Delirios de embalaje
EL MES PREVIO A LA PRIMERA vuelta es siempre un juego desesperado. El momento para los arrebatos del estratega, para usar los últimos dardos nada tranquilizantes, las teorías conspirativas y los anuncios de la llegada de la pólvora que entre nosotros es siempre una posibilidad. El final de la campaña es un reto de adrenalina para mantener en tensión a los votantes ya decididos y llamar la atención de los indecisos, tirarles un anzuelo brillante, una consigna, una mentira, un insulto efectivo a un rival, una propuesta indecente. El liderazgo de Petro en las encuestas ha entregado un ingrediente nuevo en un país donde la izquierda no ha gobernado y donde llevamos dos décadas lidiando con el fantasma de la Venezuela chavista y otras histerias anticomunistas.
Una visita a la cárcel fue el primer campanazo. Un sello de entrada a La Picota complicó la campaña de Petro, que solito se iba echando la soga al cuello. Luego de poner en juego eso del “perdón social”, le tocó alejar a su hermano de la campaña y soltar explicaciones magistrales que incluyeron a Jacques Derrida para evitar un jaque. El Petro que mostraba credenciales cuasipresidenciales en sus visitas a jefes de gobierno se vio como estudiante tembloroso. Pero pasaron los días y el turismo carcelario se volvió anécdota.
Entonces era necesario un contraataque. Y apareció Calzones, un empresario con pasado dudoso y tarjeta VIP en el Centro Democrático, como posible cerebro de un plan para matarlo que ejecutaría la banda La Cordillera. La policía desmintió y el candidato retomó sus giras unos días después. Pareció más una manera de señalar a un patrocinador nada presentable de la campaña de Fico. Luego la procuradora le sumó unos grados a la calentura con la suspensión de Daniel Quintero. Allí se combinó el cinismo del alcalde con el innegable sesgo de Margarita Cabello. Petro casi lo celebró: “De pronto nos pone a ganar en primera”, dijo refiriéndose a la decisión que recordaba una medida idéntica contra Petro siendo alcalde de Bogotá. Golpe de Estado, fue el grito conjunto. Lo último ha sido la alerta delirante sobre un posible aplazamiento de las elecciones. Una manera tremendista de resaltar los abusos del Gobierno como garante de la imparcialidad electoral. Porque desde la Casa de Nariño han empujado a candidatos, “extorsionado” a congresistas, atemorizado a funcionarios y ofrecido lo poco que queda en Palacio.
Fico no podía dejar eso así y también denunció amenazas de las Águilas Negras. Unos días después llegó el Watergate criollo con el hallazgo de un micrófono en su sede de campaña. De micrófonos saben sus copartidarios. Para reforzar alarmas se sumaron algunos empresarios con llamados a la sensatez (votar por Fico) que iban desde el consejo hasta el constreñimiento. Mientras tanto Uribe gritaba fraude, fraude, fraude… Pero el expresidente está afónico hace como dos años.
Lo paradójico es que esos riesgos ciertos o inventados no lograron mover a los favoritos en las encuestas. La diferencia entre los dos se mantuvo casi idéntica. Y Rodolfo Hernández, que no dijo nada distinto a las tres frases que lleva repitiendo seis meses, fue quien dio un salto en la intención de voto. Se perdió mucha pólvora entre los punteros, y en la periferia, lejos de las grandes capitales, el ingeniero dio el salto mientras redes y prensa hablaban de otros cuentos. Los favoritos jugaron un póker cruento y el ingeniero se metió en la pelea jugando solitario.