Y el rancho ardiendo
TUVO QUE REAPARECER EL CLAN DEL Golfo con su mal llamado paro armado para recordarle al país los efectos de dejar las cosas mal hechas o inconclusas, ambas por acción y omisión de quienes se han lucrado de dos décadas de guerra y territorios sin Dios ni ley.
La captura de Otoniel y su extradición exprés fueron el tráiler de continuidad de la parodia del desarme paramilitar y el envío a EE. UU. de sus cabecillas para evitar que contaran las verdades que salpican a medio país.
Por lo demás, todo quedó como estaba: combatientes sin tener otra cosa que hacer en los territorios de los que nunca se fueron y adonde nunca llegó el Estado, como no llegó a los otros territorios en los que excombatientes de la guerrilla se quedaron viendo un chispero. Hecha trizas la paz de Santos, encarnaron el proverbio popular: ni rajaron ni prestaron el hacha.
Esa es la herencia degradada de la Seguridad Democrática, que solo habita en el corazón del candidato de Uribe, negado a creer que si las segundas partes fueron malas, no hay esperanza para las terceras.
Pero el Clan del Golfo también dejó en evidencia la tardía, incompleta e ineficiente acción de la fuerza pública, hoy a expensas de lo que a bien tenga decidir la banda criminal. Entre tanto, el presidente Duque, perdido en su metaverso, andaba orondo donde más cómodo se siente, codeándose con majestades y alfombras rojas en Costa Rica. Solo cuando los ilegales se fueron, tuvo que mostrarse fugazmente en el Urabá, mientras la población sigue sufriendo las consecuencias de la veda en por lo menos 10 departamentos. Amén de la peor inflación del siglo.
Es el movimiento parabólico del uribismo que deja al país tal como estaba a fin de siglo pasado: empobrecido, escondido en las ciudades, a expensas de delatores, recompensas, conteo regresivo y con el rancho ardiendo.