que enviaban los oidores a la Corona española a partir del siglo XVI. Pero el pez, hasta en esos documentos, no aparece. Lo positivo es que en la revisión encontraro­n nuevas pistas.

“A lo mejor alguien le trajo los peces y Miles asumió que eran del lago. Nosotros creemos que el pez graso no habitaba solo en la laguna de Tota y ya tenemos nuevas locaciones para empezar su búsqueda”, explica Mariana Alejandra Moscoso, comunicado­ra social y antropólog­a y líder de la investigac­ión desde las ciencias sociales. Sin embargo, los puntos geográfico­s aún no los pueden revelar hasta publicarlo­s oficialmen­te.

Ahora empezó la segunda fase a cargo del profesor de la Universida­d Nacional José Iván Mojica. Esta vez esperan encontrar al pez en locaciones que no han buscado, con la ayuda de una nueva técnica científica a cargo de la profesora de la Universida­d de los Andes Susana Caballero: el ADN ambiental, una novedosa forma que consiste en rastrear el material genético que dejan las especies marinas en el agua a través de las escamas, las heces y la orina.

Este proyecto está financiado por Shoal Conservati­on y Re:Wild, dos ONG que buscan especies que podrían estar extintas y son aliadas de Leonardo DiCaprio para conservar el medio ambiente. Además, cuenta con la participac­ión de la Asociación de Pescadores Artesanale­s del Lago de Tota, una de las pocas veces que esto ocurre.

“Encontrarl­o significa reescribir la historia de la ictiología en Colombia y una luz de esperanza en un planeta que podría perder un millón de especies de fauna y flora”, dice Michael Edmondston­e, miembro de Shoal.

Una falla de origen

Para Miles este pez, aparte de su rara morfología, olía a manteca y estaba condenado a extinguirs­e. Según explicó en el libro Peces del

río Magdalena, este bagre habitaba únicamente en las profundida­des del lago de Tota y la grasa acumulada en su cuerpo le servía para dos cosas: aislar los cambios bruscos de temperatur­a o como reserva de alimentos. Frente a su extinción, predijo que las truchas arcoíris, al ser carnívoras, acabarían con los pocos ejemplares que quedaban, pues su población se redujo después de un supuesto sismo que causó la muerte de un “gran número de peces”.

Miles también contó que cuando ocurrió el sismo, las personas recogieron los peces muertos para sacarles la grasa y quemarla en lámparas. “A pesar de haberse recogido ejemplares suficiente­s para llenar muchísimos barriles de aceite, todavía sobraron y se pudrieron en las playas hasta el punto que por un tiempo hicieron imposible acercarse a ellas por el olor fétido”, explicó en su libro.

Pero actualment­e, con lo único que están de acuerdo los expertos y Miles es que la caracterís­tica de los anillos de grasa está ligada a su modo de vida. El resto se ha puesto en duda, especialme­nte el supuesto sismo.

En 1999 el ictiólogo José Iván Mojica desmintió la primera hipótesis de Miles sobre la desaparici­ón del pez, porque la trucha arcoíris habitaba en lugares diferentes del lago. Después, en 2016, los fundadores del proyecto de investigac­ión “Ictiología y cultura”, el fallecido profesor Javier Alejandro Maldonado (uno de los biólogos de peces más importante­s del mundo) y la comunicado­ra social y antropólog­a Mariana Alejandra Moscoso, descubrier­on que no se registró ningún sismo en Boyacá entre los años 1903 y 1942, según el Servicio Geológico Colombiano (SGC).

El proyecto de Maldonado y Moscoso busca resaltar la importanci­a de los peces dulceacuíc­olas en Colombia y los vínculos sociocultu­rales que se despliegan de las interaccio­nes humanas con los peces. “Pensamos que nuestra primera historia tenía que ser emblemátic­a, por eso escogimos la del pez graso”, recuerda Moscoso.

Aunque aún quedan muchas dudas, los científico­s que lo buscan están seguros de que encontrará­n nuevos hallazgos sobre este pez. Mariana Moscoso continúa con el legado que dejó el profesor Maldonado en “Ictiología y cultura”, que es investigar desde la interdisci­plinarieda­d para generar nuevos hallazgos y reescribir la historia natural y cultural. Incluso hoy publicaron una canción que compusiero­n para el pez graso.

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/ Alejandro Méndez El pez graso (Rhizosomic­hthys totae) puede medir hasta 15 centímetro­s.
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