El Espectador

El fracaso del centro

- JUAN CARLOS BOTERO @JuanCarBot­ero

DIGAMOS LAS COSAS COMO SON: EL centro no ha estado a la altura de este momento histórico.

Sus candidatos revelaron falta de grandeza en estas elecciones, peleando entre ellos e impidiendo que surgiera uno con fuerza y un apoyo inequívoco. Prevaleció la incoherenc­ia, con Íngrid fustigando las maquinaria­s y luego haciendo pactos con la fábrica de las maquinaria­s. Prevaleció la cobardía, con los miembros del Equipo por Colombia incapaces de condenar la corrupción al interior de su coalición, mientras hacían grandes promesas de combatir la corrupción nacional. Y prevaleció la desconexió­n, con Alejandro Gaviria aceptando su derrota mediante un poema.

Calificar de débil al centro quizá sea excesivo, pero no lo es demasiado. ¿Cuándo concluimos que optar por esta vía es renunciar al fervor y a la firmeza? ¿Es tan difícil encontrar, en un país de 51 millones de habitantes, una figura de centro que anime e inspire, que sea ferozmente demócrata? ¿Acaso la pasión es incompatib­le con el centro? Ahora el país se verá obligado a escoger entre dos opciones y ninguna convence. Ahí está el problema: que el centro no seduce ni agarra al votante de las solapas. Más que procentro, sus electores son anti lo demás, y el apoyo se hace sin convicción, sólo para no votar por las opciones más extremas.

En cuanto a Sergio Fajardo, sabemos lo que rechaza pero no lo que defiende. Mientras que otros tienen posiciones claras y se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con ellas, con Fajardo sabemos lo que propone pero no lo que encarna. Es una candidatur­a caracteriz­ada por la ambigüedad, con demasiadas semejanzas a la derecha y demasiados préstamos de la izquierda. Que carece de autenticid­ad, porque cambia según los bandazos de sus asesores. Y que cree que una elección se gana con propuestas y no con emociones. ¿Acaso conocen a mucha gente emocionada con la campaña de Fajardo?

El candidato tiene grandes virtudes, pero carece de las necesarias para ganar la Presidenci­a. Carisma. Capacidad de persuasión.

Elocuencia. Una personalid­ad magnética. Empatía con los necesitado­s y firmeza ante los poderosos. Una visión realista pero optimista del futuro. Una mirada crítica a la actualidad y lucidez en cuanto a los aciertos y desacierto­s del pasado. Capacidad de liderazgo y una oratoria cautivante. Una filosofía pragmática pero entusiasta. Eso fue de lo que menos tuvo el centro: entusiasmo, pues es difícil entusiasma­rse con alguien cuando prevalece la ambivalenc­ia en sus posiciones.

Este era el momento para que surgiera una verdadera voz de centro. Un país con tanta hambre, con tanta corrupción, con un gobierno fallido, con una presidenci­a que tuvo el descaro de adueñarse de los organismos de control, con tanta inconformi­dad y tanta injusticia social, todo eso, paradójica­mente, era terreno fértil para que surgiera una opción alterna, un tercer camino alejado de los extremos, con visión y liderazgo para mostrarnos el futuro. ¿Cuál es el resultado de este fracaso? Que quedamos divididos en un país polarizado y lo grave de eso es que de todas las opciones políticas que ofrece el universo, las reduce a dos. Y dos inconvenie­ntes.

Nadie sabe qué pasará en Colombia. Pero si acabamos mal, el centro tendrá su cuota de responsabi­lidad en el desastre final. Esa cuota será enorme.

‘‘Ahí

está el problema: que el centro no seduce ni agarra al votante de las solapas”.

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Ruido electoral
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