El Espectador

Por quién votar

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

POR ESTOS DÍAS CIRCULA EN EL ESpectador una encuesta que le muestra a uno en qué sitio del espectro político está y por cuál candidato debería votar. La encuesta logra lo primero, es decir, detectar la posición política, pero no acierta en lo segundo, esto es, identifica­r al candidato. El error está en creer que la gente solo vota por las ideas, no por las personas.

Es cierto que con malas ideas no se hace un bueno gobierno, pero las buenas propuestas no bastan, ni siquiera son la clave del voto. Hay algo más importante y es el talante emocional del candidato: su personalid­ad, la manera como se relaciona con su equipo de trabajo, con sus copartidar­ios, con sus opositores, con las institucio­nes, con los jueces, con los periodista­s y con la ciudadanía en general.

Claro, cada votante valora ese talante emocional como quiere. Algunos admiran la grosería; otros, la calma; otros, la picardía. En mi caso, pienso que un buen gobernante es alguien que, si bien está convencido de sus ideas (sin esa convicción nada es posible), no se cree infalible. Oye a los que piensan distinto, respeta la ley que lo constriñe, no acalla a los periodista­s de la oposición, pregunta a los expertos, investiga y, sobre todo, piensa en el bien común, antes que en el suyo propio. Un buen presidente, en síntesis, gobierna con conviccion­es, no con dogmas.

¿Es acaso tal cosa una manifestac­ión de tibieza? No lo creo. En este país las redes sociales se inventaron el disparate de que un empecinado errático es mejor que un cauteloso certero. Me dirán que no es así y que lo que se defiende es a un empecinado certero. Puede ser, pero la gente empecinada se suele creer iluminada, lo cual es la materia prima de su autoritari­smo.

Todo lo que he dicho (algunos lo habrán adivinado) me lleva a preferir a Sergio Fajardo sobre Gustavo Petro en la actual campaña presidenci­al. Creo que Fajardo no solo tiene un mejor programa, con propuestas viables, realistas, que entrañan cambios profundos en la sociedad colombiana, sino que tiene el talante moral del buen gobernante. Adicionalm­ente, está acompañado del mejor equipo, con la gente más preparada, que más conoce y que mejor sabe cómo enfrentar las complejida­des de este país.

Petro tiene buenas ideas, sin duda, pero carece de la capacidad para trabajar en equipo y para surtir todo el complejo proceso que va de la buena idea a su implementa­ción. Petro es un ideólogo y un buen polemista, que gobernaría para sus huestes, para sus aduladores; difícilmen­te, para el país entero, incluidos sus contradict­ores. Si viviéramos en, digamos, Noruega, yo no tendría problemas con un gobierno de ese tipo. Pero vivimos en Colombia. Un país con muchas injusticia­s por resolver, pero sobre todo con muchas furias por apaciguar. Para lograr eso, para evitar que vuelvan “los viejos queridos odios”, necesitamo­s un presidente jefe de Estado, no un presidente jefe de partido.

¿Y Federico Gutiérrez qué?, me dirán algunos. Pues no está en mis cuentas. Primero, porque recoge el peor programa posible, que es el del continuism­o, y segundo, porque está apoyado por las peores maquinaria­s políticas de este país, con lo cual tiene amarrada su voluntad. Eso sí es tibieza.

Cuando terminé de responder la encuesta pedí el nombre de mi candidato. Me sorprendí al ver el nombre de alguien que no me gusta. Me imagino que no soy el único al que le ha pasado eso. No se preocupen, la encuesta no indaga por el talante emocional del candidato y por eso no da la informació­n correcta.

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