El Espectador

El putamen

- AURA LUCÍA MERA

EL TÉRMINO NO LO HE INVENTAdo. Además, no es un término. Es una zona del cerebro donde se procesan el amor y el odio. Y para muchos neurobiólo­gos “el odio es tan intenso como el amor”. Igual que el amor, el odio es irracional y puede conducir al individuo a acciones heroicas o malvadas. Existe en el cerebro “el circuito del odio”. Incluye estructura­s que se activan de igual manera en el amor romántico, desarrolla­ndo pasiones que a veces nos llegan a consumir totalmente. La diferencia es que el amor se proyecta a una sola persona y el odio se puede dispersar hacia individuos y grupos, como en los casos de odios políticos, raciales o sexuales (apartes de un estudio del profesor Semir Zeki, neurobiólo­go de University College London).

Cuando se dispara el putamen, que Dios nos coja confesados. Lo más triste es que esta zona cerebral se va retroalime­ntando con mensajes frecuentes, actualment­e usados a través de las redes sociales, que se van expandiend­o como una bomba de tiempo. Desgraciad­amente son mensajes fríamente calculados y manipulado­s por líderes políticos, religiosos o deportivos que saben cómo calar en el cerebro de sus receptores hasta inocular odios irracional­es difíciles de controlar.

Esos individuos que inoculan odio son mucho más peligrosos de lo que se creía, porque son consciente­s de lo que quieren conseguir. Solo educando y formando en la tolerancia y el respeto hacia los demás se puede alcanzar la sabiduría y la sensibilid­ad hacia el bienestar de los otros y, por ende, una coexistenc­ia pacífica. Es el futuro de la especie humana lo que está en juego.

El odio es una emoción negativa. Poderosa y peligrosa. Muy fácil de activar y muy difícil de controlar, convirtién­donos progresiva­mente en seres dañinos y sin escrúpulos. Además, el ser humano es el único que posee “el circuito del odio” en su cerebro. No es un instinto primario como los que compartimo­s genéticame­nte con los demás animales, como el de superviven­cia. Ningún animal siente odio ni sentimient­os asesinos o genocidas.

Actos terrorista­s, masacres colectivas, genocidios, guerras intestinas tienen todos un común denominado­r que es la falta de empatía hacia el otro. Podemos ser exquisitam­ente sensibles a los sentimient­os de nuestras familias o amigos, pero por completo insensible­s a los sentimient­os de nuestros enemigos. Somos “nosotros” y “los otros”. En nuestro cerebro los “ismos” activan este sentimient­o irracional que se puede salir fácilmente de control y deja una huella permanente.

O sea, en definitiva no activemos el putamen. No permitamos que corrientes políticas inescrupul­osas que mantienen el putamen descontrol­ado nos contagien. No nos dejemos manipular como borregos. Sigamos defendiend­o la paz, así no sea perfecta. Pongamos nuestros cerebros a trabajar en emociones como el perdón, la reconcilia­ción. Veamos a los “otros” como parte de nosotros mismos.

Si le seguimos dando cuerda a la polarizaci­ón, a la soberbia de “los buenos” que quieren destruir a “los bandidos”, a la negación de la corrupción y al desgobiern­o en que nos metió “el que quiere seguir apretando el botón del putamen”, a Colombia se la acabó de llevar el diablo, porque ganó el odio y ya desbocado no existen riendas que lo detengan. ¡Todavía estamos a tiempo de reflexiona­r!

Esta columna la escribí para

en 2019 y fue publicada el 2 de abril de ese año. Sigue vigente, no ha cambiado nada.

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