Salidas de fondo
LAS CAMPAÑAS SE QUEDAN EN LAS minucias, en las peleas políticas que dan likes y agitan los portales. La gestión de los publicistas y los fraseos marqueteros convertidos en libretos, la velocidad del tiempo, la falta de preguntas de los electores y las preocupaciones del momento le quitan el foco a lo trascendente. La coyuntura se traga todo.
En parte eso se debe a una limitación del periodismo: la dificultad de que en un consejo de redacción se compren los temas que tengan que ver con la respuesta de los candidatos a los problemas estructurales de este país: la pobreza, el hambre, la exclusión y la inequidad. Son temas ladrilludos que no generan tráfico digital, que no venden.
Con el tiempo, además, prensa y ciudadanía —informada o no— terminaron comprando el discurso oficial de que el narcotráfico y la inseguridad son las causas de todos los males, como si no fueran parte de un círculo vicioso que tiene su origen en la incapacidad estatal. Los académicos y violentólogos lo han dicho, pero han caminado por una acera diferente a la de la opinión, en la cual no se cuestiona esa idea de que Colombia ha sido la democracia más antigua de América Latina.
No lo ha sido porque todos los procesos políticos han sido inconclusos. El populismo de derecha, a pesar de que se concretó con Uribe, no lo hizo de frente. A diferencia del resto de América Latina, no hemos pasado por el populismo de izquierda. A Gaitán, que habría podido representarlo, lo mataron por miedo a que le moviera el piso a la institucional.
Más allá del populismo, a la izquierda no se le ha permitido evidenciar las complejidades de gobernar: o han matado a sus aspirantes, como sucedió en 1990, o estos no han logrado convocar. Y la derecha, a diferencia de la del Cono Sur, ha sido de corbata.
Mientras tanto y entre peleas sobre los detalles, los grandes debates se diluyen. Y entre ellos, la pregunta por cómo hacemos para construir un mejor país. ¿A través de qué canales? ¿De qué soluciones? La evidencia ha demostrado que las salidas, ya consignadas en decenas de misiones de sabios y libros de académicos, van más allá de los temas de campaña. Así como matar a Pablo Escobar no mejoró la realidad colombiana ni la mejorará extraditar a Otoniel, tampoco lo hará fumigar el mundo con glifosato o promover pactos carcelarios de perdón social.
Parte de las salidas tal vez está en generar acciones profundas para construir igualdad, promover una ética cívica, recuperar la división de poderes, legitimar la legalidad, mejorar la capacidad estatal. La Constitución de 1991 y el Acuerdo de Paz han sido apuestas en ese sentido, pero con el paso del tiempo su trascendencia ha sido limitada por peleas coyunturales, intereses politiqueros y decisiones tomadas en las mieles de la manzanilla.
Temas como la educación, la reformulación estatal y las soluciones al hambre deberían ser exigidos por la opinión y los periodistas en todos los debates para romper las dolorosas barreras de la inviabilidad.
‘‘Entre
peleas sobre los detalles, los grandes debates se diluyen. Y entre ellos, la pregunta por cómo hacemos para construir un mejor país”.
Pecera