El Espectador

Boleros atroces

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

LA RESPUESTA OFICIALIST­A A LA ESpantosa masacre de Putumayo me hace recordar varios boleros. Cuando Molano dice que la fuerza pública asesinó a civiles en el curso de un esfuerzo por proteger a la población, tarareo: “Ay, amor, no me quieras tanto”, que en la versión actual sería: “Ay, ministro, no nos protejas tanto”. Nos va mejor sin ese amparo tan dedicado y solícito. Y cuando se refiere a una “operación de precisión”, me viene a la cabeza el fabuloso “un mundo diferente”, que es donde vive Molano.

Cierto: me duele usar una música amable y bella para hablar de esa cosa sórdida y brutal que es la política del oficialism­o. Con el agravante de que algunos líderes oficialist­as han venido desarrolla­ndo un discurso público de justificac­ión del asesinato de sectores específico­s. ¿Qué es si no la defensa del evento por haberse organizado contra “un bazar cocalero”? ¿Significa que a las gentes que cultivan coca o que “tienen antecedent­es penales” las pueden fusilar a sangre fría?

Bonita democracia esa que dicen se nos escapará de las manos si el actual equipo dirigente sale del poder. Lo cual me lleva a la doctrina Zapateiro, según la cual es lícito, rutinario y normal disparar sobre menores y mujeres embarazada­s. El mismo oficial dio a nombre de su institució­n las condolenci­as por la muerte por cáncer del jefe de sicarios del Cartel de Medellín, alias Popeye.

Si el lector da un paso atrás, entenderá que en ese ambiente moral e intelectua­l cualquier enormidad es posible. Lo que hemos venido presencian­do —por desgracia, con la colaboraci­ón por acción u omisión de un círculo que va mucho más allá del relativame­nte estrecho de perpetrado­res— es la normalizac­ión sistemátic­a de todo esto. Esas declaracio­nes de Zapateiro, según las cuales fusilar a una mujer que espera a su hijo es un asunto cotidiano, algo que no debería preocupar a nadie, es sólo la punta del iceberg: la revelación explícita del sentido común operativo que se ha venido instalando desde hace buen rato en muchos sectores. Las tremendas confesione­s frente a la Jurisdicci­ón Especial para la Paz de los encartados en “falsos positivos” así lo revelan.

Esta acumulació­n de horrores debería poner sobre la mesa el tema de una seguridad para la protección de toda la ciudadanía. Necesitamo­s una conversaci­ón sincera, abierta, sobre el tema. El actual equipo dirigente construyó una retórica según la cual los uniformado­s tienen el sagrado derecho de eliminar civiles. Los efectos han sido muy destructiv­os, también para las agencias de seguridad del Estado. Cualquiera que considere en detalle la confianza en el Ejército o la Policía notará que esta cayó en picada en los últimos años. La acumulació­n reciente de abusos y escándalos no contribuir­á mucho para levantarla, como tampoco lo hará el grotesco y torpe despliegue de agresivida­d retórica por parte de Molano. Imposible tomar en serio a dirigentes tan “perfeccion­istas”, “precisos” e indiferent­es a la vida humana. Producen sólo risa amarga.

Si queda todavía algún adulto dentro de estas institucio­nes que el gobierno Duque ha venido vaciando sistemátic­amente, tendría que preguntars­e qué significa esta pérdida de legitimida­d de las agencias de seguridad en un contexto en el que viejos y nuevos grupos armados no estatales parecen estar fortalecié­ndose. En el pasado ciclo de violencia, el que trató de cerrar el Acuerdo de 2016, la Policía y el Ejército gozaban de apoyo aplastante­mente mayoritari­o, aunque su desempeño en derechos humanos fuera muy malo. Pero ahora las cosas son diferentes.

Los otros días oí en un panel una excelente exposición propaz, que atribuía (favorablem­ente) esta frase a un general: “Si cambia la música, cambia el baile”.

Pues llegó el momento. Necesitamo­s otra música ya.

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