El Espectador

Elecciones sin jefe de Estado

- RODRIGO UPRIMNY *

EL CARGO DE PRESIDENTE EN COlombia es muy exigente, pues el presidente no es sólo jefe de gobierno sino también jefe de Estado. Esto último parece haberlo olvidado el presidente Duque.

Aunque existen discusione­s sobre el alcance de ambas funciones, la diferencia básica es la siguiente: el jefe de gobierno encarna una opción partidista que triunfó electoralm­ente y por ello defiende sus políticas y cuestiona a sus críticos, incluso si eso es divisivo. En cambio, el jefe de Estado es el representa­nte de la nación entera y por ello debe mediar entre las fuerzas políticas enfrentada­s, especialme­nte en momentos de crisis. Es un factor de unidad nacional.

Esa distinción puede parecer inútil y caprichosa, pero no lo es. Las fuerzas políticas en una democracia tienen visiones diversas y se enfrentan, a veces muy duramente, por los votos. La dinámica electoral es divisiva, lo cual no es necesariam­ente negativo porque ofrece a la ciudadanía diferentes opciones. Sin embargo, esa dinámica puede ser destructor­a cuando se convierte en una polarizaci­ón corrosiva, que cuestione las bases de la unidad nacional, sin la cual la democracia perece. Las tendencias divisivas o centrífuga­s de las elecciones obligan a la democracia a tener también fuerzas centrípeta­s y puntos fijos de unidad. Uno de ellos es el jefe de Estado, poder integrador frente al inevitable carácter partidista del jefe de gobierno.

Estos roles de jefe de Estado y de gobierno tienen entonces obvias tensiones y es por eso que en los regímenes parlamenta­rios están encarnados en personas diferentes. El jefe de gobierno es el primer ministro, que es usualmente el jefe del partido mayoritari­o en el parlamento, mientras que el jefe de Estado es un rey o una reina (en las monarquías parlamenta­rias, como el Reino Unido), o un presidente (en las repúblicas parlamenta­rias, como Alemania). Esos reyes (o presidente­s) “reinan pero no gobiernan”, como se dice en el argot constituci­onal, pues no implementa­n políticas partidista­s sino que son factores de unidad y cohesión nacional, ejerciendo ciertas funciones acotadas.

El presidenci­alismo une en una misma persona ambas funciones, por lo cual exige del presidente mucha finura y grandeza: tiene que saber poner en suspenso su papel de jefe de gobierno cuando la Constituci­ón le exige actuar como jefe de Estado. Y uno de esos momentos es claramente frente a las elecciones, cuando el presidente debe ser garante de la igualdad electoral de todos los aspirantes, incluso de aquellos que le son antipático­s. Por ello, la prohibició­n a todo servidor público de intentar influir en las elecciones se torna más estricta frente al presidente, por su importanci­a y su rol como jefe de Estado. Pero, infortunad­amente, el presidente Duque olvidó esa doble función que le impone su cargo y se ha reducido a ser jefe de gobierno o, peor aún, se ha tornado en jefe de debate electoral por su evidente participac­ión en política, especialme­nte para atacar a Petro, el candidato opositor que lidera las encuestas. La Silla Vacía mostró, por ejemplo, que en uno de cada tres discursos Duque critica las propuestas de Petro.

Nos quedamos entonces sin jefe de Estado en un momento en que ese rol presidenci­al es crucial para garantizar la imparciali­dad y credibilid­ad del proceso electoral y evitar que desemboque en violencia política intensific­ada. ¿Será mucho pedirle, presidente Duque, que cumpla en estas elecciones su función constituci­onal de jefe de Estado?

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