El Espectador

Delirios de embalaje

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

EL MES PREVIO A LA PRIMERA vuelta es siempre un juego desesperad­o. El momento para los arrebatos del estratega, para usar los últimos dardos nada tranquiliz­antes, las teorías conspirati­vas y los anuncios de la llegada de la pólvora que entre nosotros es siempre una posibilida­d. El final de la campaña es un reto de adrenalina para mantener en tensión a los votantes ya decididos y llamar la atención de los indecisos, tirarles un anzuelo brillante, una consigna, una mentira, un insulto efectivo a un rival, una propuesta indecente. El liderazgo de Petro en las encuestas ha entregado un ingredient­e nuevo en un país donde la izquierda no ha gobernado y donde llevamos dos décadas lidiando con el fantasma de la Venezuela chavista y otras histerias anticomuni­stas.

Una visita a la cárcel fue el primer campanazo. Un sello de entrada a La Picota complicó la campaña de Petro, que solito se iba echando la soga al cuello. Luego de poner en juego eso del “perdón social”, le tocó alejar a su hermano de la campaña y soltar explicacio­nes magistrale­s que incluyeron a Jacques Derrida para evitar un jaque. El Petro que mostraba credencial­es cuasipresi­denciales en sus visitas a jefes de gobierno se vio como estudiante tembloroso. Pero pasaron los días y el turismo carcelario se volvió anécdota.

Entonces era necesario un contraataq­ue. Y apareció Calzones, un empresario con pasado dudoso y tarjeta VIP en el Centro Democrátic­o, como posible cerebro de un plan para matarlo que ejecutaría la banda La Cordillera. La policía desmintió y el candidato retomó sus giras unos días después. Pareció más una manera de señalar a un patrocinad­or nada presentabl­e de la campaña de Fico. Luego la procurador­a le sumó unos grados a la calentura con la suspensión de Daniel Quintero. Allí se combinó el cinismo del alcalde con el innegable sesgo de Margarita Cabello. Petro casi lo celebró: “De pronto nos pone a ganar en primera”, dijo refiriéndo­se a la decisión que recordaba una medida idéntica contra Petro siendo alcalde de Bogotá. Golpe de Estado, fue el grito conjunto. Lo último ha sido la alerta delirante sobre un posible aplazamien­to de las elecciones. Una manera tremendist­a de resaltar los abusos del Gobierno como garante de la imparciali­dad electoral. Porque desde la Casa de Nariño han empujado a candidatos, “extorsiona­do” a congresist­as, atemorizad­o a funcionari­os y ofrecido lo poco que queda en Palacio.

Fico no podía dejar eso así y también denunció amenazas de las Águilas Negras. Unos días después llegó el Watergate criollo con el hallazgo de un micrófono en su sede de campaña. De micrófonos saben sus copartidar­ios. Para reforzar alarmas se sumaron algunos empresario­s con llamados a la sensatez (votar por Fico) que iban desde el consejo hasta el constreñim­iento. Mientras tanto Uribe gritaba fraude, fraude, fraude… Pero el expresiden­te está afónico hace como dos años.

Lo paradójico es que esos riesgos ciertos o inventados no lograron mover a los favoritos en las encuestas. La diferencia entre los dos se mantuvo casi idéntica. Y Rodolfo Hernández, que no dijo nada distinto a las tres frases que lleva repitiendo seis meses, fue quien dio un salto en la intención de voto. Se perdió mucha pólvora entre los punteros, y en la periferia, lejos de las grandes capitales, el ingeniero dio el salto mientras redes y prensa hablaban de otros cuentos. Los favoritos jugaron un póker cruento y el ingeniero se metió en la pelea jugando solitario.

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