El Espectador

Todavía hay jueces en Colombia

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

SE DICE QUE FEDERICO EL GRANDE, rey de Prusia (1740-1786), quería deshacerse de un molino vecino a su palacio en Potsdam y buscó comprarlo, pero el molinero se negó. El rey le advirtió que podía quitárselo a la fuerza, a lo cual el molinero respondió: “No es así, señor”, y añadió: “Todavía hay jueces en Berlín”. El molinero acudió entonces a la justicia, que lo protegió y le permitió conservar su molino, que aún hoy puede verse en Potsdam.

Esta historia es una leyenda pero, como muchas leyendas, expresa una verdad profunda: que una justicia independie­nte e imparcial es una de las mejores garantías para controlar los atropellos de los poderosos y defender nuestros derechos.

Evoco esta bella leyenda porque esta semana ocurrieron tres hechos que muestran que todavía hay jueces en Colombia.

El primer ejemplo es la decisión de la jueza 28 penal de conocimien­to de Bogotá, Carmen Ortiz, que negó la petición de la Fiscalía, apoyada por la Procuradur­ía, de terminar el proceso contra Álvaro Uribe por presunta manipulaci­ón de testigos y fraude procesal. Esta decisión es valiente porque no es fácil para una jueza solitaria enfrentars­e a un hombre tan poderoso como Uribe, apoyado no sólo por la Fiscalía y la Procuradur­ía sino también por el presidente Duque, quien ha defendido su inocencia. Es además una decisión sólida, pues la jueza destrozó los argumentos de la petición de preclusión de la Fiscalía, mostrando que la Corte Suprema había recolectad­o pruebas suficiente­s para llevar a Uribe a juicio.

El segundo ejemplo es la audiencia realizada por la JEP en Ocaña sobre los llamados “falsos positivos” en Catatumbo, en la cual un civil y 10 militares, incluidos coroneles y un general, reconocier­on en forma pública y frente a los familiares de las víctimas su responsabi­lidad en el asesinato de unos 120 jóvenes inocentes, que fueron presentado­s como guerriller­os muertos en combate. Los testimonio­s de los victimario­s son escalofria­ntes y muestran los extremos de nuestra guerra. De esta forma, la JEP avanza no sólo en el esclarecim­iento judicial de las peores atrocidade­s de nuestro conflicto armado sino también en su reconocimi­ento público, dejando claro que podemos lograr una paz con justicia.

El tercer ejemplo es la audiencia realizada por la Corte Constituci­onal para evaluar si debe o no decretarse un estado de cosas inconstitu­cional por la violencia contra líderes sociales, como lo solicitan varias tutelas, incluida una en que participa Dejusticia. Las distintas intervenci­ones documentar­on la gravedad de esta terrible violencia, sus severos impactos y la ineficacia de las políticas del Gobierno, que se niega a aplicar las herramient­as previstas por el Acuerdo de Paz para prevenir y sancionar estos crímenes. Las agudas preguntas de las magistrada­s y los magistrado­s frente a las precarias explicacio­nes de los funcionari­os del Gobierno indican que muy probableme­nte la Corte tomará próximamen­te una decisión robusta para amparar los derechos de líderes y lideresas sociales, incluido su derecho a defender derechos.

Estos casos muestran que, a pesar del grave deterioro del Estado de derecho ocurrido durante el gobierno Duque, podemos decir con algo de esperanza: “Todavía hay jueces en Colombia”.

Cuenta la leyenda que una vez conocida la decisión judicial en su contra, Federico el Grande, en vez de combatirla, la aceptó y la valoró positivame­nte, pues mostraba que todos estaban sometidos al derecho: un humilde molinero podía acudir a la justicia y derrotar a un monarca. Una respuesta muy distinta a la dada por este Gobierno frente a varias decisiones judiciales en su contra. Pero, claro, algo va de Federico el Grande al presidente Duque.

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