El Espectador

Gracias a la vida...

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

A veces me pregunto si somos felices y lo que nos ocurre en realidad es que no nos damos cuenta de que somos felices, y por eso los lamentos, las furias y los odios, y todo ese largo etcétera de reclamarle al mundo su historia, y a la historia su injusticia, y a la injusticia sus porqués. Entonces apago el celular, me cuelgo una mochila y salgo a caminar, y en el caminar sin rumbo empiezo a comprender que en ese caminar soy feliz, algo feliz, si soy consciente de mi movilidad, por ejemplo, y de mi mirada y de la suerte de escuchar los sonidos, que son vida, y también son historia y cuentan historias, y si logro recordar aquel poema de Violeta Parra hecho canción por Mercedes Sosa y tararear aquellos versos que decían: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados, con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos, y la casa tuya, tu calle y tu patio”.

Y camino, y troto un poco, y doy un par de saltitos y vuelvo a caminar sin prisas, dejando que el vértigo de la ciudad con sus competenci­as, rivalidade­s y prisas me alcance y me pase, y entre las frases de Violeta Parra me pierdo y rescato tiempos muy pasados, cuando vivía la vida a caballo, y a caballo comenzaba el delirio de esta carrera, para retomar unas palabras de Silvio Rodríguez. Y canto, sueño y recuerdo mi anhelo de ser tan libre como un caballo, y del delirio y las carreras recuerdo a José de Saramago cuando decía que siempre queremos estar del otro lado del puente, y entre paso y paso voy entendiend­o que siempre hemos creído que la felicidad está del otro lado del puente, y por eso nos enredamos creyendo que somos infelices, muy infelices, y que necesitamo­s todos esos éxitos, dineros, premios, cargos, diplomas y aprobacion­es que nos venden día tras día, hora tras hora.

Y se me pasan las horas, y llega la noche y se va metiendo entre todo eso que solemos no notar por andar a mil kilómetros por segundo, y todo eso, tal vez, es la felicidad, o parte de una felicidad. Me siento en una banca y voy descomponi­endo palabras para suponer sus orígenes, y regreso a la felicidad, y la escribo en mi mente así, sin mayúsculas, para darle peso a la idea de que no hay una felicidad, sino miles y millones de felicidade­s, las que cada quien quiera y elija, y empiezo a concluir que de tanto andar en busca de la felicidad, acabé por dejarla atrás y por ignorar que tal vez la felicidad era lo que tenia cuando empecé a preguntarm­e por La Felicidad de las mayúsculas.

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