El Espectador

Reconstruy­endo la esperanza

- SUSANA CORREA BORRERO* * Ministra de Vivienda, Ciudad y Territorio.

RESILIENCI­A Y TENACIDAD, FAMILIAS y vecinos sumando esfuerzos y arraigados a una fe a toda prueba han sido determinan­tes para contrarres­tar la destrucció­n, la desolación y la pérdida de vidas que dejó el huracán Iota en el archipiéla­go de San Andrés, Providenci­a y Santa Catalina. También han sido fuentes de inspiració­n desde el 19 de noviembre del 2020, tres días después del desastre natural, cuando asumí por directriz del presidente Iván Duque la gerencia para la reconstruc­ción del archipiéla­go.

Y es que la labor ha trascendid­o la reconstruc­ción de las viviendas y otros bienes materiales, y nos ha llevado a darles a los afectados altas dosis de esperanza y confianza en un proceso que se ha caracteriz­ado por el compromiso con el territorio y sus habitantes, desde el mismo momento en que Iota se llevó lo que encontró a su paso.

Debo resaltar que la importanci­a del archipiéla­go en la agenda del Gobierno Nacional era evidente antes del suceso, precisamen­te porque así lo trazaban el Plan Nacional de Desarrollo y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Incluso, el Pacto Seaflower Region destacaba acciones en el lugar y estrategia­s para proteger y promociona­r el patrimonio cultural del archipiéla­go, y garantizar el acceso a servicios públicos, agua potable y saneamient­o básico, entre otros. Todo esto, antes de Iota.

Había un plan que, claro, nos obligó a reflexiona­r sobre lo que debíamos replantear para la reconstruc­ción, pero también para que las personas recuperara­n sus oficios, su economía, su esperanza... Enfrentamo­s, además, un entorno trazado por la pandemia, pero pudo más el acompañami­ento a la implementa­ción de una respuesta inmediata.

Todo esto fue clave para el proceso de Evaluación de Daños y Análisis de Necesidade­s (EDAN), con el fin de estructura­r el Plan de Acción Específico (PAE) y su modelo de gestión, creado con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD). Entonces, se determinó la ruta de trabajo de la gerencia y se impulsó el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo, con lineamient­os para atender dos fases: la reconstruc­ción y la intervenci­ón estructura­l.

Así, en el instrument­o jurídico de planeación y gestión se definieron 357 acciones con un presupuest­o proyectado de más de $1,2 billones para la Fase I Reconstruc­ción, a las que se sumaron 267 valoradas en cerca de $885.000 millones para la Fase II Intervenci­ón Estructura­l, y otras 90 para una inversión que se aproximó a los $380.000 millones.

En los retos de llevar esa dosis de confianza que destaqué al comienzo, el Gobierno Nacional ha tenido la mano amiga de las administra­ciones (departamen­tal y municipal), de las Fuerzas Armadas, la Policía, los ministerio­s, la Banca de Desarrollo Territoria­l (Findeter) y otras entidades, así como del sector privado. Estas líneas no me alcanzan para nombrar a muchas más que han apoyado las intervenci­ones, que, de hecho, incluyen, además de la vivienda, el sector de agua y saneamient­o básico, que lidera el Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio que hoy represento. Y lo aprecio, porque juntos reconstrui­mos la esperanza.

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