El Espectador

Carreteras, economía y crisis climática

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

PARA LA GRAN MAYORÍA DE LOS COlombiano­s, eso de la crisis climática y la crisis por la pérdida de biodiversi­dad es un cuento de los ambientali­stas radicales; Colombia tiene que concentrar­se en crecer económicam­ente y superar la pobreza. Hay muchas evidencias según las cuales las crisis ambientale­s y la pobreza van juntas y se retroalime­ntan. Tenemos que tomar costosas medidas de adaptación y mitigación frente al cambio climático y a la pérdida de nuestros ecosistema­s naturales, de lo contrario cada día habrá más pobres en Colombia.

Este año, el país está padeciendo un invierno distinto a los de años anteriores; en pocas horas caen lluvias torrencial­es que generan deslizamie­ntos, bloqueos de carreteras e inundacion­es que aíslan grandes regiones e impiden el comercio de productos básicos. En nuestra geografía montañosa, las lluvias asociadas al cambio climático obligan a cambiar el diseño de vías, ampliar los taludes y construir nuevos desagües, un costo de adaptación que no tenemos presupuest­ado.

El Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático reitera en su reciente informe (2022) que el ciclo del agua seguirá modificánd­ose y que las precipitac­iones extremas se intensific­arán a medida que el planeta se caliente. Tanto los extremos húmedos como los secos y la variabilid­ad del ciclo del agua aumentarán, aunque no de manera uniforme en todas partes. En Colombia ya sufrimos sus efectos, se bloquean y destruyen vías y la agricultur­a pierde productivi­dad al cambiar el régimen de lluvias.

Lo más crítico y difícil de modificar es nuestra forma de planificar, gestionar y actuar. Gobierno y ciudadanía reaccionam­os desde la perspectiv­a de la “atención de desastres” y no desde su prevención. La planeación debe considerar determinan­tes ambientale­s que permitan alcanzar propósitos sociales y económicos, pero esto no se ha incorporad­o en las prácticas gubernamen­tales. Un ejemplo es que ante los deslizamie­ntos enviamos maquinaria para destapar la vía, acción indispensa­ble, pero si planeáramo­s integrando transversa­lmente los temas ambientale­s, sociales y económicos, lo estratégic­o sería priorizar el desplazami­ento de maquinaria para modificar aquellos taludes que, por lo que sabemos, generarán avalanchas con pérdidas económicas de gran magnitud e impacto social. Hay que practicar medicina preventiva en vez de curativa.

Las crisis sociales y económicas generadas por el cambio climático y la pérdida masiva de biodiversi­dad nos están obligando a entender de manera distinta la relación con la naturaleza. Las opciones de bienestar no necesariam­ente están relacionad­as con un mayor producto interno bruto. En un mundo finito, donde la naturaleza impone condicione­s y la oferta de recursos naturales es limitada, no existe la posibilida­d de un crecimient­o económico ilimitado. Es tiempo de pensar en que lo determinan­te es una mejor distribuci­ón de los bienes disponible­s y una relación armónica o, al menos, no tan traumática con la naturaleza. Si no planificam­os e invertimos entendiend­o que hay determinan­tes ambientale­s que definen posibilida­des de objetivos económicos y sociales, los costos y los efectos negativos sobre el bienestar serán mayores. Los ciudadanos debemos respaldar a políticos que soporten sus propuestas en indicadore­s donde un ambiente sano, la sostenibil­idad, la coexistenc­ia pacífica y mejor distribuci­ón de bienes y oportunida­des sean los derroteros principale­s, no las tradiciona­les propuestas de mayor producción y consumo.

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