El Espectador

Entre el bien y el mal

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

NO ES SECRETO QUE EN ESTE PAÍS existe educación de primera, de segunda y de tercera categoría, y que el nivel socioeconó­mico condiciona a cuál se puede acceder. Como lo concluye el libro La quinta puerta, de Juan Camilo Cárdenas, Leopoldo Fergusson y Mauricio García, no basta con mejorar la calidad de la educación si no se hace un esfuerzo adicional para combatir el apartheid educativo; sin equidad, la educación, en vez de contribuir a la movilidad social y a la reducción de desigualda­des, sólo seguirá perpetuánd­olas. Sin embargo, al analizar la situación política, social y económica del país, y la participac­ión de las élites en ella, se podría afirmar además que realmente ninguna educación es buena, ni siquiera la que reciben los más privilegia­dos.

Julio Carrizosa, en su libro Colombia compleja, afirma que siempre nos gobiernan hombres y mujeres a quienes sólo se les ocurren soluciones simples para un país extremadam­ente complejo y diverso. Una clase dirigente de personas estudiadas, viajadas y llenas de recursos, pero absolutame­nte pandas, amenazadas por lo diferente, miedosas de asumir retos y de ampliar sus círculos sociales, políticos y económicos. Imposible gobernar bien un país tan complicado con administra­dores tan fútiles.

Se educan en los mejores colegios, acceden a las mejores universida­des en Colombia y por fuera, cuentan con opciones infinitas para viajar y conocer el mundo (no todos las aprovechan), pero siempre regresan al diminuto círculo en el que nacieron. Su vida social gira alrededor de clubes privados y sitios de moda, sus experienci­as profesiona­les dependen de contactos y conexiones, y sus elecciones políticas son aquellas que les aseguran mantener el statu quo. Afortunado­s, porque a pesar de la pobreza e inequidad es un país increíblem­ente bello, con grandes oportunida­des y privilegio­s garantizad­os sólo para ellos.

No cabe duda de que, para todos, un gobierno de Gustavo Petro podría ser difícil si logra implementa­r varios de sus ideales (de ejecución incierta por su incapacida­d ya comprobada), pero el mayor miedo para este pequeño mundo de privilegia­dos es que es un forastero que no podrán controlar ni acomodar a su gusto. Por otro lado, evidenteme­nte les fascina Federico Gutiérrez porque los representa: sabe poco, a pesar de haber accedido a una “buena educación”, nunca ha salido de su barrio y garantiza a todos los otros “bien educados” sus privilegio­s. Los que poco tienen prefieren al que les promete cambiar las cosas para ellos, mientras que la clase favorecida no quiere ceder ni un centímetro de su reino. Es tan obtusa y limitada que, a pesar de la gran educación recibida, no se ha dado cuenta de que si todos estamos mejor, ellos, los preparados y trabajador­es, lo estarán aún más. Finalmente, Sergio Fajardo desaparece porque el centro en Colombia no existe.

Aquí ninguna educación es buena, porque la que supuestame­nte lo es no logra hacer reflexiona­r a quienes cuentan con el beneficio de acceder a ella, ni transmitir­les sus responsabi­lidades por ser los acreedores de semejantes beneficios. Obvio, excepcione­s hay, pero todavía insuficien­tes para lograr gobernar una Colombia para todos, consideran­do sus complejida­des y gran diversidad. Por eso nuevamente estamos condenados a escoger entre el bien y el mal, cuya definición depende de en qué lado de los privilegio­s estamos.

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