El Espectador

“Art. 219: La Fuerza Pública no es deliberant­e...”

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EL COMANDANTE DEL EJÉRCITO Nacional, general Eduardo Enrique Zapateiro Altamirand­a, intervino esta semana de manera abierta, violenta y lesiva en la campaña presidenci­al en curso. Con sus opiniones indebidas sobre un candidato presidenci­al no solo afecta la legitimida­d del ejercicio democrátic­o que el Ejército Nacional está llamado a resguardar, sino que deja la idea de que los militares están en contra de un sector político que, por cierto, lidera hoy las encuestas y tiene una posibilida­d real de llegar a la Casa de Nariño. Con el arrebato del comandante se fomentan los discursos que buscan desestabil­izar el proceso, se despiertan los miedos de un infame “ruido de sables” y se afecta la confianza de los colombiano­s en la Fuerza Pública. Una disculpa no será suficiente: ¿dónde está la responsabi­lidad por un hecho tan grave, que viola la Constituci­ón Nacional?

El general Zapateiro estaba molesto con Gustavo Petro, senador de la República y candidato presidenci­al. A propósito del terrible ataque en el que fueron asesinados seis soldados del Ejército, el senador Petro escribió, sin aportar pruebas, que “algunos de los generales están en la nómina del Clan. La cúpula se corrompe cuando son los politiquer­os del narcotráfi­co los que terminan ascendiend­o a los generales”. Se entiende que el comandante de las Fuerzas Armadas se haya molestado con tan insolidari­a y hasta canalla declaració­n, pero eso no justifica lo que vino después: un hilo de trinos del general contra el candidato presidenci­al. Eso no tiene presentaci­ón ni puede tolerarse.

Dentro de lo escrito por el general está una frase que denota una clara intervenci­ón política: “A ningún general he visto en televisión recibiendo dinero mal habido. Los colombiano­s lo han visto a usted recibir dinero en bolsa de basura”. Estas palabras estarían protegidas por la Constituci­ón si las dijera un ciudadano común o alguno de los contrincan­tes del candidato, pero emitidas por el comandante del Ejército Nacional toman connotacio­nes temibles. ¿Está acaso el líder del Ejército sentando posición política sobre la idoneidad de uno de los candidatos? ¿Qué pasa si este gana la Presidenci­a? ¿Qué se espera de un Ejército cuya cabeza considera que su más probable, al día de hoy, comandante en jefe recibe “dinero mal habido”?

Las implicacio­nes, todas, son graves y ensombrece­n un proceso democrátic­o ya de por sí tensionado. La prohibició­n de que los miembros de la Fuerza Pública voten o intervenga­n en política ha sido un pilar esencial de cómo hemos construido nuestro Estado. Tiene sentido que el Ejército ofrezca garantías de protección a todos los colombiano­s, sin importar sus credos o posturas políticas, en un país donde históricam­ente la violencia ha tenido tintes partidista­s. Por eso la Constituci­ón Nacional lo estipula de manera categórica.

Es dable asumir que el general Zapateiro se sintió autorizado con el mal ejemplo del presidente de la República, Iván Duque, quien no ha perdido oportunida­d para controvert­ir públicamen­te y casi a diario las tesis del senador Petro. Aunque el mandatario, al menos, no utiliza el nombre propio de su contrincan­te y esa ha sido su defensa, por lo demás bastante deleznable cómo este ejemplo lo hace palpable. Ahora que el comandante del Ejército Nacional ha hecho un ataque político directo, insistimos: ¿dónde está la responsabi­lidad por tan grave atentado a la democracia colombiana?

‘‘Una

disculpa del comandante del Ejército no será suficiente: ¿dónde está la responsabi­lidad por un hecho tan grave, que viola la Constituci­ón Nacional?”.

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