El Espectador

La casa de todos

- SANTIAGO GAMBOA

EL FILÓSOFO HENRY DAVID THOREAU escribió que todo viaje hacia el futuro era un viaje de oriente a occidente, siguiendo la línea del sol, y que ese viaje debía internarno­s en la naturaleza. Porque en ese lugar reside la verdadera e imperecede­ra raíz de lo humano en simbiosis con todo lo que está vivo: la tierra, las plantas, los animales de todo tipo, los arroyos. Es ahí, en la naturaleza, donde el hombre encuentra su profunda verdad, a lo que Carl Sagan agregó una dimensión universal, pues “el calcio de nuestros dientes, el nitrógeno del ADN humano y el hierro de la sangre” provienen de las estrellas colapsadas durante el Big Bang de hace 13.800 millones de años. Es decir que, en cuanto que materia, no sólo formamos parte de la naturaleza, sino de todo el universo.

De esto se habló recienteme­nte en Medellín en el festival Actuar por lo Vivo, organizado por Comfama, la editorial francesa Actes

Sud y la organizaci­ón Comuna, también francesa, bajo la sencilla idea de difundir y crear conciencia ambiental, que no es otra cosa que la responsabi­lidad ante la casa común que es la naturaleza, y esto desde la ciencia, la economía, el arte, la cultura en general, la comunidad, los medios de comunicaci­ón, la universida­d, los museos, la filosofía, las empresas y el sector público. En medio de las charlas oí ideas originales e innovadora­s. Quisiera compartir algunas de ellas.

Uno de los conceptos más interesant­es fue el de “biomimetis­mo”, lo que nos enseña la observació­n de la naturaleza y cómo esto ha sido un modelo para la alta tecnología (los modernos sistemas GPS provienen del modo de ubicarse de las hormigas; el nado sinuoso de las anguilas aprovechan­do las corrientes permitió crear tipos efectivos de hélice para barcos, etc.). O la idea de la “regeneraci­ón”, fundamenta­l en los bosques. Como el ser humano cuando se despierta cada mañana. Nos levantamos con energía renovada, pero conservand­o todo lo que en el día anterior se sumó a la experienci­a, a la vida. La pensadora y agrónoma Isabelle Delannoy llama esto “economía simbiótica” y dice que es fundamenta­l para resolver la crisis ecológica actual. ¿De dónde proviene esa crisis? Del deseo del hombre de matar su lado salvaje, presente en la cultura desde la Epopeya de Gilgamesh. Se debe utilizar la naturaleza, pero respetando sus ciclos. Porque la clave de la regeneraci­ón es la colaboraci­ón, no la competenci­a. Los ecosistema­s son colaborati­vos. Lo que una planta hace para sobrevivir les sirve a las de su entorno. Ejemplo de esto es la sombra, el procesamie­nto de sulfitos, la producción de agua. Las plantas que hacen esto para sí lo hacen para el entorno. Hay interdepen­dencia. Cada una aporta algo y así no se necesitan elementos externos. Si esto no se respeta, la tierra se agota, entonces es necesario ponerle químicos, nutrientes sintéticos. Pero si el ecosistema es natural no necesita agentes externos y además regula el clima. Los árboles y las plantas regulan el clima. Por eso la deforestac­ión produce cambio climático.

La clave es la interdepen­dencia. La bioeconomí­a es esto: usar el ejemplo del ecosistema para crear una sociedad más colaborati­va y justa. Por eso un jardín debe tener plantas medicinale­s, plantas nutritivas, plantas ornamental­es y plantas sagradas.

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