Inflación y malestar
SE EQUIVOCARON LOS MANDATARIOS que esperaban que sus índices de favorabilidad mejoraran con la recuperación de sus economías ocurrida desde mediados de 2021. La gente salió de las cuarentenas y volvió a las calles, bares y restaurantes, al principio con euforia, disfrutando de su libertad, pero pronto se encontró insatisfecha y preocupada, incluso la de países donde el desempleo ya había caído en forma considerable. Y, claro, se desplomó la popularidad de mandatarios como Biden y Duque. Y afectó también la del recién posesionado Gabriel Boric.
Aparte de las condiciones propias de cada país, una de las causas de esta situación es la inflación que, en Estados Unidos, llegó al 8,5 %; en Chile, al 9,4 %; y en Colombia al 8,5 %. Este fenómeno generalizado, bien se sabe, se explica en buena parte por el aumento de los precios de los commodities, acelerado por la crisis de Ucrania y la fuerte recuperación de la demanda interna, fruto de los apoyos de los gobiernos a las familias y empresas durante la pandemia.
El brusco proceso inflacionario afecta directamente la capacidad de compra de los hogares. Erosiona los salarios y el valor de los ahorros y crea inseguridad e incertidumbre en la gente. La inflación es un impuesto que golpea especialmente a los pobres y hace más desigual la distribución del ingreso.
Se equivocaron de medio a medio los gobiernos que buscaron aplausos con la recuperación y las buenas cifras agregadas y que, desoyendo las opiniones de los expertos, tomaron medidas temerarias que atizaron los fuegos inflacionarios, algo evidente en Colombia, cuando se elevó en diciembre el salario mínimo en una forma incompatible con la estabilidad de precios, y en Estados Unidos, donde se lanzó un plan de gastos que era evidentemente una amenaza para la estabilidad macroeconómica.
El economista Arthur Okun construyó hace varias décadas una medida de las variables macroeconómicas que inciden directamente sobre el bienestar de la gente. La denominó Índice de Miseria, definido como la suma de la inflación y el desempleo. A diferencia de las cifras de crecimiento del PIB, estas variables sí afectan directamente la vida de las personas y, por lo tanto, repercuten en la percepción de los ciudadanos sobre el desempeño de las autoridades.
El Índice de Miseria de Colombia era de 16,39 en marzo de 2020, a comienzos de la pandemia, y ahora es de 20,83, un aumento que se originó fundamentalmente en el salto de la inflación, que pasó del 3,86 % al 8,53 %. En Estados Unidos, el Índice se duplicó: de 5,9 a 12,1, exclusivamente por el mayor crecimiento de los precios.
La reducción de la inflación será difícil y tomará algún tiempo. Se sabe, eso sí, que las alzas de las tasas de interés que deberá que impulsar el Banco de la República tendrán efectos sobre la actividad económica (en Estados Unidos ya se habla de una posible recesión) y afectarán el empleo y, en el corto plazo, golpearán el Índice de Miseria. Los analistas, que prevén que la inflación de Colombia llegará al 7 % al final del año, esperan que el Emisor eleve sus tasas de intervención en cerca de 300 puntos básicos.
Esta compleja situación macroeconómica que hoy arropa el proceso electoral en marcha sin duda complicará las tareas de los primeros trimestres del próximo gobierno. La autoridad monetaria, por fortuna, está alejada de los vaivenes políticos. ¿Le tocará una buena escuela con promedios por lo menos iguales al nacional o una en el fondo del ranking? ¿Tendrá buenos profesores que lo estimulen o será el objeto de aquellos que, menospreciando la formación en competencias básicas y aptitudes de cada alumno, se enfoquen en ideologizarlo? ¿Conseguirá empleo cuando termine? FECODE habla de la defensa de la educación pública supuestamente para que no se vuelva un negocio... pero evidentemente el negocio lo tienen ellos con la captura de rentas políticas y económicas. ¿Dónde queda la población? ¿Cuándo vamos a reaccionar los colombianos y las asociaciones de padres de familia en contra de este asfixiante y politizado monopolio que actúa como partido?
Si el presupuesto para la educación es de $49,2 billones, cabe preguntar si está produciendo el desarrollo y la formación del capital humano correspondientes. La respuesta es claramente NO. Un dialogante planteaba la esperanza de que todos recibiéramos la misma educación y oportunidades de bilingüismo o de intercambio para evitar esa diferencia social desde las bases. La rabia de los jóvenes que no ven alternativas de empleo es cierta, tenemos una educación politizada que no enseña para la vida, para la convivencia, una ideologización que produce odio y frustración en lugar de oportunidades.
Para hacer el cambio en equidad debemos modificar especialmente la financiación de la la educación superior, implementando bonos educativos contingentes al empleo y utilizables en instituciones públicas o privadas, sumados a que jóvenes y padres tomen decisiones informadas sobre la demanda de las diferentes carreras, el nivel educativo de las instituciones y sus docentes. Para aplanar las desigualdades regionales debemos cambiar a modelos más híbridos que permitan acceder a currículos más amplios. Promover la educación para la vida, la convivencia, el humanismo, el trabajo en grupo, la comunicación asertiva, las competencias en matemáticas y ciencias, la comprensión de lectura y el discernimiento, en lugar de continuar multiplicando frustraciones “educadas” con mala calidad y baja pertinencia. Debemos lograr ese acuerdo entre todos, así cada vez que hablamos de reformas FECODE y la CUT nos amenacen con paros nacionales e incendiar las ciudades.