“V” de vulnerabilidad
Mientras que los medios globales y los gobiernos de Occidente aguardaban las palabras de Putin con ocasión del Día de la Victoria, en búsqueda de alguna señal sobre sus próximos pasos en Ucrania -la cual no materializó-, quien escribe estas líneas no evitaba preguntarse si la obsesión mediática con los acontecimientos diarios de esa desgarradora guerra no está monopolizando la opinión pública mundial, de tal forma que se opaque aún más la crisis generalizada que se gesta a nuestro alrededor. En el nivel más obvio, a pesar de que la fecha en mención conmemora la derrota del nazismo, persisten múltiples formas de discriminación y violencia basadas en el antisemitismo, el sexismo, el racismo, la xenofobia y la islamofobia, que actores políticos diversos, pero sobre todo autoritarios y de derecha, han normalizado en el discurso y la práctica.
A su vez, si los Estados del Sur global y las comunidades con más vulnerabilidades en su interior ya estaban desbordados por las consecuencias combinadas del cambio climático y el covid-19, la guerra en Ucrania les ha significado una capa adicional de vulnerabilidad. Según el Grupo de Respuesta a la Crisis Global sobre Alimentos, Energía y Finanzas de la ONU, más allá de la crisis humanitaria sufrida por la población ucraniana, la invasión rusa ha afectado a unos 1.700 millones de habitantes en 107 países relacionados con el suministro y el aumento de precios de alimentos y combustibles, siendo la Federación de Rusia, Ucrania y Bielorrusia los principales exportadores de trigo, cebada, maíz, aceite de girasol, gas natural, petróleo y fertilizantes del mundo.
Considerando que, desde el inicio de la pandemia, el número de personas que padecen hambre ha crecido en 117 millones, al tiempo que aquellas que sufren de pobreza extrema aumentó en 77 millones, por no hablar de las pérdidas en educación atribuibles al cierre de escuelas y la deserción, los retrocesos adicionales en indicadores claves de desarrollo humano son incalculables. No menos inquietante, la correlación entre el incremento de precios y el descontento social hace pensar, adicionalmente, que las movilizaciones y protestas alrededor del globo tenderán a intensificarse.
La contracara de esta volatilidad múltiple -que incluye, por supuesto, la posibilidad de que la guerra “limitada” se torne global y que las amenazas nucleares de Rusia se materialicen- es el ocaso del orden existente y de las reglas de juego en las que se ha fundamentado desde finales de la Segunda Guerra Mundial, así como la disfuncionalidad, si no fracaso, de diversos organismos multilaterales, tanto internacionales como regionales, para atenderla. En la medida en que la globalización ha acrecentado la interdependencia, la mayoría de las crisis experimentadas en el mundo tienden a globalizarse, con lo cual la búsqueda de soluciones compartidas es imperativa. No obstante, la sumatoria del calentamiento global, la pandemia y la situación en Ucrania ha confirmado y acelerado el desmoronamiento de aquellos instrumentos colectivos de negociación, resolución pacífica de controversias y acción, que hasta hace poco eran considerados los pilares de la coexistencia planetaria. Queda por ver cómo se recuperan o con qué serán reemplazados.