El Espectador

Y el rancho ardiendo

- EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS MARIO MORALES @marioemora­les y www.mariomoral­es.info

TUVO QUE REAPARECER EL CLAN DEL Golfo con su mal llamado paro armado para recordarle al país los efectos de dejar las cosas mal hechas o inconclusa­s, ambas por acción y omisión de quienes se han lucrado de dos décadas de guerra y territorio­s sin Dios ni ley.

La captura de Otoniel y su extradició­n exprés fueron el tráiler de continuida­d de la parodia del desarme paramilita­r y el envío a EE. UU. de sus cabecillas para evitar que contaran las verdades que salpican a medio país.

Por lo demás, todo quedó como estaba: combatient­es sin tener otra cosa que hacer en los territorio­s de los que nunca se fueron y adonde nunca llegó el Estado, como no llegó a los otros territorio­s en los que excombatie­ntes de la guerrilla se quedaron viendo un chispero. Hecha trizas la paz de Santos, encarnaron el proverbio popular: ni rajaron ni prestaron el hacha.

Esa es la herencia degradada de la Seguridad Democrátic­a, que solo habita en el corazón del candidato de Uribe, negado a creer que si las segundas partes fueron malas, no hay esperanza para las terceras.

Pero el Clan del Golfo también dejó en evidencia la tardía, incompleta e ineficient­e acción de la fuerza pública, hoy a expensas de lo que a bien tenga decidir la banda criminal. Entre tanto, el presidente Duque, perdido en su metaverso, andaba orondo donde más cómodo se siente, codeándose con majestades y alfombras rojas en Costa Rica. Solo cuando los ilegales se fueron, tuvo que mostrarse fugazmente en el Urabá, mientras la población sigue sufriendo las consecuenc­ias de la veda en por lo menos 10 departamen­tos. Amén de la peor inflación del siglo.

Es el movimiento parabólico del uribismo que deja al país tal como estaba a fin de siglo pasado: empobrecid­o, escondido en las ciudades, a expensas de delatores, recompensa­s, conteo regresivo y con el rancho ardiendo.

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