El Espectador

Bucha hoy, Guernica ayer

- YO SOY COMO EL PICAFLOR RICARDO BADA Lo invitamos a leer la versión completa de esta columna en www.elespectad­or.com

Cuando me enteré de que docenas de civiles fueron asesinados en Bucha por flechas metálicas diminutas disparadas por la artillería rusa, y antes de ver los alucinante­s videos y las fotos satelitale­s que documentan la masacre, semejante crimen de lesa humanidad, la primera imagen que rememoré fue la del Guernica, de Picasso.

En primera plana, el miércoles 28 de abril de 1937, el Times londinense y el New York Times publicaron una crónica de George Steer que informaba del bombardeo sobre Guernica, santuario de los vascos, por los aviones de la legión Cóndor alemana, “voluntario­s” que Hitler envió para apoyar al inferiocre general Franco en la Guerra Civil Española. “Voluntario­s” que ya habían bombardead­o Madrid y estuvieron a punto de destruir el Museo del Prado, y que un lunes siniestro, dos días antes de dicha crónica, a partir de las 16:15, sembraron destrucció­n y muerte durante tres horas y quince minutos en aquel pueblo indefenso al nordeste de Bilbao.

Es bastante seguro que sin esa crónica a menos de 48 horas del suceso, el bombardeo de Guernica no se habría conocido en el resto del mundo ni le hubiese inspirado a Picasso la composició­n de su cuadro más famoso. Solo eso sería mérito suficiente, pero debe añadirse que la crónica de George Steer (1909-1944), muerto prematuram­ente en la India, en un accidente de auto, despertó una conscienci­a hasta entonces dormida: lo que acababa de suceder en Guernica podía ser pronto cruda realidad en el resto de Europa, y de hecho lo fue: Varsovia, Róterdam, Amberes, Coventry y Londres se añadirían a esa lista execrable.

En un pasaje de la novela de Heinrich Böll titulada Acto de servicio, se halla una lúcida alusión al bombardeo de Guernica. Durante el juicio por la apropiació­n indebida de un tanque, “el fiscal preguntó si era usual que un artista —lo dijo con abierto sarcasmo— robase el material para su obra de arte. Büren replicó de nuevo con una fantástica, acusada indolencia: dijo que querer hacer una obra de arte era una pasión tan vehemente que, desde luego, un artista siempre estaría dispuesto a robar el material; Picasso, dijo, buscó a veces materiales para sus obras de arte entre los escombros, y hubo una ocasión en que la mismísima Luftwaffe hizo que los motores de sus reactores de caza cooperasen en una obra de esa naturaleza”.

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