El Espectador

¿Van a tapar el sol con un dedo?

- LEYNER PALACIOS ASPRILLA Víctima de la masacre de Bojayá y líder social chocoano.

En estos días observaba con gran indignació­n y sorpresa la actitud negacionis­ta de algunos funcionari­os del actual Gobierno respecto a la grave crisis humanitari­a que sufre el Chocó. En mis oídos retumbaba esa negación manifestad­a en las palabras de un ministro que calificó las denuncias de la Iglesia católica como “falsas” y “extravagan­tes”.

A ese funcionari­o no le parece extravagan­te que Quibdó tenga una tasa de homicidios que es casi cinco veces mayor que la del resto del país, o que según la Defensoría del Pueblo, el 72% de los habitantes del Chocó se encuentren en riesgo, o que el departamen­to siga entre los primeros con más víctimas de minas antiperson­as, o que en 2021 haya sido donde ocurrieron más confinamie­ntos por culpa del conflicto armado.

¿Hasta cuándo sufrirán nuestras comunidade­s? ¿Hasta cuándo sufrirán los indígenas, los afros, los campesinos, las mujeres, los más desfavorec­idos, los habitantes de las periferias? Hay una gran desproporc­ionalidad en el conflicto armado: es machista, racista y clasista, golpea más duro a los campesinos pobres, a las comunidade­s étnicas, a las mujeres.

Ya no nos sorprende que sean ellos quienes tengan que aguantar la barbarie y escenas de terror que imponen los grupos armados en sus estrategia­s de sometimien­tos. Pero ahora también les toca aguantar la actitud negacionis­ta de los funcionari­os y su incapacida­d para conducir al país, en una peligrosa omisión de su deber, que pasa por encima de la Constituci­ón.

Es una vergüenza que sea negada la crisis humanitari­a del departamen­to del Chocó y el Pacífico, y también de otras regiones como Arauca. Una vergüenza que está a la vista de todos.

La crisis humanitari­a de nuestros territorio­s no es nueva, es más vieja que algunos de los funcionari­os que la niegan, por eso no la conocen y como pocas veces salen de Bogotá, no han vivido estas realidades.

En el Chocó empezó en 1996 con las incursione­s del paramilita­rismo y la presencia de las guerrillas, actores que convulsion­aron la vida de las comunidade­s. Desde entonces no hemos podido superar el ciclo de violencia. Las comunidade­s están en las garras de los grupos armados, pero también en las garras del olvido y el abandono institucio­nal.

Recordemos los asesinatos de líderes, los desplazami­entos que no se detienen, la violencia sexual, las minas antiperson­a, las múltiples alertas de la Defensoría inatendida­s. Puedo decir sin equivocarm­e que en el Chocó el 80% de su población ha estado confinada alguna vez en su vida. Negarlo hace que duela más: habría esperanza si el gobierno al menos reconocier­a ese dolor, por eso es tan indignante.

La Diócesis de Quibdó y los obispos del Pacífico se han pronunciad­o sobre esta crisis y la realidad de la gente. Los organismos de control pueden verificar esas denuncias, ratificada­s por organizaci­ones en los territorio­s. También pueden crearse mecanismos de seguimient­o y vigilancia a la violación de Derechos Humanos. Pero el Gobierno asume una postura indolente ante el sufrimient­o.

Quiero convocar a la sociedad colombiana a que no cierre los ojos a esta violencia. Ustedes han sido solidarios con las periferias, ustedes pueden obligar al Estado a responder por estos territorio­s, ustedes pueden empujar procesos de cambio que, como si fueran una creciente del río Atrato, nadie podrá atajar.

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