El cuy en Nueva York
NO ES INUSUAL TOPARSE EN NUEVA York con costumbres curiosas y sorprendentes. Encontrar, por ejemplo, que el cuy, ese herbívoro que también se come en el sur de Colombia, sigue siendo el plato de lujo de una pequeña comunidad ecuatoriana radicada en esta ciudad desde hace varias décadas. Para decenas de sus familias, al igual que en la casa de sus antepasados en los Andes, el cuy es el manjar por excelencia, el plato central de matrimonios, primeras comuniones, cumpleaños, grados y otras celebraciones.
Esta tradición tiene, por supuesto, una larguísima historia. Varios testimonios arqueológicos en numerosos lugares de los Andes confirman la privilegiada presencia del cuy en los entierros indígenas, incluso cientos de años antes del comienzo del llamado Imperio Inca. Más tarde, en el período colonial, la sobresaliente pintura de La última cena en la catedral de Cuzco, en una interesante forma de sincretismo, muestra cómo Jesucristo comparte con sus apóstoles la mejor de las viandas a los ojos de los fieles: un plato de cuy, acompañado de maíz y tubérculos. Por lo menos dos cuadros semejantes de las iglesias de Quito describen la misma escena.
Lo curioso es que esta costumbre se haya mantenido durante décadas, más o menos intacta, en un rincón de Estados Unidos, un país donde es usual que muchas de las tradiciones de los inmigrantes de todo el planeta se pierdan o, al menos, se amalgamen en medio de la cultura norteamericana, el famoso melting pot que recibe, mezcla, homogeneiza y, a veces, reexporta modas y costumbres por el mundo. Según la explicación de un amable taxista de Ambato, algunas de sus tradiciones, entre ellas la del cuy, se han preservado porque durante tres generaciones los ecuatorianos de su grupo, con excepción de los obligados intercambios laborales, prácticamente no interactúan con los gringos. Se casan, divierten y socializan solo entre ellos. Casi no hablan inglés. Aferrarse a las tradiciones que trajeron de sus pueblos y veredas ha sido una forma terca y efectiva de mantener un vínculo, siempre amenazado con disolverse en medio de la Gran Manzana.
Lo paradójico es que al mismo tiempo que la tradición del cuy se mantiene congelada, enquistada, allá en algún lugar de Nueva York, en varias ciudades de los Andes, donde surgió todo hace miles de años, el pollo frito, las carnes de res y una variedad de comidas rápidas han penetrado en las costumbres alimenticias de amplios grupos de herencia indígena. En muchas mesas populares donde el cuy era el rey indiscutido de las fiestas y celebraciones, a veces, entre otras razones, por sus altos precios, hoy este lugar de privilegio ya lo comparte con platos semejantes a los que consumen el resto de los peruanos, ecuatorianos y colombianos.
Es bien probable que los hijos y nietos de los miembros de esa cerrada comunidad ecuatoriana de Nueva York, después de una prolongada resistencia, tarde o temprano terminen integralmente vinculados a la sociedad norteamericana. Cuando hablen inglés, vayan a las universidades, se mezclen y casen con gentes de todas partes, liderados por los más jóvenes, seguramente abandonarán algunas de las más cerradas costumbres, entre ellas la del cuy, que sus padres y abuelos trajeron de los Andes y mantuvieron por décadas en defensa de su identidad en medio de la invasiva cultura norteamericana.