“Escribí desde lo femenino que me posee”: Albalucía Ángel
Entrevista con la escritora colombiana, a quien rendirán homenaje en la Feria Internacional de Libro por los 40 años de su novela “Misiá señora”.
“Flota, Mariana, no te asustes, sigue a flor de agua, ¡lucha!, pero se queda inmóvil, sometida, y el remolino se la sorbe, de un coletazo helado, al fondo”.
Publicada en 1982, Misiá señora
fue una novela pionera y visionaria sobre las imposiciones y mortajas que atravesamos las mujeres en la sociedad, especialmente en la estructura familiar.
Es una novela sobre el cautiverio moral, escrita durante la segunda ola del feminismo, coincidiendo con el Movimiento de Liberación de las Mujeres en Francia y Estados Unidos. Albalucía Ángel nombró en su novela la urgencia por unas reivindicaciones centradas en las desigualdades de facto, no oficiales, en el ámbito de la sexualidad, el trabajo y la familia.
La lucidez y valentía de la escritura de Ángel habían aparecido 12 años atrás con su primer libro, Los girasoles en invierno (1970), una novela censurada y quemada -como en los tiempos de la Inquisiciónpor ser una obra escrita por una mujer que narra la historia de una mujer, una que encuentra la liberación gracias a la literatura. Dos años después su finura literaria transitó el género de la fantasía con Dos veces Alicia (1972), libro que abrió grietas a la idea de que la ciencia ficción y el policial son géneros de naturaleza masculina -novela reeditada recientemente en la colección Biblioteca de escritoras colombianas-. Y este camino de desobediencia epistemológica y discursiva continuó hasta llegar en 1975 a la publicación de Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, una novela paradigmática en las narrativas de la memoria, por tocar sin miedo temas políticos y hablar sobre los repertorios de violencia en la Colombia del siglo XX.
Después de esta cartografía rebelde en voz de mujer, apareció Misiá señora (1982) para plantear una preocupación adelantada, posmoderna en tiempos de la modernidad: una novela que es un clamor ante el silencio, “que salió del corazón en amor total a ese aspecto femenino que nos posee, que me posee; es una manifestación de una queja interna. Es más: es el desgarre inacabable de cada hembra en esta tierra ante el abuso mortal y trapacero del impuesto masculino que no soporta que las mujeres tengamos libertad y poder”.
Esta novela pone en el papel, y en evidencia, el drama generacional de las mujeres, esa condena al erotismo y al cuerpo femenino, así como a la libertad y la inteligencia, una novela sobre la locura, la castración, el matrimonio y la Iglesia. Los cautiverios de la mujer encarnados en la historia de Mariana, la hija menor de una familia acomodada del Eje Cafetero, que desde la niñez confronta su entorno con la valentía que solo puede tener un espíritu trasgresor.
Tu escritura siempre ha estado atravesada por la vida, por tus decisiones, entre las cuales ha estado vivir por muchos años fuera de Colombia. En ese trasegar de andariega, ¿cuándo y dónde se escribió “Misiá señora”?
Andaba por Arezzo (Italia). Había terminado pocas semanas antes “¡Oh gloria inmarcesible!” y como siempre Italia era mi refugio luego de las mil y una noches de escritura, noches de Cadaqués, atiborradas de estrellitas en invierno, borrascosas en junio, plagadas de turistas en verano, o simplemente lúcidas, o en blanco. Había sacado de las entrañas de mi ser esa “pájara pinta”, que aún me conducía por caminos de heridas y dolores ajenos, que también eran míos, y de remate se acumula de un solo batidito esa “colita de la pájara”, así la bauticé, y me enfrentó, sin tregua ni clemencia, a esas historias en retazos que volaban también de rama en rama del verde limonero. Colombia y su miseria continuaban asediándome. Colombia y su esplendor, también me acorralaban. Los cuentos de Oh gloria inmarcesible” son testigos de mi peregrinar por esa “patria de miseria”, como decía Gabo. Y un día bajó un rayo hasta mi terracita frente al mar, o sea, casi… pues fue un fulgurerío escalofriante. El guerrillero, un cuento dedicado al profeta Gonzalo Arango, se dibujó completo en ese instante, en forma de mujer: Felicidad Mosquera, esa heroína silenciada por la sevicia altiva de unos machos sedientos de venganza. Ella es la protagonista del cuento, la que se habla y se maldice mientras decide su destino: “Abre tú misma el portalón. ¡Ponte derecha sobre el quicio…! ¡Aguanta sus miradas…!” Allí brotó el embrión de esa novela de todas las mujeres de la tierra de nadie, que es Misiá señora. Y así me fui a Italia, dizque a descansar, pero llegué allá con el fantasma a cuestas.
En tu obra, al verla en conjunto, siempre hay lazos, vasos comunicantes entre un tema y otro, una idea y otra; esa escritura espiral, pero también interconectada que es un tejido vivo. En esta novela se ve el lazo en ese rayo que vino del libro de cuentos que se publicó en 1979, con el personaje de Felicidad Mosquera. Pero, ¿cómo continúo esa idea, como el rayo iniciático se convirtió en luz propia?
El impulso es el rayo, como ves, aquella imagen de mujer abriendo el portalón de su sentencia a muerte, porque sí, porque aunque sea un hombre quien lo ordena, la que decide es ella, y aquella imagen se convirtió en miles de palabras que daban voz a otras imágenes. Aunque son tres, en realidad, como también podrían ser un número infinito: la mujer-madre, la niña-adolescente, la abuela, la amiga de la infancia, la esposa-loca, la bisabuela inerte ya con memoria perdida mirando ese árbol de guayabo de su infancia, la niña que no entiende por qué unos hombres la violan, la destazan, las amigotas de parranda en pleno carnaval, donde los “chicos
bien” pueden “abejorrearlas” en manada. Y así. Mujeres y mujeres de todos los caminos y las memorias de mi vida fueron cubriendo aquellas páginas, y no pude parar ese fulgor, repito. Pues nadie, que sepa, puede agarrar un rayo por la cola, como diría mi abuela Adelfa.
Me consumió hasta el tuétano, te debo confesar.
Me dejó cicatrices imborrables. Historias, cuitas, atropellos, desvaríos, quimeras mansas de amor de los amores, amores atrevidos y confesiones íntimas catalogadas como “oscuras” por los patriarcas de la Iglesia, desafíos de hembras bragadas y curtidas de recibir las cachetadas de los machos, y que por eso se rebelan, aunque por eso mismo las desuellen, y pues, ¡qué carajo…!, ¡a la mierda el edicto de San Pablo!
Fue un impulso enloquecido, como ves. Alucinante esa película de estar comunicada con todas las mujeres, con mis ancestras, que se convierten en todas las mujeres de la Tierra. De pronto me di cuenta del empuje que cada una de ellas me estaba produciendo en el alma, en el cuerpo, en las entrañas mismas de esa mi esencia femenina. “La fémina traidora” la apodan los que saben de abusos y afrentas a mansalva. Esa es Misiá señora, sí. La que se eliminó de los catálogos en las editoriales, librerías, corrillos del intelecto esclarecido, mesas redondas sobre el “eterno femenino”, y así, por 40 años. Exactamente un día de abril del año 82 un joven crítico español, Luis Suñén, declaró en el Ateneo de Madrid: esta es una novela de mujeres, desde las mujeres, para las mujeres, que ningún hombre debe dejar de leer.
Y hoy, en Colombia, Misiá se