El Espectador

¡Vamos, Moreno!

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

LUIS ALBERTO MORENO, EL COLOMbiano que dirigió el Banco Interameri­cano de Desarrollo durante 15 años, lanza su libro ¡Vamos! Siete ideas audaces para una América Latina más próspera, justa y feliz. La fórmula es muy buena: combina los fríos análisis económicos con anécdotas personales. Ensayo acronicado o crónica ensayada.

Así nos enteramos de que la mamá de Moreno era una señora sensible, una activista social que no volvió al club Los Lagartos cuando supo que un socio había obligado a un caddie de 12 años a meterse al lago del club para rescatar una pelota de golf, y el niño, que no sabía nadar, se ahogó. El caso no trascendió. Era un niño pobre.

A los 14 años su crecimient­o se detuvo, su hermano menor lo sobrepasó en estatura, sus padres se alarmaron y lo sometieron a un tratamient­o de choque: un año de ejercicio vigoroso, abundante comida estadounid­ense y aire subártico en un internado de Dakota del Norte (temperatur­a media, -14 ° C). Moreno no creció ni un centímetro, casi se le necrosa la nariz, pero comprendió que tenía que ser más inteligent­e que los chicos altos y aprendió a “empatizar con los más vulnerable­s, mi gremio”.

Asegura que en los años 70 todo el mundo estaba al tanto del negocio del narcotráfi­co, “sobre todo las clases altas. Mi madre recuerda que las señoras de la sociedad bogotana vendían, con una sonrisita y un encogimien­to de hombros, los dolaritos que recibían de sus parientes emprendedo­res”.

En las páginas de Vamos descubrí que la desigualda­d social de la región “Asia Oriental y el Pacífico” es peor que la del África Subsaharia­na aunque no es tan dramática como la desigualda­d de Latinoamér­ica (Asia del Sur tiene el mejor Gini del mundo). Moreno piensa que este problema se combate subiendo la tributació­n de las clases medias y altas, y aumentando la producción, pero olvida contarnos cómo piensa resolver el famoso nudo: cómo crecer eternament­e con recursos naturales finitos.

La ecología es entelequia romántica. Los banqueros solo se ocupan de asuntos serios.

Sin embargo, Moreno demuestra que tiene corazón, o al menos cálculo: “Es mejor hacer los cambios sociales a las buenas y no a las malas”, le dijo a El Tiempo el domingo, seguro pensando en Chile y Colombia.

Allí afirmó que Petro “fractura la sociedad colombiana y es capaz de pasar por encima de lo que sea”, mientras que admira en Fico

“su capacidad para acercarse y escuchar a la gente”. ¿Busca trabajo Moreno en las Oficinas? ¿De verdad piensa que los otros políticos sueldan fracturas y respetan cosa alguna?

Por el libro desfilan, face to face con Moreno, varios presidente­s norteameri­canos. “Mire, Luis Alberto”, dice Moreno que le decían los presidente­s y yo le creo: era el presidente vitalicio del BID, una deidad pagana.

Hay menciones elogiosas para Uribe y Pastrana (guarde este libro, Andrés, puede ser la primera y última vez que usted salga bien librado en una publicació­n importante). Santos es reseñado al paso. Sobre Samper hay apenas una alusión sin nombre propio. Sale de espaldas, por así decirlo.

Habla con orgullo de su gestión ante el Imperio para la financiaci­ón del Plan Colombia: Gabo, Clinton, aviones repletos de rosas, cenas con la “crema” intelectua­l de Washington, lobbies en el Capitolio, pero la verdad es que la nota final del Plan es mala: se les dio duro a las Farc… al costo de fortalecer el paramilita­rismo, y el narcotráfi­co quedó intacto. Tampoco cuadran las cuentas. Moreno dice que según el Center for American Progress, un think tank de Washington, el Plan costó US$10.000 millones en 15 años y Washington solo puso US$500 millones: US$33,3 pichirris millones anuales.

P. S. Mire, Luis Alberto, esas rosas nos salieron putamente caras.

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