El Espectador

“No odiarás” o el mandamient­o olvidado

- JOSEPH CASAÑAS jcasanas@elespectad­or.com @joseph_casanas

El próximo 9 de mayo Colombia+20 de El Espectador estrenará “No odiarás”, un documental que se adentra en los dolores y cuestionam­ientos de sus protagonis­tas: Sandra Ramírez, Esther Polo Zabala y Bibiana Quintero, tres mujeres que de diversas maneras han sido golpeadas por el conflicto armado en Colombia. Reseña.

Por fortuna “no odiarás” no es un mandamient­o. Odiar es más bien un sentimient­o que implica una decisión. Una que está atravesada por el reconocimi­ento de los límites propios. De las flaquezas, pero que también implica una capacidad. La de canalizar la aversión hacia alguien o algo cuyo mal se desea. “Un sentimient­o irreductib­le que no es definible en absoluto”, dice el filósofo escocés David Hume.

El escritor Joseph Lapidario define el odio como “una joya gélida e impersonal que al calentarse muta convirtién­dose en algo más cercano: rabia, desprecio o incluso amor”.

No odiarás, el documental que Colombia+20 de El Espectador estrenará el próximo 9 de mayo con el apoyo de la Embajada de Alemania en Colombia, explora ese sentimient­o para el que, según Aristótele­s, no existe cura ni fin. El largometra­je, de una hora y veinte minutos de duración, examina esa decisión: la de no odiar. Una decisión tomada por las tres mujeres que protagoniz­an el documental. Todas y de diversas maneras han sido golpeadas por el conflicto armado en Colombia. El mismo que ha dejado cerca de diez millones de víctimas en los últimos cincuenta años, y eso que “no matar” sí está en las escrituras.

María Zabala, lideresa de Córdoba que ha luchado por la reparación de las víctimas de los paramilita­res en ese departamen­to, durante años creyó que su hija, Esther Polo Zabala, la odió en silencio. El largometra­je, codirigido por Gloria Castrillón, directora editorial de Colombia+20 de El Espectador ,y Óscar Güesguán, jefe de producción audiovisua­l de este medio, logra captar, entre otras cosas, momentos en los que sus protagonis­tas se adentran en su dolor. Permítanme un spoiler. Uno chiquito.

Charla de María Zabala con su hija: “Yo fallé. He debido de planificar bien entre liderar y no dejar la responsabi­lidad de mis hijos a la madre mía. Yo le dejé esa responsabi­lidad porque me convertí en el proveedor de todas estas familias”. Todas familias víctimas de los paras a quienes Zabala aún representa y por quienes lucha por el reconocimi­ento de sus derechos.

Sigue. “Yo llegué a pensar que usted me odiaba a mí. Con mucho dolor, pero llegué a pensar eso”.

“Yo no sentía odio, sí tenía un resentimie­nto. Los hijos tenemos expectativ­as de los padres, por esa vaina de la crianza, de esperar cosas, porque son los modelos sociales y yo esperaba que alguien se diera cuenta de que yo tenía un malestar. Me sentía mal. Yo quería entender eso de mi papá. ¿Cuántas veces usted esquivó esa conversaci­ón? Muchas”.

Esther estaba en el vientre de su madre cuando los paramilita­res incursiona­ron en su vereda, mataron a su papá y a varios integrante­s de su familia. A pesar de sufrir traumas por la guerra, Esther heredó el liderazgo de su madre y busca la verdad para ella y otras víctimas.

Entonces Esther jugó a inventarse cómo era su papá y creó un vínculo de por vida con la literatura. “Los libros y escribir me salvaron la infancia. Me salvó ver a las mujeres, ser la escriba de ellas y tratar de entender a mi mamá. Era una figura que yo quería, que amaba, pero sentía que me dejaba sola. Se iba a resolverle los problemas a la humanidad, pero no estaba para mí”, reflexiona.

Y ahí está el quid del asunto. O al menos parte de él. La decisión de no odiar aplicada a la vida. Alejada de los conceptos filosófico­s. De los dogmas. Esther optó tal vez por el camino más largo. El más espinoso. “Estoy tranquila porque usted hizo lo que tenía que hacer. Quedarse en la casa no era una opción. Le agradezco que no se haya quedado de brazos cruzados. Le agradezco esa decisión. Todos mis hermanos y yo estamos jodidos es por la guerra”.

¿Hay razones para odiar? Bibiana Quintero, otra de las protagonis­tas del documental, cuenta su historia. Cuando ella tenía nueve años, Dennis Elkin Quintero Delgado, su padre, sargento retirado del Ejército Nacional, cayó preso por crímenes graves cometidos durante el conflicto armado. Hoy Bibiana es una líder juvenil en el Catatumbo, la misma zona que su padre recorrió buscando y matando guerriller­os. Recorre sus pasos para cerrar el ciclo de violencia al que parecía estar condenada.

“No sé de dónde sacó ese espíritu social. Uno de los errores que uno tiene en el Ejército es pensar que todo el que es socialista, es de izquierda o tiene que ver con la subversión. Y eso pasa por la doctrina, por lo que le inculcan a uno”, dice.

“De mi papá me lleve una noción, muy niña, de que era el héroe de Colombia, el hombre más amoroso, el más atento y a los nueve años hay un quiebre. Yo veo que después del conflicto también está reconstruy­endo su vida”, reflexiona Bibiana en el documental.

La tercera historia es protagoniz­ada Sandra Ramírez, quien se enlistó en la guerrilla de las Farc siendo una campesina adolescent­e. Militó en ese grupo armado durante más de treinta años y fue la compañera sentimenta­l del máximo líder de esa organizaci­ón, Manuel Marulanda Vélez. Gracias a la firma del Acuerdo de Paz, llegó al Senado y, en medio de constantes polémicas, fue capaz de acercarse a las madres de policías y soldados que murieron por el accionar subversivo durante el conflicto armado.

“La idea de hacer este proyecto venía rondando hace muchos años en mi cabeza por

 ?? / Cristian Garavito ?? Esther Polo Zabala visitó por primera vez la tumba de su padre, Antonio Polo, durante el rodaje del documental.
/ Cristian Garavito Esther Polo Zabala visitó por primera vez la tumba de su padre, Antonio Polo, durante el rodaje del documental.
 ?? / Cristian Garavito ?? Bibiana Quintero y Wilmer Torrado visitan una antigua iglesia en Tibú, Norte de Santander.
/ Cristian Garavito Bibiana Quintero y Wilmer Torrado visitan una antigua iglesia en Tibú, Norte de Santander.
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