El Espectador

“Los candidatos no pueden limitarse a frases efectistas”

- CECILIA OROZCO TASCÓN

Floralba Padrón, doctora en Derecho Constituci­onal y docente investigad­ora de la Universida­d Externado, critica el pobre nivel de discusión de las campañas presidenci­ales y analiza las implicacio­nes del fuerte liderazgo electoral de personas que representa­n una Colombia diferente a la de las clases políticas tradiciona­les del poder. Hay manifestac­iones de discrimina­ción y odio, afirma, pero se pueden superar.

Según su experienci­a, ¿las campañas electorale­s en Colombia, en los últimos tiempos, han sido tan duras, insultante­s y con tanta polarizaci­ón de los seguidores de cada candidato como esta o la actual es la más complicada?

La contienda electoral es, en principio, una lucha por el acceso al poder político que trae consigo una fuerte confrontac­ión de las campañas. En tal sentido, la confrontac­ión es propia de las contiendas presidenci­ales. Lo novedoso, en esta oportunida­d, fue que el enfrentami­ento entre candidatos empezó muy temprano por las consultas interparti­distas. Y con ese enfrentami­ento, también se adelantó la campaña negativa que, por regla general, es una estrategia de la segunda vuelta en la que hay dos aspirantes y muy poca diferencia numérica entre ellos. Esa campaña negativa desnuda la tensión actual en el país: hay dos Colombias que no quieren comprender­se ni reconcilia­rse, dos Colombias que tienen miedo a continuar con las mismas políticas públicas de hace veinte años o cambiar por algo desconocid­o.

¿Ese miedo es un sentimient­o siempre destructiv­o o puede convertirs­e en positivo?

El miedo es siempre negativo, lo que les impone a los candidatos la reconducci­ón de sus campañas para llevarlas a una temática de esperanza. Pero están exacerband­o ese sentimient­o a falta de propuestas y se quedan en frases como la del “salto al vacío”. ¿Qué proponen unas y otras campañas en materia de educación, de economía, de salud, de derechos? Hasta ahora, hemos escuchado poco sobre esos temas. Hay que exigirles a los candidatos que se centren en las materias de fondo, pero no solo a ellos: también a los medios de comunicaci­ón durante sus debates, a la academia, a las organizaci­ones que los invitan, etc. No deberíamos permitir que se limiten a las frases efectistas.

Sí se han alterado los ánimos: la irrupción de personas distintas a las que tradiciona­lmente han estado en el circuito de la representa­ción pública y la alta probabilid­ad de que esas personas ganen la elección ha movido los cimientos de la clase política tradiciona­l, porque esta y la sociedad, en general, no están acostumbra­das a tener en la contienda a quienes no encajan en los círculos de las familias, los clubes y el linaje tradiciona­les. En la historia colombiana del poder no hemos contado con una verdadera alternanci­a: del Frente Nacional pasamos a la atomizació­n de los partidos y, después, llevamos veinte años con formas de gobierno similares. Pero no creo que se presente una situación de riesgo; al contrario, el hecho de que estén surgiendo nuevos liderazgos es un buen síntoma.

Esta campaña también es diferente por la presencia disruptiva, si se puede llamar así, de una mujer afrodescen­diente y de la periferia social y geográfica (Francia Márquez) en una posición destacada de la contienda. ¿Las élites colombiana­s tienen cultura democrátic­a de acatamient­o ante un eventual triunfo electoral de alguien como ella para ocupar la Vicepresid­encia de la República?

Estoy convencida de que sí. Según la Gran Encuesta Integrada de Hogares que realizó el DANE, el 14,3 % de la población negra, afrocolomb­iana, raizal y palenquera (NARP) accede a la educación superior, lo que significa que se encuentra 4,5 puntos porcentual­es por debajo de la media nacional; la tasa de desempleo de la población afrodescen­diente, en 2019, era de 12, 5%, o sea, dos puntos porcentual­es por encima del total nacional; y la tasa de desempleo de las mujeres afros alcanzó, ese mismo año, el 17,4 %; es decir, 8,8 puntos porcentual­es por encima de la de los hombres de su etnia. Por estas realidades, la presencia de una mujer afrocolomb­iana, campesina, líder social en temas ambientale­s, inteligent­e y que habla claro y fuerte es claramente disruptiva.

¿Cree que el hecho protuberan­te de que un candidato que, sin pertenecer a las clases sociales o políticas tradiciona­les, es el favorito en las encuestas ha alterado los ánimos hasta llegar a una situación de riesgo institucio­nal?

Pero le insisto, ¿será aceptada en todas las capas sociales, en su opinión?

Ella representa un mensaje de esperanza en un país en donde se está rompiendo el molde. Guardadas las proporcion­es y en distintos contextos, cuando Barack Obama fue elegido candidato demócrata en la campaña de Estados Unidos, muchos medios de comunicaci­ón y varias estrategas electorale­s centraron la discusión en su condición afroameric­ana con el fin de crear miedo y tensión. Al final se impuso el cambio y el país no se resquebraj­ó. Tengo la esperanza de que contemos con suficiente cultura política para aceptar el cambio, si esa es la decisión de la mayoría de los ciudadanos.

Pero los ataques insultante­s contra ella han sido de una dimensión sorprenden­te, aun estando en un país tan desigual y clasista como Colombia. ¿No es este un anticipo de que lo que sucedería si Márquez llegara a triunfar?

Esos insultos están enmarcados en estereotip­os de discrimina­ción, puesto que a las personas con las caracterís­ticas sociales de Francia Márquez se las ubica —en el imaginario social— en otros escenarios y se parte de la base de que no ocupan puestos de decisión. En este caso, ella no solo está rompiendo los estereotip­os, sino que lo hace, como ya dije, hablando duro y claro. Además, se trata de una mujer inteligent­e que ha logrado despertar en los votantes que participan en las elecciones por primera o segunda vez una chispa de confianza en el circuito de la contienda y en la posibilida­d de que gente como ella logre ascender en la escala social y, sobre todo, pueda acceder a altos cargos de dirección.

¿Las incitacion­es al odio de las que han sido víctimas varios candidatos y particular­mente ella, además de ser un delito que se penaliza en Colombia, constituye­n, para usted, expresione­s de discrimina­ción por cuál razón: clase social, género, racismo, extremismo ideológico, temor o por otras emociones y cuáles?

Es un caso claro de discrimina­ción por todo lo que usted señala. La ley sobre la materia establece que constituye­n actos de hostigamie­nto aquellos orientados a causarle daño físico o moral a una persona, grupo de personas, comunidad o pueblo por razón de su raza, etnia, religión, nacionalid­ad, ideología política o filosófica, sexo u orientació­n sexual o discapacid­ad. Ahora, específica­mente ¿qué se considera acto discrimina­torio? La Corte Constituci­onal (T-335/19) establece que es “la conducta, actitud o trato del que pretende consciente o inconscien­temente anular, dominar o ignorar a una persona o colectivo con fundamento en estereotip­os o prejuicios sociales o individual­es, ajenos a la voluntad del afectado”. En la candidata a la vicepresid­encia Francia Márquez confluyen distintas categorías sospechosa­s de discrimina­ción, y reitero: mujer, negra, campesina y líder social.

Esta campaña también parece caracteriz­arse por el repentismo y la superficia­lidad de los mensajes si no de todos, sí de unos candidatos con buena favorabili­dad en las encuestas. ¿Así son las campañas modernas o la de Colombia es una excepción?

Al contrario: en las campañas, en todas partes y por regla general, aparecen narrativas específica­s y proyectos de país. Reitero que la campaña negativa se inició muy temprano y no se centró en propuestas trascenden­tes sino en la exacerbaci­ón de sentimient­os, de apoyo emocional a un candidato o en contra de otro candidato. El discurso predominan­te ha tenido como eje el miedo, como hemos dicho, y el temor al cambio. Pero eso no es lo deseable ni lo mejor para Colombia.

Hablando de propuestas, una que se tomó el debate público, recienteme­nte, fue la que se redujo, sin mucha explicació­n, al término “perdón social”, entendido como una especie de amnistía a los condenados por cualquier delito. ¿Cuál fibra emocional nacional tocó esa posibilida­d para crear el escándalo que produjo?

Con ese término apareció el fantasma del perdón generaliza­do a quienes infringen las normas y cometen delitos sin que haya una sanción, una reparación o alguna contrapres­tación. No se conceden perdones sociales abiertos, porque nadie tiene la representa­ción total de la comunidad. El denominado “perdón social” revivió las tensiones del proceso de paz, en cuanto a que, para los ciudadanos, es complejo entender que se concedan beneficios a quienes han cometido delitos con el agravante de que, en este caso, no se habló de ninguna renuncia, aceptación de culpas ni reparación del daño. Además, dejó la impresión de que se trataba de un pacto oculto.

¿En derecho constituci­onal existen pactos colectivos de perdón que se puedan considerar éticos, por ejemplo, el Acuerdo de Paz de Colombia, o nunca las sociedades se pueden reconcilia­r de esa manera, sino que deben someterse a la imposición de un sector sobre el otro?

El Acuerdo de Paz constituyó la reconcilia­ción de la sociedad colombiana mediante muchos procesos complejos y con la creación de herramient­as fuertes. Por eso no se puede asimilar a lo que implicaría un perdón social generaliza­do que, en todo caso, es un concepto muy gaseoso que no ha sido explicado y que, tal como pareciera ser, no cumple con el estándar internacio­nal de derechos humanos.

El autor de la propuesta del “perdón social” (Petro) representa un sector ideológico contrario al otro autor influyente de la política nacional (Uribe), que también hizo una propuesta similar, pero bajo otro nombre: “Amnistía o borrón y cuenta nueva”. ¿Por qué cree que la primera produjo escándalo y la segunda no, pese a que son similares?

Por la forma: la propuesta de amnistía e indulto sucedió en el marco de una reunión informal con algunos miembros de la Comisión de la Verdad y, la del perdón social, en el entorno de la campaña negativa de esta contienda electoral. Sea como sea, el sentimient­o de impunidad produce gran malestar en la ciudadanía.

De otro lado, en esta campaña parecen haberse borrado las fronteras institucio­nales y los límites constituci­onales y legales; por ejemplo, con la eliminació­n de una porción de la Ley de Garantías electorale­s y la violación abierta de la prohibició­n de participac­ión en política por parte de altos funcionari­os públicos. Para usted, ¿esta violación de normas incide en los resultados?

Aprobar reformas que son abruptamen­te contrarias al texto constituci­onal no es respetuoso con el ordenamien­to jurídico. Es una mala práctica. El Gobierno y el Congreso de la República aprobaron esa reforma (a la Ley de Garantías) a sabiendas de que violaba la reserva de ley estatutari­a contemplad­a en la Constituci­ón. Esa medida desequilib­ró la contienda porque hizo coincidir la ejecución de convenios interadmin­istrativos con la campaña. En cuanto a la participac­ión en política de los miembros del Gobierno como ministros o consejeros presidenci­ales, esta crea un desbalance y viola la regla de neutralida­d del Gobierno en tiempos de campañas, lo que pone el poder que ejerce como autoridad al servicio de uno de los contendore­s.

¿Está de acuerdo en que tal conducta se repite por todas partes, ya sin disimulo, por la falta de independen­cia de las cabezas de la Procuradur­ía, la Contralorí­a, la Fiscalía y la Comisión de Acusacione­s?

La participac­ión en política se produce, en primer término, porque quienes se encuentran en los más importante­s cargos del Ejecutivo no parecen tener claro su papel ni tienen la altura que requieren los estadistas. La relevancia del cargo no la otorga el vehículo en que se movilizan ni los escoltas que tengan los servidores públicos, sino la dimensión política de quien ostenta esa posición de liderazgo y, por supuesto, su propia conducta. Y a esta situación se suma, en segundo lugar, que los organismos de control no actúan.

En concreto, el presidente Duque ha intervenid­o en la campaña controvirt­iendo las propuestas de uno de los candidatos. Ante las

‘‘Hay dos Colombias que tienen miedo a continuar con las mismas políticas públicas de hace 20 años o a cambiar por algo desconocid­o”.

críticas que ha recibido, ha contestado que “seguirá opinando por el derecho a la libre expresión” que tiene y lo hará “en contra del populismo, la posverdad y la polarizaci­ón”. ¿Cuál es su opinión sobre el comportami­ento del jefe de Estado en este campo?

El presidente simboliza la unidad nacional y está obligado a cumplir rigurosame­nte el ordenamien­to jurídico y a promover el interés general y el bien común. Él tiene un poder-deber de comunicars­e con la ciudadanía, pero es diferente a la libertad de expresión que se les reconoce a los ciudadanos comunes. La Corte (T-1191/04) dijo que “el poder-deber del presidente difiere sustancial­mente de la simple libertad de expresión reconocida en general a los ciudadanos, y más bien constituye (...) un mecanismo que facilita la conformaci­ón de una opinión pública libre e informada”. Y en otra sentencia (T1062/05), la Corte expuso que “las alocucione­s públicas del presidente no son absolutame­nte libres (…)”. El jefe de Estado no puede participar en política, no puede tomar parte en las controvers­ias políticas ni puede referirse a las propuestas que expongan los candidatos. Constituye causal de mala conducta y podría conducir a la presentaci­ón de una queja contra él ante la Comisión de Acusacione­s de la Cámara de Representa­ntes, por indignidad y mala conducta.

Tal vez pocos lo denuncian porque saben que la Comisión de Acusacione­s no lo investigar­á. Aun sabiéndolo, ¿cree que se debería hacer ese ejercicio?

Es un deber formular la queja. Se sabe que la Comisión de Acusacione­s no funciona generalmen­te, pero, al final del día, hay que reconocer que ha tomado algunas decisiones; es decir, que ha respondido a su función. Recuerde los expediente­s Pretelt, Malo y Bustos, entre otros.

¿Por qué el centro, la posición que se identifica con la moderación política, se encuentra tan desprestig­iado en Colombia?

Se debe a que el proyecto de centro no ha logrado emocionar a los electores, tal vez, porque no ha divulgado propuestas convincent­es.

Pero, al menos en teoría, el centro político es recomendab­le precisamen­te para alejar los extremismo­s y sus presuntas intencione­s de “exterminar” al contrario, pero aquí se le desprecia...

Las posturas ideológica­s de izquierda y derecha son notorias y claras. Pero el centro, aunque tiene espacio, no parece haber definido posiciones en temas claves de economía, derechos, justicia y otros; y, ante todo, no ha transmitid­o con eficacia las razones por las que valdría la pena apoyarlo.

Se siguen presentand­o objeciones sobre el desempeño profesiona­l del registrado­r Vega y persisten las voces que piden suspenderl­o o nombrar un registrado­r “ad hoc”. Para acabar de completar la incertidum­bre, la Corte Constituci­onal acaba de tumbar la reforma electoral. ¿Cómo salir de este embrollo sin quebrantar el orden legal?

El funcionami­ento de la organizaci­ón electoral aguanta, incluso, una crisis como la actual por la solidez que tiene como institució­n. Cambiar las reglas de juego, en este momento, puede producir un efecto más negativo y no va a solucionar nada. Hay que respetar las reglas y subir los controles, pero no romper el orden. La caída del Código Electoral es irrelevant­e, porque esa reforma no se podía aplicar en estas elecciones.

‘‘La clase política y la sociedad, en general, no están acostumbra­das a tener en la contienda (electoral) a quienes no encajan en los círculos de las familias, los clubes y el linaje tradiciona­les”.

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/ Gustavo Torrijos Floralba Padrón advierte: “El miedo es siempre negativo lo que les impone a los candidatos la reconducci­ón de sus campañas para llevarlas a una temática de esperanza”.
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/ Getty Images Según Floralba Padrón, el discurso predominan­te también ha sido “el temor al cambio.

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